Chile y la Torre de Babel
La “Casa Común” se ha transformado en otra Torre de Babel, pero en nuestro propio territorio y en nuestro propio tiempo. No me refiero tanto a las estupideces y poco dignas intervenciones de algunos de sus miembros. Me refiero al fondo que hemos ido conociendo del articulado que pretende sea votado en el Plebiscito de Salida.
Como lo acaba de hacer el sociólogo Jonathan Haidt en la revista The Atlantic, resulta útil también usar la metáfora bíblica de la Torre de Babel para mostrar algo de fondo que nos está ha pasando en Chile.
Cuando la gente que participaba en la construcción de la torre comienza a hablar en diferentes lenguas y nadie logra entenderse con nadie, la construcción se transforma en un caos y se frustra toda posibilidad de lograr el objetivo. La Torre de Babel es la historia de la fragmentación de todo, según algunos estudiosos. Y de esa acepción me baso para esta opinión.
Nos hemos transformado en un país fracturado, incapaz de hablar un mismo mínimo lenguaje común entre nosotros. Pareciera que ya nada significa nada realmente para nadie, por lo menos de una manera en que la mayoría amplia pueda estar de acuerdo. Todo es relativo.
La “Casa Común” se ha transformado en otra Torre de Babel, pero en nuestro propio territorio y en nuestro propio tiempo. No me refiero tanto a las estupideces y poco dignas intervenciones de algunos de sus miembros. Me refiero al fondo que hemos ido conociendo del articulado que pretende sea votado en el Plebiscito de Salida. Cómo refleja éste la fragmentación nacional que menciono; como se tratan de imponer visiones tan contrapuestas al sentir del común de los chilenos; de visiones de la vida tan extremas, cuando sabemos que esta no es blanca o negra, sino que está llena de matices. Qué manera de estar desconectados entre nosotros y con el pasado.
Pero, además ¡Qué mediocridad en toda la discusión! Nos hemos ido acostumbrando a hacer todo a medias. Todo en forma provisoria. Nos hemos transformado en el país de las leyes cortas, para arreglar rápidamente las leyes largas mal estudiadas y peor redactadas. Nos hemos transformado en los reyes del eufemismo. En los verdugos de los seres pensantes y en adoradores de los seres frívolos; en que cualquier cosa más allá de 140 caracteres no la entendemos o nos nos interesa. Y esto se ve en todos los niveles, incluso en el mundo “racional” de los negocios (“¿me lo puedes poner en una paginita, por favor?”
¿Lograremos ser capaces de entender el mundo como algo dinámico y no lineal? ¿Como algo en permanente evolución y al cual tenemos que ir adaptándonos necesariamente?. ¿Cómo enfrentar de la mejor manera las incertezas que tenemos por delante? ¿Cómo entender que esas incertezas se encaran con valores y con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace y haciendo bien el trabajo que a cada uno le toca?
Seguimos usando categorías de análisis que me parecen del Parque Jurásico, como la de “Derecha” e “Izquierda”. Nadie es totalmente de un lado o del otro, salvo los fanáticos. O es el Estado o es el sector privado, sin intermedios. Podemos observar la arrogancia de uno y otro extremo, al pensar que el mundo es como ellos lo piensan y no como realmente es. Nos hemos llenado de etiquetas sin mayor sentido pero tremendamente eficaces. “Progresismo”; “Neoliberalismo”; “Facho”; “Zurdo”; etc. Todas ellas que nos impiden escuchar a los otros y buscar puntos comunes. Todas maneras de descalificar totalmente a la persona que no piensa como yo.
Por eso vuelvo a mi duda inicial: ¿Estamos construyendo la Casa de Todos o la Torre de Babel?
Jaime Undurraga,
abogado