La crisis infinita
¿Acaso alguien supone que en la Argentina no hay capacidad técnica para entender y encaminar el desastre?
Cómo ustedes saben, queridos lectores, soy argentino. Eso implica ser parte del país de nunca jamás.
La biblia con el calefón, la mano de Dios, virtudes, defectos, egos, riqueza y pobreza a la vez…Borges y Maradona, tango y rock, Messi, inflación, dólar, cepo, premios Nobel…un circo beat.
Tengo 63 años, y desde hace 50, siempre me dijeron que estábamos tocando fondo y a punto de la extinción. Gobiernos de todos los colores, democráticos y algunos tristemente producto de una dictadura infame, ministros de economía populares, elitistas, académicos pragmáticos, múltiples monedas que van desde el peso moneda nacional, el austral, el peso argentino y hasta bonos insólitos. La inflación se devoraba los ceros de la moneda, junto con los costos, los salarios y todo lo que eso conlleva. Historia viva, e historia repetida.
El desastre sostenido parece ser más dramático visto desde afuera que desde adentro. El argentino disconforme con cualquier situación que no lo deje viajar, que vive atado a un dólar que se desdobla en denominaciones exóticas (blue, negro, con liqui, etc.), miles de millones de dólares en cuentas en el exterior mezclados con la pobreza interna creciente y una clase media sobreviviente que se niega a emigrar. Es cierto, los pobres argentinos no emigran y ese es un dato respecto a los pobres del resto de la región.
En medio de toda esa tormenta perfecta, aparecen unicornios desde Mercado Libre hasta OLX, la Universidad de Buenos Aires en la posición 63 del ranking mundial, la proliferación de la ciencia, una realidad atada con alambre.
Tal vez por esa inercia, siempre algo sucede para que el fondo del pozo quede un poco más lejos, como alargando la agonía o sosteniendo la esperanza de resurgir como potencia en el sur del mundo.
Desde otros países, los ortodoxos académicos y hasta la gente común que observan el desastre sin comprender demasiado, plantean la falta de soluciones suponiendo, ingenuamente, que con herramientas y teorías económicas prolijamente aplicadas está la solución.
¿Acaso alguien supone que en la Argentina no hay capacidad técnica para entender y encaminar el desastre?
Claro que la hay. Pero no hay que ser tan primario para plantear que el problema es técnico. Parafraseando a Clinton, pero al revés, “no es la economía, estúpidos, es la política.”
Y cuando hablamos de política, no estamos discutiendo ideologías sobre liberalismo o estatismo. Izquierda o derecha. Estamos hablando de política como un sistema de acuerdos. Es otro nivel el requerido para encaminar una crisis infinita.
Los viejos neoliberales sostienen que la salida es reducir el déficit, liberar la economía, achicar el Estado… ¿Quién no se da cuenta de eso? Claro que todos, inclusive los empresarios que también juegan su partido con el Estado, a veces a favor y a veces en contra. No funcionó el neoliberalismo en un país que tiene cuidada su industria interna, ineficiente pero propia.
Los viejos “estatistas” siguen con su propuesta de ayuda social. Estado omnipotente, el déficit como un dato irrelevante, y un sistema de control que supera la simple regulación. También hubo exceso de estatismo, pero también se ha sobrevivido a ese exceso.
Ya sabemos entonces, que no es cuestión de fórmulas. Ni de una ideología ni de la otra. La solución, frente a intereses encontrados que son los que determinan el conflicto, tiene que ver con la política. Esa política que hoy no tiene actores. Ni Alberto Fernandez que vive provocado por Cristina Fernández de Kirchner (CFK), ni la misma CFK perdida en su laberinto. Ni Mauricio Macri que sigue tratando de justificar el motivo de su fracaso, ni la aparición de fantasmas como Milei, uno de esos desquiciados que siempre se aprovechan del revuelo y que después caen en desgracia.
Entonces, es la política.
Pero ¿qué es la política? Alguien diría que es el arte para alcanzar los objetivos de una sociedad, pero sabemos que es una definición inocente.
Perón decía que la política es el camino para llegar al poder y a partir de allí tomar decisiones pragmáticas, las que dependen de la habilidad para generar acuerdos.
La política es el arte de los acuerdos siempre a partir de un propósito, y la situación en la Argentina es que hace 50 años que ese propósito nunca estuvo ni claro ni compartido.
La lucha por el poder, hoy y siempre, las lamentables situaciones de corrupción proliferadas desde los gobiernos con complicidad de quienes sacan provecho de esos gobiernos, son parte de esta película que no podemos determinar si es de terror o es es parte de una locura de Mel Brooks.
¿Qué significa un acuerdo? Hubo varios intentos de grandes acuerdos nacionales que nunca llegaron a concretarse.
No hay que desactivar sindicatos, ni tampoco neutralizar a los grandes empresarios. Hay que convivir con ellos y utilizar su poder relativo para asociarlos a un rumbo posible.
No es una solución técnica. Solo depende de las intenciones y de la voluntad.
Pero ¿quién podría ser ese Churchill argentino que priorice una solución a una posición de poder? Difícil situación para un diagnóstico claro.
Lo único que creo podemos afirmar, es que más allá de economistas, expertos en finanzas, académicos que investiguen e intenten una teoría mágica, la solución argentina no se consigue en Harvard…
Como escribía Charly García: “Quién sabe Alicia este país, no estuvo hecho por que sí. Te vas a ir, vas a salir, pero te quedas. ¿Adónde más vas a ir?”…
Todo es cuestión de esperar. Eternamente esperar.