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21 de Julio de 2022

Diputado Francisco Undurraga: “La ley por la ley no sirve para nada”

Tampoco la Constitución por más buenos deseos que contenga. Así lo demuestra la ley de inclusión laboral que desde abril de 2018 obliga a las empresas privadas y estatales con 100 trabajadores y más a tener un 1% con discapacidad física o mental. Hoy sólo 4 de 10 personas con discapacidad que pueden estar trabajando, lo hacen. ¿Qué falla? El Estado y sus principios en materia laboral que descarta a quienes tienen limitaciones mentales. 

Por Redacción EL DÍNAMO
Fuma como chimenea, el diputado. En ese aspecto, lo ecológico no lo ha permeado. “Fumo tanto que me quemo los dedos; voy a perder los pocos que tengo”, dice con el humor negro que lo caracteriza. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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“Yo tengo la suerte de haber nacido así”. 

“Así” es: sin piernas, sin su brazo derecho y con sólo cuatro dedos en su mano izquierda. 

Francisco Undurraga (56), diputado de la República desde 2018, estaba en el útero de su madre, la artista plástica Teresa Gazitúa, cuando a causa de un accidente automovilístico, ella fue sometida a rayos X, sin saber que estaba embarazada. Francisco sufrió las consecuencias que hoy, en el programa Hora de Conversar del Hogar de Cristo, le parecen “una suerte” si las compara con lo que le sucedió al ingeniero comercial Luis Seguel. 

Seguel es hoy jefe del call center de esa fundación. A los 17 años empezó a sufrir las consecuencias de una enfermedad llamada retinitis pigmentaria, que lentamente ha ido privándolo de la visión. Hoy sólo ve luces y sombras, el bastón es su mejor amigo y ha aprendido a pedir ayuda. 

El diputado explica la comparación que hace entre Luis y él: 

–Yo tengo la suerte de haber nacido así y debo reconocer que esa es una ventaja. Es una ventaja porque para mí, mi normalidad es mi discapacidad física, a diferencia de Luis, que nació sin discapacidad visual y perdió la vista de manera paulatina. Yo creo que incluso el proceso de rehabilitación tiene mucho más valor en el caso de una persona como Luis, que pierde una capacidad que tenía. Para mí, caminar cojeando porque uso prótesis y me faltan las dos piernas, saludar con la mano izquierda porque no tengo el brazo derecho, y tener cuatro dedos y no diez, es lo normal. 

Francisco era el primer nieto y bisnieto por el lado de su mamá, de los Gazitúa Costabal y el primogénito de Teresa, la artista, y del publicista Francisco Undurraga Mackenna, hijo del agricultor Francisco Undurraga Vicuña, fundador de la Viña Undurraga. O sea, familia vinosa y champañosa, por donde se le mire. En 2018, me había contado: “Que naciera una persona sin piernas fue un impacto para todos, pero mis padres tomaron las riendas y se pusieron a ver qué podían hacer conmigo. Me llevaron a cuanto doctor existe y mi papá se tomó muy a la letra lo que les dijo un médico gringo: ‘Busquen todo en Chile’. No tenía sentido comprar prótesis en otro lado, porque, como pasa con los zapatos, yo iba a ir creciendo y me iban a ir quedando chicas”.

Ahora precisa: “Yo tuve la fortuna de ir a un colegio donde se practicaba la inclusión antes de que estuviera de moda el concepto inclusión. Soy alumno del colegio San Ignacio donde llegué por eso bien momio de que ahí se había educado toda mi familia, padre, abuelo, bisabuelo. Entonces los jesuitas dijeron obvio, es un Undurraga, que entre no más, aunque le falten dos piernas y un brazo. Así es que soy un privilegiado, debo reconocerlo y declararlo, porque si no lo hiciera, sería injusto con la gente que no ha tenido  todos los privilegios que he tenido yo para poder desarrollarme teniendo una discapacidad”. 

La ley de Inclusión Laboral, que entró en vigencia antes de que Francisco Undurraga fuera diputado, incentiva la inclusión de personas con discapacidad al mundo del trabajo. Establece una reserva de empleos del uno por ciento para personas con discapacidad o beneficiarias de la pensión de invalidez de cualquier régimen previsional, en organismos del Estado y empresas privadas que tengan 100 o más trabajadores. Un dato elocuente es que sólo 4 de 10 personas con discapacidad que por Ley de Inclusión podrían trabajar, hoy están insertos en el mundo laboral. Y los menos presentes son los que tienen discapacidad mental

¿Conclusión? La ley está lejos de cumplirse. Muchos culpan al COVID-19, pero, sin duda, hay razones de fondo estructurales que no tienen que ver con la pandemia. 

–Tal como hemos visto que ocurre con el texto constitucional, ¿confiamos demasiado en que los textos, lo escrito, garanticen derechos, cuando, a la larga, todo pasa por cuestiones mucho más profundas en materia, por ejemplo, de inclusión?  

–Generalmente, lo normado en exceso achata lo que propone. Yo entré a la legislatura cuando esta ley, que se trabajó entre 2014 y 2018, tenía poco menos de un mes de vigencia. Es una ley con deficiencias, por cierto, pero que, al menos, ha obligado a que los seres humanos, tan reacios a cambiar por convicción, empiecen a hacerlo por obligación. No es para nada la octava maravilla del mundo, requiere de muchas modificaciones. De hecho, yo soy autor de una ley que es complementaria a esta y que busca instalar un acompañamiento de los trabajadores con discapacidad dentro de las empresas. En Chile, la inclusión típicamente surge en los directorios como un compromiso a ese nivel, porque el gerente general tiene una sobrina con Down o el director un pariente cojo, pero eso no garantiza que los trabajadores estén preparados para recibir a personas con discapacidad. Eso requiere mucho más que una habilitación de los espacios físicos: un baño de puerta ancha para que entre una silla de ruedas o que los enchufes estén más bajos, lo que se requiere es gestionar el entorno y el entorno son los seres humanos que van a trabajar con el discapacitado.

Contradicciones del Estado

–Además de la cuota famosa: un trabajador discapacitado por cada cien trabajadores, ahora se incorpora la figura de un gestor de discapacidad o como se llame. ¿Es así?

–Sí, una ley que entra en vigencia en estos días que tiene que ver con eso y es un seguimiento que debe hacer el Ministerio del Trabajo. Se están implementando capacitaciones para que una persona de Recursos Humanos de las empresas con cien trabajadores o más, se encargue del discapacitado y de los demás trabajadores que interactúan con él. La inclusión no la hace la organización completa, sino quienes trabajan con la persona con discapacidad. De lo que se trata es de generar una cultura del cambio y, desde ese punto de vista, no sirve sólo transformar el espacio. Hay que cambiar la mentalidad. 

El diputado se ilumina cuando cuenta el caso de una fábrica que se dedica a hacer colchones en el sur del país. “Está en La Araucanía y tiene una línea de almohadas premium hechas con plumas de pecho de ganso. Esa línea de producción, que requiere de trabajadores obsesivos, reiterativos y meticulosos, que no se cansan al repetir lo que aprendieron, está cubierta por personas con síndrome de Down. Y eso no es esclavitud ni ninguna mala talla estilo redes sociales, sino que aprovecha las virtudes de un tipo de persona. Personas a las que cuando les dices 225 gramos entienden que son 225, ni 226 ni 227. Eso para mí es atreverse a hacer verdadera inclusión”. 

Francisco Undurraga, lo mismo que el ingeniero casi ciego Luis Seguel, al que no le gusta la expresión “no vidente, porque significa que todos los que ven son videntes; o sea, capaces de anticipar el futuro” y la conocida antropóloga Patricia May, quien tiene acondroplacia o enanismo, son profesionales exitosos con discapacidad física. Y los tres coinciden en que la discriminación más cruda la padecen quienes tienen limitaciones de tipo mental, ya sea discapacidad intelectual o síquica. Ahí, en el panel donde se encontraron, sostuvieron que esa –la mental– es la discapacidad que más les cuesta aceptar a “los normales”. 

El diputado Undurraga señala “una contradicción vital” entre la ley y la realidad. “Indudablemente, que ahí está la mayor dificultad para la inclusión, partiendo porque la ley de inclusión deja fuera a todas las empresas del aparato estatal en lo que tienen que ver con discapacidad mental”. 

–¿Cómo es eso? 

–Simple, porque para trabajar en el Estado deben tener al menos cuarto medio aprobado. Y las escuelas especiales no otorgan licencia de cuarto medio. O sea, lo que queda por delante es darle esa equivalencia a las escuelas especiales donde van hasta los 26 años las personas con discapacidad mental o permitir de alguna manera la contratación de estas personas sin esa exigencia académica para cierto tipo de cargos y funciones. Hay que equiparar la responsabilidad estatal con la responsabilidad privada en este tema, de manera urgente, si queremos hacer un cambio de verdad, porque no puede ser que el mayor empleador de Chile, que es el Estado, excluya a estas personas. 

–Más cuando la ley dice expresamente que las empresas privadas y públicas con más de 100 empleados deben incluir un uno por ciento al menos de trabajadores con discapacidad en general, sin hacer distinción entre lo físico y lo mental. 

–Claro. Y hay otro aspecto donde el Estado está al debe, y aquí se relaciona con la discapacidad física. Hay varias empresas del Estado que funcionan en edificios patrimoniales que no se pueden modificar por ley, ni siquiera para generar espacios inclusivos para trabajadores con discapacidad. Esa es otra limitación. 

–Bien tonta, también, porque el Estado debería ser quien da el ejemplo en cuanto a inclusión. 

–Bien tonta, porque el Estado debería ser el mayor promotor de todo esto. 

Con los pocos dedos chamuscados

“No comparto que el fin justifique los medios”, dice el diputado a propósito de la Teletón, tan criticada a veces. Y agrega: 

–Yo soy parte de la Teletón y si bien es cierto mi proceso de rehabilitación partió antes de la misma, yo nací el 65  y la Teletón empezó el 78,  efectivamente visibilizó una realidad que estaba oculta para la sociedad. Era una época además sumamente difícil: vivíamos en dictadura y todos debíamos ser  iguales. Era un país en blanco y negro. Tal como ha dicho Patricia May, la gente con discapacidad, gracias a la Teletón, dejamos de ser unas gallinas tuertas y nos convertimos en personas, incluso en ambientes tan tradicionales como el de mi familia. Mis abuelos se sintieron más acompañados al ver que su nieto no era el único distinto.

–¿No tienes críticas hacia lo que algunos consideran un uso medio sensacionalista de la discapacidad?

–No, a mí me ayudó mucho. Hay gente mucho más preparada que yo que puede hacer ese otro análisis crítico, pero a mí me sirvió mucho. Yo creo que más que de la Teletón el problema es de la sociedad que “limpia” mucho sus culpas en términos de exclusión a través de ella. Dona el día en que hay programa, durante la campaña previa, y siente que ya hizo lo suyo, cuando incluir a las personas con discapacidad no es donar una vez al año. 

–Francisco, ¿qué mediadas creativas y probadas en otros lugares más avanzados que nuestro país pueden contribuir a mejorar la inclusión de las personas con discapacidad?  

–En España, la lotería, como nosotros la conocemos, es de los ciegos y ella ha generado muchos programas de inclusión a raíz de los ingresos que obtiene. Creo que hay que mirar iniciativas como esa, aunque lo más relevante y necesario en esta materia son cambios culturales efectivos. La ley por la ley no sirve para nada. Se requiere que la inclusión de las minorías que está tan de moda, en materia de grupos LGTB+, pueblos originarios, incluye a la minoría más mayoritaria que somos nosotros, los discapacitados. Nosotros somos el veinte por ciento de la población a nivel mundial. Somos muchos y no estoy llamando a que salgamos a las calles a pelear por nuestros derechos, aunque realmente es agotador estar solo en esta lucha en el Congreso. 

–¿Qué estás proponiendo entonces? 

–Que la inclusión no tenemos que hacerla las personas con discapacidad. Son los otros, los con-capacidad, los que deben vernos e incluirnos. Deben aprender a no sentarse en los asientos para discapacitados en el metro, no ocupar los estacionamientos reservados. Debe pasar lo mismo que ha sucedido con el reciclaje y la conciencia ecológica en los niños. Y ahí la educación es fundamental. Yo, cuando cabro fumaba y tiraba las colillas donde cayeran, ahora y no por ser diputado sino porque lo tengo internalizado, me cuido mucho de dónde botarlas. 

Fuma como chimenea, el diputado. En ese aspecto, lo ecológico no lo ha permeado. “Fumo tanto que me quemo los dedos; voy a perder los pocos que tengo”, dice con el humor negro que lo caracteriza. 
 

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