María Floridema tiene una casa… pero perdió una pierna
El caso de esta adulta mayor alegre y optimista que forma parte del Padam que tiene Hogar de Cristo en Ancud, es un elocuente reflejo del abandono y la vulnerabilidad que padece este grupo etario en Chile. La conocimos en el verano de 2020, ahora, en el invierno de 2022, ya no vive en una rancha a la orilla del mar, tiene una casa propia y de cuidadora de su hija con discapacidad, pasó a ser cuidada por ella. Una historia que emociona y moviliza.
Hoy María Floridema Gómez (79) tiene casa nueva. Es básica, de subsidio, en una población en lo alto de Ancud, lejos del mar y de su orilla, donde hace tres años recolectaba luga, un alga común en la isla de Chiloé. Modesta, sin duda, pero propia, hermética y calentita, con agua potable, luz y baño. Muy diferente al endeble rancho en el sector de tomas conocido como Fátima, donde María Floridema vivía junto a su hija Yanett (48), que es sorda y tiene discapacidad intelectual. Madre e hija hoy disfrutan del cambio; son desde siempre una dupla inseparable y el traslado ciertamente ha revolucionado sus vidas.
Nosotras las conocimos durante el verano de 2020, con sus cinco perros, 12 gatos, tres pollos, dos patos, viviendo a la orilla del mar, juntando algas para aumentar sus respectivas pensiones de poco más de 130 mil pesos cada una, de viudez y de invalidez, respectivamente. Entonces ya soñaban con una casa propia, pero la posibilidad se veía lejana.
Hoy, la casa propia es un logro que se materializó durante los tiempos de pandemia hace ya un año, gracias a las gestiones de la Municipalidad de Ancud y del Programa de Atención Domiciliaria para Adultos Mayores (Padam) que Hogar de Cristo tiene en Ancud.
La trabajadora social, concejala del municipio, activista huilliche y jefa del Padam, Ruth Caicheo conoce la situación de vulnerabilidad de María Floridema desde hace unos 7 años. La alcanzó a ver viviendo en situación de calle en el sector de Arena Gruesa y acudiendo de manera frecuente al desaparecido Comedor Fraterno a almorzar. “Claro que mucho más la conoce la tía Fanny”, dice, aludiendo a su alegre escudera, la técnico social, Fanny Torres (70), que lleva unos 15 años trabajando con la población más vulnerable de esta ciudad chilota: las personas en calle y los adultos mayores en abandono y pobreza. Juntas, atienden a 8 hombres y 22 mujeres, con historias de precariedad y desamparo inenarrables, que ellas registran en archivadores y a quienes visitan regularmente para aprovisionar de papas, leña, alimentos no perecibles, pañales, y apoyarlos en sus visitas médicas, trámites diversos, además de acompañarlos en su soledad cotidiana, inventando toda suerte de actividades de integración e inclusión.
-María Floridema era una participante activa de nuestro programa, siempre fue la que motivaba a sus pares a participar, la que veía lo bueno de la vida, pese a haber tenido una existencia llena de dificultades y a ser una de las acogidas más vulnerables de nuestro programa. Vivía con su hija Yanett en una mediagua que ella misma construyó en un terreno fiscal que simplemente se tomó. Era una rancha, como decimos acá, parada con latas y tablas, sin servicios básicos, sin luz ni agua. Tenía que pedirles a sus vecinos que le pasaran agua en baldes de cinco litros –detalla Ruth.
Consumo y reducción de daño
Nacida en Osorno, María Floridema tuvo 11 hijos, de los cuales sobreviven 9. Yanett, a la que llama “mi guagua”, es la menor y ha sido su compañía, su angustia y su alegría en estos 48 años que llevan juntas. Cuando su marido murió, ambas quedaron libradas a su suerte en Chiloé.
Ese verano en que las conocimos nos contó, llorando: “Cuando me quedé sola, quise irme para siempre, yo con mi guagua, la Yanett. Me acosté sobre una piedra esperando que una gran ola nos llevara. Fue por Arena Gruesa, pero me sujetó la finá Fernanda Gallardo. Ella nos salvó”.
Ese episodio corresponde a los años de su vida en la calle, etapa donde probablemente ella y su hija adquirieron el hábito del consumo de alcohol. “Eso afectaba más la salud de la señora María, lo que se suma a su problema de diabetes. Ambas consumen, pero ellas nos ocultaban el tema, pero era evidente, porque cada vez que llegábamos a su rancha encontrábamos cajas de vino, botellas y latas de cerveza, y conocíamos la dinámica que llevaban: juntas iban a fiestas, a bailar, y ahí tomaban, pero era su escape, su felicidad. Nosotras trabajamos con ellas desde la estrategia de reducción de daño. Además, el consumo, de Yannet al menos, no era excesivo, era controlado. También nos importaba mucho hacer un acompañamiento permanente, porque ellas no tienen vínculos significativos. Conocíamos de las visitas esporádicas en verano de algún hijo que venía de Osorno, porque María Floridema tiene varios allá, además de otro en la zona de Palomar. Su gran amor, su gran partner, es Yanett, su guagua. Por eso, su preocupación permanente siempre ha sido qué va a ser de Yanett cuando ella ya no esté”, explica la trabajadora social del Padam.
Por eso mismo, la casa propia es aún más importante para ambas y las responsables del Padam se esforzaron tanto en conseguirla: “En nuestro plan de intervención con ellas el primer objetivo era que tuvieran una vivienda propia y digna, con las condiciones mínimas que cualquier ser humano merece: luz eléctrica, un baño, una casa que no se llueva ni se vuele con el viento. Comenzamos a trabajar el tema del ahorro e hicimos un trato con María Floridema: todo lo que nosotros le llevábamos en víveres y otros insumos, debía valorizarlo y convertirlo en ahorro para la vivienda. Así, todos los meses, ella ahorraba como veinte o treinta mil pesos. Juntamos casi trescientos mil pesos, que es una suma muy importante para ella, y así pudimos postularla al subsidio y el municipio la consideró un caso de priorización social en la comuna”.
De cuidada a cuidadora
María Floridema hoy tiene una casa… pero perdió una pierna. Una y otra cosa, la buena y la mala, pasaron casi simultáneamente, durante los peores tiempos de la pandemia. Ella misma relata los hechos:
–Va a ser un año ya, porque fue en el tiempo de las murras –cuenta, con acento chilote y decires sureños. –Fuimos con la Yanett para allá abajo, a Pudeto, a recoger murras. En eso estábamos cuando pisé una piedra o algo que se me clavó en el dedo grande. Y como tengo diabetes… Yo no me di cuenta, porque podría haber ido al Hospital a tiempo y quizás no me habrían cortado la pierna –dice sin fatalidad, esperanzada en que le den una prótesis que le permita “ir para arriba, ir para abajo, donde la tía Fanny, como hacíamos antes”.
Ruth, por su parte, agrega: “La señora María Floridema siempre ha sido muy busquilla, porque siempre ha tenido que ganarse la vida para ella y su hija. Entonces, en tiempo de murras o moras, como les dicen en el norte, ambas salieron a recolectar las frutas silvestres para venderlas. Fue así como pisó una tabla con un clavo oxidado y se hirió el pie. Como es diabética, le costó mucho sanar. Primero se le infectó la herida, luego la infección se extendió a todo el pie y finalmente la gangrena afectó la pierna completa. Ha sido muy difícil todo, porque ella era una mujer muy autónoma y siempre preocupada de su hija, a cargo de todo, muy responsable de ambas. Hoy vemos que los papeles se han invertido”.
Aunque en la noche Maria Floridema sufre dolores fantasma en su pierna inexistente, optimista, sueña con “volver a la playa y tirar el rastrillo al mar, bien adentro, para arrastrar toda la luga para afuera, igual como hacía antes. Creo que podré hacerlo si me ponen la prótesis”. Y Yanett, a quien cuesta entenderle, pero tiene avezadas intérpretes en Ruth y Fanny, y con su madre se entienden con un gesto, una mirada, llora cuando hablamos de la pierna que perdió su mamá. Es un tema que la entristece, pero que ha logrado sacar lo mejor de sí misma.
–Para nosotros que Yanett sea quien cuida a María Floridema es emocionante. Hoy la hija le cocina, hace pan, le pone los pañales, la saca a pasear en su silla de ruedas por la población, demostrando unas capacidades que nos han sorprendido –comenta Ruth Caicheo, quebrándose, emocionada. Más repuesta y disculpándose, agrega: –María Floridema se ha deteriorado mucho en este último año y medio: ya no canta, ya no baila, ya no podremos tenerla arriba de los escenarios, porque en todos los actos ella era nuestra adulta mayor estrella, nuestra representante en todas las iniciativas que incluían a adultos mayores de la comuna. Le encantaba participar y era muy alegre y simpática. Conquistaba a todo el mundo. Verla hoy amputada, incapacitada y tan dependiente, es triste y alentador al mismo tiempo por el rol que está jugando Yanett.
-Lo que te quiebra, te emociona, es la inversión de roles. Que hoy la hija cuidada se haya convertido en la madre cuidadora. Y que pese a sus limitaciones intelectuales, a su sordera, esté demostrando todo lo que es capaz de hacer por su madre. ¿Cuál es, Ruth, tu reflexión al respecto?
-La vida es un aprendizaje diario. De la persona que menos pensamos que nos va a entregar ayuda y apoyar en una situación difícil, se logra lo mejor. Creo que hoy María Floridema está cosechando todo el amor que sembró en Yanett; el no haberla abandonado nunca, el haberla cuidado siempre, están recibiendo su recompensa. A pesar de su discapacidad intelectual, que no es mucha y que con tratamiento adecuado pudo haber sido mucho más manejable, Yanett hoy está disponible para su madre. María Floridema no necesita que Yanett hable bien para entenderla, porque el lenguaje del amor las conecta. Yo agradezco que ella cuente con su hija, cuando todos los demás, los ocho restantes, la abandonaron.
Yanett, como su madre, no lee ni escribe. Sabe manejar el dinero, pero de manera básica y es evidente que requiere mucho apoyo en términos de higiene y organización, más allá de las necesidades económicas. La casa nueva hay que mantenerla y esas tareas domésticas necesitan de guía y apoyo. Ruth y Fanny hacen todo lo que pueden para estar encima de ella, atentas a sus urgencias, pero tienen que ocuparse además de otros 29 adultos mayores de la comuna. Eso, sin contar que en la oficina del Padam de Ancud, funcionan el Comedor Esperanza, que atiende a cerca de 20 personas en situación de calle a la hora de almuerzo, y un albergue municipal que recibe a unos 14 hombres por las noches, cuando la lluvia se desata y el frío cala los huesos. Aunque ellas no están a cargo de esas iniciativas, apoyan su funcionamiento, facilitando el local, la cocina, los dormitorios y la ropa de cama.
En la casa nueva de Floridema y Yanett la estufa caldea el ambiente y reconforta el ánimo, pese a las penurias, a la pierna que falta, a la prótesis que no llega, a la vida que pasa. “Así como Yanett ha entendido que su madre es todo para ella, nosotros sabemos que como Hogar de Cristo nosotros somos algo parecido a su familia y por eso no las abandonaremos nunca. Ese es nuestro mandato y es nuestra alegría”, dice Ruth, mientras todas nos abrazamos y “apapachamos”, como dice Fanny, en chilote, mientras “su” mar se encrespa y la lluvia toca el piano sobre el techo de zinc.