Por lo más delgado
El presidente fue coherente con su discurso sensible, humano, empático, centrado en las personas, y apoyó a su ministra. Lo malo, el detalle, la costura abierta, la pifia en el tejido, el punto corrido en la media, es que ahora para ayudar a la ministra se esté endilgando el condoro a una subalterna, a una funcionaria de carrera.
Honestamente, Gabriel Boric debió operarse. Sin anestesia. Dar una señal de que la incontinencia verbal –a estas alturas, al parecer, crónica– y los pequeños gustos adolescentes y chambones, no son tolerables. Que este es un Gobierno en serio, no un laboratorio que opera con el método de ensayo y error.
Con un criterio incomprensible para los espíritus pragmáticos, el Primer Mandatario resolvió respaldar en un ciento por ciento a su compañera y amiga, a la que –dicen– le habría pegado un buen reto en La Moneda, pidiéndole mayor rigurosidad, para luego volver a dejarla instalada como la segunda autoridad más importante del país. Avalada en el cargo por él, pero con la credibilidad por el suelo para el resto. Limitada en sus apariciones, obligada a contar hasta cien antes de irse de lengua, observada en detalle. Inutilizada, en cierto sentido, como principal figura política del gabinete. O, al menos, como la encargada de un tema tan relevante como la seguridad del país.
A Boric le habría salido barato prescindir de ella. Como independiente, sin redes ni lazos partidarios, con una claque de médicos incondicionales pero poco calificados para hacer política, podría haber sido el primer fusible sacrificado. Son tantos los frentes y las dificultades que enfrenta el Gobierno, que en una semana ya estaríamos en otra. Hasta las feministas, que podrían haberse enfurecido con su caída, se han ido dando cuenta de que sus acciones no estaban ayudando a la causa de la competencia femenina en el poder; justamente por aquello de que lo personal es político. Y aquí lo personal estaba contaminando de manera infantil lo político.
Pero el presidente fue coherente con su discurso sensible, humano, empático, centrado en las personas, comprensivo de las taras de carácter y los TOCs propios y ajenos, y apoyó a su ministra. Mal que mal fue ella –sostienen los que saben– un figura clave para seducir al esquivo norte en la segunda vuelta, y ahí hay una deuda. Y está el elemento generacional, tan “edadista”, pero tan presente en esta joven administración, que pide disculpas en un gesto “republicano” a través de Twitter, y lo considera meritorio, cuando esa conducta es apenas el “desde”.
Esta sensibilidad presidencial, acorde con el permanente saludo namasté y el aterrizaje siempre humano, tal como se vio y escuchó al presentar el plan económico denominado “Chile Apoya”, es encomiable. Lo muestra como un tipo decidido a amparar a los suyos pese a sus errores.
Lo malo, el detalle, la costura abierta, la pifia en el tejido, el punto corrido en la media, es que ahora para ayudar a la ministra se esté endilgando el condoro a una subalterna, a una funcionaria de carrera. Como bien escribió un comentarista en la misma red que la cuestionada titular del Interior usó para pedir disculpas por su penoso gafe: “El peor atributo de la autoridad se revela cuando, en vez de asumir responsabilidades por sus errores, acusan públicamente, humillan y destruyen la vida de subordinados para salvar sus traseros”.