Jorge Arrate: “Me importa un huevo la muerte de Senado”
El abogado, economista, escritor y político, ex militante del Partido Socialista, el cual presidió entre 1990 y 1991, ex ministro de Allende, Aylwin y Frei Ruiz-Tagle, candidato presidencial él mismo –por el Partido Comunista en 2009– y ahora atento espectador del devenir nacional, responde así sobre la desaparición de la Cámara Alta, tras 200 años de existencia, por decisión de la mayoría de la Convención Constitucional, a la que, si no fuera ateo, se diría que le tiene una fe religiosa.
Tajante y sin pelos en la lengua, Jorge Félix Arrate Mac Niven (80) dice: “Me importan un huevo esos doscientos años de historia, lo que me importa es si lo que se aprobó sirve o no sirve. Me dio una enorme vergüenza ajena ver a senadores socialistas recién electos hablando en defensa de la institución desde sus intereses personales. Creo que eso es una de las cosas más deplorables que me ha tocado presenciar y eso que me ha tocado ver tanto. La defensa del Senado tal como lo conocemos revelaría que nuestro sistema legislativo es una joya. Y eso no es así. Se atribuyen desequilibrios a lo aprobado por la Convención, cuando hemos vivido durante décadas con tremendos desequilibrios políticos y nadie chistó. Estuvimos por años con senadores designados…
-Pero hace hartos años también que ya no los tenemos. Desde el 2006…
-Es verdad, desde 2006, que ya no los hay –reconoce.
-Estás absolutamente tranquilo entonces con el trabajo de la Convención.
-No sólo tranquilo. Estoy emocionado. Nunca pensé que me iba a tocar vivir un periodo tan significativo e interesante como este. Miro a veces las sesiones por televisión y veo la instancia colectiva más parecida a Chile de todas las que solemos ver. Por el porte de las personas, el color de la piel, la manera de vestirse, las conductas. No soy a decir que sea una réplica del Chile real, pero está mucho más cerca de lo que somos como país. El problema es que hay gente a la que no le gusta reconocer el país que somos. Me refiero a esa que le gusta pensarse como un pueblo blanco, orgulloso de no tener indígenas. Ese gran parecido con Chile que tiene la Convención es lo que irrita a muchos.
Insiste en la idea de que creía haberlo visto todo, pero no. “Cuando viví la UP, nosotros éramos mucho más jóvenes que la actual generación en el gobierno, pero nos subimos en el vagón de cola, sobre andando. Ahí era el único carro donde había asientos para nosotros y nos pudimos instalar. Pero en la locomotora no estábamos nosotros: ahí iban Clodomiro Almeyda, Jacques Chonchol, Luis Corvalán, hombres experimentados. Los jóvenes íbamos en el vagón de cola”.
-¿No temes que la inexperiencia propia de los jóvenes ahora que van adelante pueda descarrilar la locomotora?
-A estas alturas de mi vida, tengo la percepción de que la valorada experiencia de los mayores, tan necesaria, generalmente, tiende, y perdóname la expresión un tanto futbolera, a achanchar a la gente. A hacerla más tímida, más prudente, menos jugada. La experiencia es útil, pero trae aparejada una cierta aversión al riesgo. ¿Cuánto podemos arriesgarnos? No sabemos. Lo dirá el tiempo. Si hay algo a lo que yo he esperado toda la vida es a que Chile cambie.
Política y perfomance
“Chile cambió”, ya es una frase cliché. Muchos señalan que el cambio lo marca el estallido social de octubre de 2019, como explosión de descontento frente a los 30 años de gobiernos democráticos post dictadura.
-¿Eres de los que abominan de los 30 años?
-No, para nada. Hay muchos elementos valiosos en ese periodo. Fui tres veces ministro en los años 90, pero la decepción con los treinta años empezó a crecer y a instalarse cuando se produjo el cambio de liderazgo. Con Aylwin y con Frei, los presidentes democratacristianos, uno sabía quién era el jefe y tenía claros los bordes en que podía moverse. Los socialistas entramos al gobierno de Aylwin por un tremendo sentido nacional. Si no lo hubiéramos hecho, gobernando sólo con la derecha, la DC habría hecho un imperfecto gobierno de continuidad de Pinochet. Esa administración de la que fuimos parte permitió la recuperación de los derechos civiles básicos, las investigaciones del Informe Rettig. Fueron tiempos muy difíciles, lo mismo que los de Frei Ruiz-Tagle, que se complejizaron aún más con la detención de Pinochet en Londres… Durante el gobierno de Ricardo Lagos, él tuvo el gran gesto de nombrarme embajador en Argentina, cargo que desempeñé por tres años con absoluto profesionalismo y al que renuncié para asumir en reemplazo de Eduardo Castillo Velasco en la Universidad Arcis. El gobierno había ido perdiendo pie y comprometiéndose mucho con la política de los consensos. A mi juicio, Lagos, el primer presidente de izquierda después de Allende, y luego los dos gobiernos de Bachelet, estuvieron muy por debajo de los cambios que debieron haber hecho, combinando lo político con lo social. De ellos, uno esperó cambios que no se produjeron.
Arrate, que se define como un hombre de formación militante muy disciplinada, no se escandaliza con las dos coaliciones absolutamente díscolas que apoyan al joven presidente Gabriel Boric. Y no parece afligirle que Mario Marcel haya debido improvisar una solución dique para el quinto retiro. Dice: “Un amigo mío que escribió un libro sobre el estallido, sobre la revuelta popular de 2019, Carlos Ruiz, sostiene que en Chile ha surgido un nuevo pueblo, donde nuevo no necesariamente quiere decir positivo, y eso aterra y desconcierta a muchos”.
Carlos Ruiz, su amigo, es sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Chile y preside la Fundación Nodo XXI, centro de pensamiento ligado al Frente Amplio. Es uno de los ideólogos que inspira a Gabriel Boric. Juntos con Jorge Arrate, escribieron un libro en 2020, “Génesis y ascenso del socialismo chileno. Una antología hasta 1973”, pero al que se refiere ahora nuestro entrevistado es a “Octubre chileno. La irrupción de un nuevo pueblo”, también publicado en 2020.
Si lo miramos en detalle, en Chile, lo único estatizado durante estos 30 años fueron los partidos políticos”.
-Carlos dice que cambió la naturaleza de nuestro pueblo, un pueblo que creció bajo la égida del neoliberalismo, cultura que se volvió hegemónica en el país y en casi todo el mundo. Ese modelo ha generado en todas partes la necesidad de individualizarse, de ser único, singular. Cada uno con su tatuaje, su color de pelo, su sombrero, su pinta. A la izquierda le ha costado comprender este fenómeno que está dándose en todo el planeta. Los partidos se han “neoliberalizado”. Hace unos quince años se hablaba de “los díscolos” y se hizo mucho para impedir la rebeldía, tanto en la derecha como en la izquierda. Nosotros tenemos 5 partidos inscritos y otros siete grupos, lo que dificulta los acuerdos. A la derecha le pasa lo mismo. Vivimos en estas circunstancias y el gobierno tiene dos coaliciones…
-¿Eso no dificulta y revuelve el de por sí revuelto gallinero político?
-Es probable, pero también aporta fuerza y potencia. Ese nuevo pueblo obliga a pensar en la naturaleza de los partidos políticos. Hay una reflexión que está siendo limitada respecto de este tema. Si lo miramos en detalle, en Chile, lo único estatizado durante estos 30 años fueron los partidos políticos.
El proceso cultural con el imperio del nuevo pueblo incluye, dice Jorge Arrate, la farandulización de la política, “que está en el borde con la performance, que es un arte muy admirado por las vanguardias. Hoy todo es performace, incluida la política. Los debates presidenciales son una verdadera preparación teatral”, afirma.
-Es el caso de los parlamentarios y constituyentes que saltaron de la televisión o de la calle a la política, como Jiles, Stingo, Rojas Vade y Campillay…
-No, no, confundamos. La senadora Campillay no tiene ninguna relación con la farándula. Ella ha hecho un tremendo esfuerzo de formación sobre la base de lo que era: obrera de una fábrica, dueña de casa, ciudadana. Si hoy examinas lo que ella dice, nunca es hiriente, irónica, populista o demagógica, como otros.
-Yo la mencionaba como víctima de un delito horrible, que -por serlo- se convierte en senadora, lo que es una novedad política.
-Tal cual, si no le hubiera pasado eso terrible que le pasó, probablemente seguiría haciendo su vida de siempre. Pero eso terrible la transformó en símbolo de un cierto tipo de víctima. El suyo es un caso muy particular. No la conozco en persona, pero me encantaría conocerla.
No aprecio ni aplaudo a Daniel
Hace doce años que Jorge Arrate está fuera del Partido Socialista. “Después de eso estuve varios años muy solo. Y los intentos que hice por refundar una izquierda socialista moderna no cuajaron… hasta ahora que formo parte del comité ejecutivo de Plataforma Socialista. Es un animal raro esta Plataforma. Hemos ido creciendo mucho. Ya somos unos doscientos. El socialismo chileno es mucho más que un partido y no se trata de reconstruir por nostalgia del pasado. El intento busca hacer converger a las corrientes socialistas clásicas de las que yo provengo con las que son nuevas, que surgieron en el siglo 21, como Apruebo Dignidad.
Maya Fernández, ministra de Defensa; Willy Kracht, subsecretario de Minería; Ernesto Águila, académico de la Chile, que ahora está de asesor en el segundo piso, Manuel Antonio Garretón, y unos 6 ó 7 secretarios regionales ministeriales son parte de ese “animal raro”. Dice Arrate: “Nosotros miramos la política con un criterio de integridad. Lo que ha separado a los socialistas en este tiempo es la práctica política, que ha desvalorizado la consecuencia, la integridad, el valor que tiene hacer lo que se dice. Esta inconsecuencia ha producido una evidente decadencia. A mí no me gusta hablar del PS y sus actuales líderes. El PS fue mi casa durante 46 años con sus amarguras y sus grandes alegrías. Lo más amargo fue cuando nos dividimos en 1976, cuestión que luego se subsanó. Y la mayor alegría para mí fue el 29 de agosto de 1987, cuando tras 14 años de exilio, pude volver a entrar a mi país. Llegar y ver en el aeropuerto a un grupo de compañeros cantando la Marsellesa socialista fue una felicidad enorme, tan grande como cuando fui nominado como candidato presidencial de Partido Comunista en la elección de 2009”.
Esa singularidad tiene que ver con hacer un gesto al PC, dice hoy, en que es partidario pleno del gobierno de Gabriel Boric. “Nosotros seguíamos centrados y teníamos y tenemos muy claro el concepto de la lucha de clases, que une a los partidos de izquierda con el movimiento popular chileno. No veíamos con tanta claridad el tema de género, de paridad, el medio ambiental y el de los pueblos originarios, del que sí es consciente la izquierda del siglo XXI”. Cita a Galileo, para reforzar este cambio del socialismo que mantiene aquello de la lucha de clases, “pero gira”, dice, hacia estos nuevos ideales. “La idea nuestra es la refundación de las ideas socialistas para ir convergiendo progresivamente con las del pueblo que se representan en este siglo XXI. Hay que llegar a la unión de lo político con lo social como sucedió en los gloriosos años dorados del allendismo desde el 50 al 70…”
-Que terminaron tan mal…
-Sí, con los rockets sobre La Moneda, las balas, los desaparecidos, más allá de los errores que nosotros cometimos.
-¿Qué es Daniel Jadue para el gobierno de Boric?
-Tengo mucho afecto y amistad por Daniel. Participó activamente en mi campaña presidencial. Eso, sin embargo, no obsta a que ahora no atino a comprender bien qué ha estado haciendo y diciendo Daniel en Venezuela. No aprecio ni aplaudo ni sus dichos ni sus palabras.
-¿Qué piensas de Vladimir Putin y de Nicolás Maduro, que lo aplaude con tanto entusiasmo?
-Me disculparás, pero a Putin yo no lo considero de izquierda. Es un autócrata nacionalista con posturas de derecha. Maduro es un hombre que proviene de la izquierda venezolana, sin duda, pero yo sé poco de Venezuela. He estado sólo en dos ocasiones y por un par de días en Caracas. Pero siempre me impresionó cómo atacaban a Hugo Chávez, algunas de cuyas acciones y quehaceres yo apreciaba. Cuando murió Chávez se produjo un cambio de dirección. Que hoy haya seis millones de venezolanos desplazados de su país deja en evidencia que se trata de un régimen que ejerce de manera desmedida la autoridad contra su propio pueblo. Ahora que salió el informe de Michelle Bachelet como comisionada para los derechos humanos de ONU, ya no tengo dudas, porque uno escucha, lee, pero no sabe. Su informe me pareció muy sustantivo.
Y acto seguido, analiza las innumerables conductas dictatoriales que a su juicio esconden gobiernos que se supone democráticos. “La administración Trump difícilmente puede ser considerada respetuosa de los derechos de su pueblo y de otros pueblos del mundo. Tengo una mirada muy negativa sobre su política internacional. Estados Unidos, que ejerce una especie de tutela en materia de respeto a los derechos humanos en el mundo, tiene a decenas de hombres detenidos por años, engrillados de pies y manos, con mamelucos naranjas, en Guantánamo. Esa es una violación grosera de las libertades civiles, pero nadie parece escandalizarse”.
Jorge Arrate tiene 80 años. Nació durante la Segunda Guerra Mundial, cuando campeaban el nazismo y el fascismo. Durante su juventud, la amenaza nuclear era el telón de fondo. “Vivimos bajo esa amenaza. En verdad, mi generación ha vivido momentos muy cruciales: revolución cubana, el proceso de la UP, el Golpe, la caída del Muro de Berlín, todo ese edificio que se vino al suelo y cuyo impacto aún se sigue sintiendo, como vemos ahora en la guerra de Rusia y Ucrania”.
Este resumen está desarrollado en detalle en los dos volúmenes de sus memorias: “Con viento a favor: Del Frente Popular a la Unidad Popular”, en el cual recorre sus años formativos, entre 1941 y 1973, y “Volveremos mañana: Destierro y Retorno, que va desde 1973 a 1992. Ahora trabaja en el tercer y último tomo, en el que avanza a paso de tortuga. “Sucede que me canso de mí mismo”, dice, parafraseando a Neruda, y confiesa que le dan ganas de escribir cuentos y que, además, está muy ocupado de la política, la que sigue practicando duramente, según afirma.
Arrate es un escritor dotado. Tiene un libro de cuentos premiado y es muy buen cronista. Hace muchos años me regaló su recetario artesanal, diseñado por la hija de Nicanor, Catalina Parra, en madera y papel kraft, numerado –son sólo 150 ejemplares–. “Entremeses”, se llama. Allí mezcla política y recetas de cocina. Siempre fue un gran gourmet y un sibarita.
Ahora –dice– está medio retirado de las pistas. “Los 80 están llenos de restricciones”. De tanto en tanto se permite “un vaso de buen vodka y helados italianos de verdad, no de yogurt, con los que tengo que conformarme ahora”. Dice que la pandemia lo volvió sedentario y puso satisfactoriamente a prueba la convivencia con su tercera esposa, la escritora Diamela Eltit, con quien lleva 24 años casados. “Es mi matrimonio más largo”, comenta al tiempo que toma en brazos, besa y saca del escritorio a Tin Tan, su chilean fox terrier, de 14 años. “En tiempos perrunos, él es mayor que yo”, hace notar, antes de una última reflexión política: “Chile vive circunstancias muy complicadas: conflicto en La Araucanía, consolidación del narco en las poblaciones, tema que debería estar en el primer lugar de las preocupaciones, falta de confianza en la autoridad, problemas de seguridad pública, doce años de sequía continua… Estamos en un momento en que se cruzan muchas variables y el camino que se viene es muy difícil, pero hay que recorrerlo y salir adelante. Boric puede”.