Arte, belleza, identidad y libertad
El arte es una manifestación de la cultura, la que a su vez define la identidad de un grupo humano. Esta preocupación de la ciudadanía ucraniana -y no de una élite- por proteger su patrimonio es la evidencia irrefutable de contar con una identidad con profundas raíces y gran densidad cultural.
En función de diversas noticias y reportajes sobre la invasión a Ucrania revisadas durante la semana, me quedaron dando vueltas diversas imágenes de ucranianos protegiendo su patrimonio cultural. En circunstancias de guerra total como hemos podido desgraciadamente apreciarlo, con bombardeos masivos e indiscriminados a las ciudades, llama la atención que empleados públicos y voluntarios de todas las edades, condiciones y género estén dispuestos a arriesgar la vida por proteger estatuas, fachadas, templos, museos y otras expresiones del arte o centros culturales. En los videos y fotos se ve como las personas envuelven cuidadosamente el objeto o construcción a proteger y lo rodean de sacos con arena, con la esperanza de aminorar el impacto de las bombas o de protegerlos de las balas y esquirlas.
Esto rememora imágenes de la Segunda Guerra Mundial donde la población de prácticamente todos los países europeos involucrados también intentaba proteger sus monumentos y arte de la destrucción.
¿Qué puede motivar a un ser humano, en condiciones extremas y aún peligrando su vida a proteger el patrimonio cultural? Me parece que en esto hay una dimensión muy profunda que tiene que ver con distintas aristas, todas las cuales conectan con nuestra trascendencia.
El arte es una manifestación de la cultura, la que a su vez define la identidad de un grupo humano. Esta preocupación de la ciudadanía ucraniana -y no de una élite- por proteger su patrimonio es la evidencia irrefutable de contar con una identidad con profundas raíces y gran densidad cultural. Esto contradice desde luego la afirmación de Putin y de los nacionalistas rusos de que Ucrania es una entelequia sin sustento real. La Historia nos indica que Ucrania fue y es una nación distinta de Rusia, lo que se reafirma por esta conducta popular de proteger las manifestaciones de su identidad (además de luchar por preservarla).
El arte es también una expresión de libertad y que aspira a la belleza, ambas impregnadas en nuestra alma. Desde que el ser humano existe ha buscado plasmar ese ideal de belleza que está en su interior (con mejor o peor resultado) y en muchos períodos su expresión ha procurado ser dirigida, manipulada o censurada por el poder. Es ya parte del manual de los dictadores que los artistas pueden ser el mayor peligro para su gobierno. Esto por la profunda comunión del Arte con la Libertad (las mayúsculas son intencionales).
La belleza es una cualidad que nos provoca un placer sensorial, intelectual o espiritual y que nos recuerda nuestra trascendencia. ¿Quién no se extasiado frente a un cuadro o en un concierto y se ha sentido volar hacia algo más allá de lo terrenal? La verdadera belleza sobrevive a su autor o período de creación, y es reconocida por un extraño consenso humano universal, que revela que compartimos una misma naturaleza. En esa óptica asociamos lo bello a bueno y lo bueno a la libertad.
El filósofo británico Roger Vernon Scruton describe la belleza como un recurso esencial. Afirma que “con ella convertimos el mundo en nuestra casa, y al hacerlo ampliamos nuestras alegrías y encontramos consuelo para nuestros dolores. Esa capacidad de la belleza para redimir nuestro sufrimiento la asemeja a la religión. De hecho, lo sagrado y lo hermoso son dos puertas que se abren a un solo espacio: el espacio donde encontramos nuestro hogar”.
No es casualidad entonces que, en general, los dictadores y regímenes autoritarios inhiban el arte y la belleza. Su “arte oficial” se convierte en una herramienta más de propaganda y control social (que fenece tan pronto cesan sus gobiernos) y la opresión se traslada a todos los ámbitos, reduciendo los espacios para la belleza. Basta recordar las construcciones y la planificación urbana de la era soviética, con unos conjuntos grises de edificios que impregnaban de tristeza la vida de sus habitantes.
La circunstancia de que las fuerzas rusas estén arrasando con todo en Ucrania deja en evidencia esta lucha de siempre de la fealdad contra la belleza, de la opresión contra la libertad. Destruir las expresiones de arte de los ucranianos es intentar conculcar su libertad y borrar su identidad. Eso explica la movilización por proteger su patrimonio cultural. Los sacos de arena que rodean una estatua no protegen solo a una figura de piedra o bronce. Tras esa estatua hay un legado y un sentido de comunidad, pero también belleza. Y proteger a la belleza es bregar por la libertad y la esperanza. Así que lo que al comienzo podía parecer inentendible, arriesgar la vida por la materialidad, constituye un símbolo potente de humanidad.
En el proceso de estas reflexiones me traslado a nuestro Chile y el proceso que venimos transitando desde el 2019. Hemos arrasado con los cascos urbanos, los que se encuentran llenos de grafitis y afiches con mensajes violentos y de odio la mayoría. También se han quemado edificios patrimoniales, templos y museos. Una sociedad que atenta contra su propio patrimonio cultural denota un grave problema, no solo de identidad, también espiritual y finalmente relacionado con la libertad.
Destruir y afear es un síntoma de un proceso para conculcar la libertad, por más que se trate de disfrazar con otros motivos como que la estatua es políticamente incorrecta, o el edificio representa una cultura que ha sido opresora, y así ad nauseam.
En eso es el mismo patrón que la teoría de las ventanas rotas. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo.
Mientras en Ucrania hacen todo lo posible por proteger la belleza, en Chile estamos haciendo lo contrario. Citando nuevamente a Roger Vernon Scruton: “Creo que perder la belleza es peligroso, pues con ella perdemos el sentido de la vida. Y es que no estamos hablando de un capricho subjetivo, sino de una necesidad universal de los seres humanos. Sin ella, la vida es ciertamente un desierto espiritual”.
¿Podrá la belleza redimirnos en este difícil trance? ¿Qué estamos haciendo para cultivarla y protegerla?