Gretel y Karla: devastadas por la droga
El calvario de esta madre y abuela conmueve, tanto como la fuerza con que trata de sacar de la droga a la penúltima de sus seis hijos, Karla. Hoy, la joven es una figura fantasmagórica y gris, “el color de piel de los pastabaseros”, que limpia parabrisas en las esquinas de Alto Hospicio. A cargo de tres nietos que la llaman “mamá”, Gretel, con 57 años y una máquina de coser para sacarlos adelante, comparte su testimonio.
“Vivo con el temor de que golpeen la puerta y sean los carabineros que vienen a avisarme que asesinaron a mi hija Karla, que apareció muerta, descuartizada por ahí. No dejo de pensar que cuando ella estaba limpia me contó que a veces, por las noches, dormía debajo de los autos para protegerse y evitar que la violaran”.
Gretel Neira (57) es costurera y dirigente vecinal de una toma en Alto Hospicio. Madre de seis hijos, abuela de nueve nietos, está a cargo de tres de los cinco hijos de Karla (29), la penúltima de sus vástagos. “Ella era mi princesita preciosa, regalona de sus hermanos mayores, hasta que cayó en la droga y empezó a desaparecer como persona, a convertirse en nada. No acepta su rol de madre, de hija, de hermana, y ha devastado a la familia. Es terrible ver cómo alguien a quien pariste, educaste, intentaste proteger, se va destruyendo día a día. Te hace trizas el corazón.
-¿Cómo se inició su proceso de deterioro?
-Empezó con que no quería ir a clases. Ocho veces la matriculé en octavo básico: ¡ocho veces! Nunca terminó el colegio. Después dijo que quería trabajar, ganar su plata. Luego quedó embarazada. Gracias a Dios, mis dos primeras nietas han tenido unos padres excelentes, hombres que se han preocupado de sus hijas y se han alejado de Karla y de nuestra familia; yo entiendo que quieran proteger a las niñas. No los culpo.
Cuenta que cuando la segunda de las niñas era pequeña, casi una recién nacida, Karla desapareció. “Ya no vivía conmigo, sino con el padre de su hija, pero se fue. Los dejó a los dos. Yo hice la denuncia por presunta desgracia en Carabineros, tapicé de letreros con su foto Alto Hospicio, hice llamados en Facebook. Ella tenía entonces 24 años. Un día me llamaron de Arica, del hospital. Entonces yo vivía en la toma, en la parte de abajo. Fue antes que nos desalojaran y nos reubicaran acá arriba, pero igual me las arreglé y partí a buscarla. La encontré embarazada de nuevo y con un nivel de consumo extremo. Delgadísima, su cara se había transformado, su pelo, su forma de hablar. Me la traje a la toma, donde estuvo viviendo conmigo un tiempo. Parecía estar mejorando, pero empezó nuevamente a desaparecer. Se iba por dos días y volvía. Cuando su tercer hijo, Gerson, nació, ella ni siquiera se enteró por lo volada que estaba. Estaba viviendo en un ruco, consumiendo pasta base, por eso, dicen los médicos Gerson nació con síndrome de Poland, una enfermedad de los músculos del pecho. Por suerte, alguien avisó y una ambulancia la fue a recoger y la llevó al hospital de Iquique. De ahí, me llamaron”.
Gretel metió ropa en un bolso y partió al rescate. “Me dio tanta pena verla tirada en una cama como una muerta, como un fantasma. Y mi nieto al lado, en una cuna, tapado con unas mantas grises. La abracé y le dije que nos iríamos a la casa, pero una asistente social me dijo que el niño quedaría bajo la tuición del Sename. Yo dije que eso no lo iba a permitir, que era su abuela y que me haría responsable. Fue tanta mi desesperación, que la misma asistente social me llevó al Juzgado de Familia. Así logré que me entregaran la custodia de Gerson”.
Gerson hoy tiene 5 años y le dice “mamá”. Ella lo adora. Y se desvela por él. “Karla estuvo apenas una semana con nosotros. Una noche escuché que le gritaba al niño, que lo culpaba de sus problemas. Fui y se lo quité. Por la mañana, ella ya no estaba en la casa. Desapareció durante seis meses y eso es terrible. Es terrible que la hija de tu corazón desaparezca de esa manera y saber que se está matando de a poco. Ver que su hijo no la ve como mamá y saber que ella no está recibiendo ese cariño que podría fortalecerla y salvarla…”.
Niños adictos positivos
Al cabo de un año de ausencia, Karla reapareció.
-Un día llegó en vehículo. La dejaron frente a mi puerta: estaba con tres meses de embarazo y esperaba gemelos. Uff, fue tremendo. Muy fuerte para mí. Pensé: “No me puedo hacer cargo, no soy capaz, tengo 50 y tantos años, estoy enferma de una enfermedad pulmonar”, pero luego sentí que siempre he sabido salir adelante, que puedo, así es que la acepté de vuelta. Cuando estaba en el sexto mes de embarazo, se me arrancó y fue a parar al hospital. Los niños tenían síntomas de querer nacer, pero los retuvieron un poco más, para que maduraran sus pulmoncitos. A los siete meses, los mellizos, Maximiliano y Alejandra, que cumplirán 3 años en septiembre, nacieron. Ella se había vuelto a arrancar y a consumir, e ingresó al hospital muy agresiva antes del parto. Yo le supliqué al médico que la operara. Que le ligara las trompas, pese a sus 27 años, a su juventud. Le expliqué que yo no podía seguir criando más niños. Le dije que me quedaría con los mellizos, pero que no podía más, y que, si la dejábamos así, en un año, llegaría otro; al siguiente, otro y así… Karla dio su consentimiento y la esterilizaron. Yo creo que fue lo correcto: los niños no tienen que venir a este mundo a sufrir.
-¿Karla nunca ha tenido tratamiento para su consumo problemático de drogas?
-Es muy difícil acceder a tratamiento acá en Alto Hospicio, y se hace más difícil si alguien que es mayor de edad, como ella, no quiere tratarse. Siempre piden esa voluntad y un periodo de abstinencia, si no, no hay caso. Yo he buscado opciones, porque tampoco se trata de llegar e internarla. Una opción que me dieron era meterla el Psiquiátrico para desintoxicarla, pero no me pareció; ahí dentro hay gente con todo tipo de problemas. Buscando por aquí y por allá, llegué a un tratamiento fuera de la región, en un recinto religioso en Puerto Montt. Al principio, cuando se lo propuse, ella se cerró totalmente. Pero la amenacé: le dije que le cerraría las puertas de mi casa y no le permitiría ver a los niños si no se internaba. Tenía que presionarla de alguna manera.
Finalmente, Karla aceptó tratarse. El pastor de la iglesia evangélica de quien depende el centro terapéutico en Puerto Montt vino a buscarla a Alto Hospicio. Gretel trabajó como nunca para juntar el dinero del pasaje.
“Hice y vendí mascarillas porque estaba partiendo la pandemia y había que mandarla a la otra punta de Chile. No era fácil; me había bajado el trabajo y tenía que llevar sus cosas: ropa de abrigo y todo eso. Estuvo un año en total en Puerto Montt, los primeros tres en aislamiento total. Incomunicada. Yo hablaba con el pastor y él me iba informando de la evolución. Cuando pude hablar con ella, se le oía y se le veía bien. Había recuperado peso, tenía más colorcito, no ese tono de piel grisáceo que agarran los pastabaseros. Cuando volvió, estuvo muy bien, incluso armamos un proyecto juntas de estampado. Ella empezó a salir con un chico muy bueno, un chef. Él la quería mucho y me dijo que arrendarían una casa para formar familia ellos y los mellizos. Estuve de acuerdo, con la condición que yo seguiría supervisando a los mellizos.
Gretel los tenía matriculados en el Jardín Infantil Camino al Sol del Hogar de Cristo, en pleno centro de Alto Hospicio, pese a lo a trasmano que queda de la toma donde viven. Ahí había estado Gersoncito, como llama al niño de sus ojos, y confía plenamente en las educadoras. Con esas reglas claras, Karla se fue con la ilusión de partir de nuevo.
-Un día me llamaron del jardín para avisarme que Karla no había ido a buscar a los mellizos. Pensé que podía haber tenido un accidente y partí a buscarlos, tratando de no pensar en que podía haber recaído, bloqueando ese pensamiento terrible y rogando que no fuera así. Pero ella misma me llamó para decirme: “Mamá, me mandé una cagá: estoy consumiendp de nuevo”. Y me cortó. Después de una semana, vino a recoger su ropa. Enojada, para que nadie le dijera nada. Me aseguró que se mejoraría sola. Ahí decidí que por mi salud mental y el bienestar de los niños, tenía que soltarla. No quiero entrar en una depresión, no me gusta enfermarme y los chiquititos me necesitan. Sólo me tienen a mí y necesito estar bien para ellos.
-Estás muy enojada con tu hija. ¿La culpas o tratas de entenderla?
-No la culpo a ella, aunque sí en la medida que probó y cayó en la droga. Ella es hija de un padre alcohólico. En su ADN está ese gen. Era una adicta positiva al alcohol y se pegó en las drogas, no en el trago. Mis nietos son adictos pasivos a la droga, porque la consumieron a través de ella en la etapa del embarazo, y, por eso, debo estar atenta, cuidarlos siempre. Impedir que caigan, como cayó su madre. ¿Sabes? Yo me quedaba noches enteras conversando con ella, animándola, mostrándole mi cariño en todas sus formas, pero algo faltó. Me cuestiono todo el tiempo en mi rol de madre, me analizo, pienso qué hice mal.
-¿Cómo ves el futuro? ¿Tienes esperanzas de que se recupere?
-Como te dije: mi temor más grande es que vengan a decirme que Karla apareció muerta, acuchillada en la calle. Ella es parte de mi alma, un pedazo de mi cielo, y temo que pueda llegar ese día. No la veo hace meses. Algunas vecinas de aquí del campamento me han contado que la han visto limpiando parabrisas en las esquinas, incluso me han mandado fotos. Está flaquísima, demacrada. A veces llama para decirme que vendrá, pero no lo hace. O que me ama. Yo la amo muchísimo y me siento impotente, imposibilitada, de sacarla de ese pozo negro donde se ha metido. Nadie imagina lo que sufro por ella.
Análisis del caso
“Impresiona la fuerza y el coraje de esa abuela que no fallece por sacar adelante a su hija y nietos, cuando muchos ya habríamos bajado los brazos y, al mismo tiempo, genera indignación por la respuesta del Estado para mujeres que presentan consumo problemático de alcohol y otras drogas. La oferta terapéutica para ellas es muy deficiente e incluso inexistente en algunas regiones del país”, dice Carlos Vöhringer, psicólogo a cargo de consumo problemático de alcohol y otras drogas en el Hogar de Cristo.
Según las cifras oficiales de Senda, durante el año 2021, cerca de 650 mil personas entre 12 y 64 años estaban en una situación de consumo problemático. De las mujeres, cerca de 28 mil declararon necesitar tratamiento, sin embargo, sólo 6 mil mujeres accedieron a algún tipo de atención. Esta brecha es histórica en muchas regiones del país. Faltan programas específicos para mujeres, que sean flexibles y con perspectiva de género. Que ofrezcan la posibilidad de que las mujeres puedan estar con sus hijos en edad pre escolar si lo requieren y con apoyo de vivienda y trabajo al egreso del programa, lo que es esencial.
“Esta carencia en nuestra política pública hizo que Gretel buscara una alternativa para su hija a más de 4 mil kilómetros de distancia con el consecuente de desarraigo y la imposibilidad de poder visitarla. Junto con el desafío de la oferta de programas terapéuticos para mujeres, ellas también deben superar más barreras para acceder al tratamiento que los hombres. Tienen la responsabilidad del cuidado del hogar y de los hijos, asociada al género, y fuertes sentimientos de culpa y de ansiedad. El doble estigma o rechazo social que significa consumir droga y ser consideradas malas madres, muchas veces oculta el problema y retarda el tratamiento. Junto a esto, está el temor de perder la custodia de sus hijos si hacen público su problema”.
Carlos Vöhringer señala que si usted o una persona cercana necesita un espacio de orientación sobre este tema se puede comunicar de forma gratuita y confidencial al número 1412 que es el Fono Alcohol y Drogas del SENDA que está disponible las 24 horas del día durante los siete días de la semana, usando celular o red fija.
Números elocuentes
Según el último informe semestral de programas de tratamiento por consumo de alcohol y otras drogas de SENDA, la distribución por sexo de las personas atendidas se divide en: 7.426 hombres (68,7%) y 3.385 mujeres (31,3%)
Entre los motivos de la menor presencia de mujeres, un estudio publicado por SENDA en 2016, señalan que influye el modelo de tratamiento y la tendencia de las mujeres a acudir más a los servicios de salud que a los dispositivos de drogodependencias.
El programa terapéutico que tiene Hogar de Cristo en Quilicura es uno de esos espacios excepcionales donde se recibe a mujeres de alta vulnerabilidad económica con niños pequeños y problemas severos de consumo de alcohol y otras drogas.
Desde mayo de 2017 hasta marzo de 2022, ha atendido a 74 mujeres. Treinta y dos de ellas han egresado con alta terapéutica sus objetivos cumplidos. Diecinueve de ellas han sido derivadas a otros dispositivos, como centros ambulatorios, que puedan responder de mejor manera a sus necesidades. Catorce han abandonado el proceso. Nueve se han retirado por otro tipo de razones.