El largo de la Constitución: cuando los números importan
La experiencia reciente con la Convención Constitucional y la intención de voto del Rechazo hacen pensar que un cambio constitucional no es una fiesta a la queramos asistir muy a menudo.
El largo del texto constituyente no es un dato anecdótico. Los textos más largos suelen abundar en detalles, lo que resta flexibilidad a la constitución y con ello, longevidad. 388 artículos y 45043 palabras tiene el borrador de la nueva Constitución (sin contar las disposiciones transitorias). Para que estos números cobren sentido, conviene ponerlos en perspectiva. Si miramos hacia nuestro pasado constituyente, 8987 palabras tenía la constitución de 1833 y 9866 tenía la de 1925. La constitución de 1980 tenía originalmente 21423 palabras y llegó a 30835 con las últimas reformas (incluyendo las de 2021 relativas a la Convención). Si hacemos ahora una comparación a nivel mundial, el promedio de palabras de constituciones de los países de la OCDE es de 29387, mientras que el promedio para los países latinoamericanos es de 36171 palabras.
El largo del texto constituyente suele explicarse por el nivel de detalle del mismo. Una discusión constitucional puede entenderse como una negociación entre partes, en la cual cada parte quiere inclinar la balanza hacia el lado que le reporte más beneficios. Por lo mismo, querrán dejar “amarrados” sus postulados con el máximo de detalle posible, ante la desconfianza de que sean posteriormente malinterpretados, con buena o mala fe. Esto es particularmente grave cuando la falta de consensos llega a los niveles de atrincheramiento ideológico que vimos en Convención.
Si observamos el largo de los textos constituyentes en el tiempo, observamos una tendencia creciente, esto es, constituciones más recientes suelen ser más largas. Se ha especulado que esto puede deberse al efecto de la participación ciudadana en los procesos constituyentes. En este sentido, la ciudadanía es un actor más en la negociación, que busca fijar también su propia agenda participativa en futuras decisiones políticas del país.
Sin embargo, el texto constitucional debiese ser lo suficientemente flexible para adaptarse a circunstancias variables en el tiempo. De esta forma, constituciones con textos más flexibles debiesen durar más tiempo en vigencia. La durabilidad de una constitución es clave, pues pone al país es un escenario políticamente estable, necesario para el desarrollo. Esto no quita que existan procedimientos para someter el texto – completo o parcialmente – a revisiones periódicas, de forma tal que se adapte a los cambios tecnológicos, sociales y económicos que el país requiera. Volviendo a los números, la vida promedio de las constituciones en América Latina es de 12.4 años, mientras que en África es de 10 años, y en Europa occidental es de 32 años. Puesto que comúnmente los cambios constitucionales surgen en momentos de crisis, estos números reflejan también la estabilidad social y política de las distintas regiones.
Fue también una crisis la que desembocó en el acuerdo para la nueva constitución en 2019. Si bien las crisis son fuertes motores de cambio, son también un arma de doble filo pues – como señalaba Jon Elster – promueven la pasión por sobre la razón. Eso parece haber pasado en Chile: un clima polarizado y un texto demasiado extenso y detallado. Debiésemos aprender de la experiencia comparada y de la historia. De lo contrario nos veremos en la necesidad de cambiar la constitución más a menudo de lo que quisiéramos. La experiencia reciente con la Convención Constitucional y la intención de voto del Rechazo hacen pensar que un cambio constitucional no es una fiesta a la queramos asistir muy a menudo.