Locuras colectivas
Llevamos varios años en un estado de locura colectiva en los cuales hemos visto la degradación de las instituciones, de la política y del diálogo a todo nivel, con la proliferación de perfiles y conductas grotescas, estrafalarias y maliciosas.
La salud mental sin duda que es un tremendo y delicado tema que hace sufrir a muchas personas, cuando no puede ser detectado ni abordado en forma adecuada. Pero más allá de su dimensión sanitaria individual, hay un aspecto societario que siempre me ha intrigado y que tiene que ver con decisiones y acciones colectivas que atentan contra la propia comunidad. Esto ocurre cuando es más o menos evidente que el rumbo que se está tomando lleva hacia turbulencias e incluso el abismo, pero se persiste en él a pesar de poder cambiar de curso en algunos de los casos. Ergo, diría que en esas situaciones se actúa en un estado de locura social y política, y que se define por autoinfligirse un daño pudiendo evitarse.
El tema es más intrigante en sociedades democráticas, especialmente las de larga data y con un alto nivel de desarrollo y bienestar. ¿Por qué en ciertos momentos, un segmento significativo, que puede llegar a ser mayoritario, opta por cuestiones que pueden terminar deteriorando seriamente la economía, la convivencia social, la democracia e incluso la unidad nacional?
Hay coyunturas en la historia de la humanidad más propicias para estas conductas, que coinciden con transiciones de un esquema a otro (sistema internacional, economía, sociedad, medio ambiente, etc.) que se caracterizan por un aumento de la incertidumbre. Y parece que la pérdida de las certezas gatilla ansiedades y es terreno fértil para el surgimiento de voces y posturas que en otras circunstancias serían consideradas como “exóticas” o derechamente desquiciadas. Sin duda que estamos en uno de esos momentos.
En la película “Batman: El caballero de la noche”, el personaje del Joker dice en algún momento “la locura es como la gravedad, basta con un pequeño empujón” y eso no puede ser una observación más apropiada para el contexto mundial y nacional que estamos viviendo.
Uno de los casos que he denominado de “locura colectiva” y que quisiera examinar brevemente, es el del Brexit. Mirando el tema ya con algunos años de distancia, es impresionante cómo se gestó y cómo ha evolucionado.
Su gestación se reduce a una apuesta de política interna, del primer ministro conservador David Cameron, quien para zanjar una división partidaria y sin obligación de hacerlo, convocó a un referéndum para decidir la continuidad del Reino Unido dentro de la Unión Europea. Tan confiado estaba en ganar, que ni siquiera se preocupó de establecer requerimientos de quórum de participación y votación para salir del bloque y cómo continuar en caso de aprobarse la salida. Sorpresivamente y por una estrecha diferencia, se impuso la opción del Brexit.
Tras el estupor inicial y revisando quienes y por qué votaron por salir, quedó en evidencia que la parte del Reino Unido que se sentía postergado en la globalización, aprovechó de patear el tablero. No hubo racionalidad, pero sí una expresión de rabia, y el poeta romano Horacio definió la ira como una “corta locura”. En este caso, el 52% de los votantes votó en buena parte por un estado emocional, cuando todos los análisis económicos indicaban que el Reino Unido iba a ser un país más pobre en solitario, sin contar su pérdida de influencia política a nivel mundial y sin considerar la profundización de las divisiones entre las naciones que constituyen el reino (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte).
¿Qué ha pasado desde que se materializó el Brexit, el 31 de diciembre de 2020? El Reino Unido es efectivamente una presencia cada vez más solitaria en la escena mundial y la mayor parte de Europa parece pensar que los británicos se han vuelto colectivamente locos. Pero esto no solo corresponde a la visión externa, también está el impacto en la vida de los británicos y su consiguiente percepción.
Una reciente encuesta realizada por Ipsos mostró que la proporción de británicos que piensan que la salida del Reino Unido de la UE ha empeorado su vida cotidiana ha pasado del 30% en junio de 2021 al 45% actual (1 año y medio desde su consumación), una cifra que incluye algo menos de una cuarta parte de las personas que votaron por la salida.
Entre los efectos más destacados que ya se sienten y registran por la población están los siguientes: problemas con la fuerza laboral, menor comercio con Europa, explosión burocrática y restricciones a la movilidad, menor productividad y crecimiento, mayor inflación y costos.
Respecto de la fuerza laboral, se han producido situaciones críticas en áreas como la salud, el cuidado de las personas mayores y la agricultura, debido al regreso a sus países de un contingente importante de europeos que cumplían estas funciones, las que no han podido ser reemplazadas aún por personal británico o de otros países extra comunitarios. En mayo pasado, existía una vacancia de 10% en puestos de cuidadores, frente al 5,9% del mismo mes de 2021. Esto significa que muchos hogares han debido cerrar o reducir sus plazas y muchos ancianos y personas que no pueden vivir solas terminan en hospitales, ocupando la infraestructura destinada a otros fines. En materia agrícola, se estima que se ha perdido el 25% de las cosechas de frutas, por falta de personal.
Producto de las nuevas regulaciones e impuestos, el comercio con Europa se redujo en 14% entre 2020 y 2021 y esa tendencia se mantendrá. Especialmente para las pymes, las exportaciones e importaciones se han vuelto una pesadilla por el aumento de los trámites, costos y plazos. Ya son reiterados los episodios de colapso en el puerto de Dover, donde carga y personas han tenido que esperar horas para ser atendidos.
Si antes los británicos viajaban fácilmente por toda la UE, con mínima exhibición de documentos y sin problemas de plazos, ahora deben hacer las filas de los que no pertenecen al bloque, con la consiguiente mayor demora y estar sujetos a visas de estadía, así como eventualmente acreditar que tienen recursos suficientes para su estancia, incluyendo un pasaje de regreso.
En materia de crecimiento, la renta per cápita británica ha crecido un 3,8% en términos reales desde el segundo trimestre de 2016, cuando se produjo la votación, frente al crecimiento del 8,5% en la UE, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR) proyectó en marzo de 2020 que el Brexit reduciría la productividad y el PIB del Reino Unido en un 4% en comparación con la permanencia en la UE. El OBR dice que algo más de la mitad de ese daño aún está por materializarse.
Finalmente, la inflación en el Reino Unido es más alta que en el continente y todo indica que demorará más en bajar, nuevamente en atención al Brexit. La salida de la UE ha debilitado la libra, lo que incrementa los precios de las importaciones y aumenta los costos de las empresas, además de todos los otros factores.
Además de todo el impacto económico, el Brexit ha profundizado las diferencias internas, especialmente con Escocia e Irlanda del Norte. En cuanto a la primera, el gobierno autonómico exige un nuevo referendo de independencia, el que, de llevarse a cabo en el corto plazo, podría ver triunfar a los nacionalistas escoceses. Aunque la decisión depende de Westminster, puede llegar un momento en que sea difícil resistir la presión de los escoceses independentistas. Y respecto de Irlanda del Norte, el Brexit ha reavivado las tensiones entre católicos y protestantes, además de agriar las relaciones con Irlanda y la UE.
Si bien, con tanta evidencia a la vista, así como hubo un referendo para salir, podría haber otro para volver a unirse a la UE, lo dramático es que las dinámicas van cobrando vida propia (por ejemplo una burocracia que crece es difícil de revertir), y volver a torcer el rumbo se ve altamente improbable, al menos en los próximos años. Los líderes de los partidos laboristas y conservador (incluyo aquí a la probable vencedora Liz Truss) que fueron pro UE, ahora se sienten obligados a mantener el rumbo en su discurso, a sabiendas de que no es lo más conveniente. Es que es difícil volver a un clima polarizado y extender la incertidumbre, sobre todo cuando los tiempos políticos son más cortos que los procesos de los países. En esos casos se requiere de grandes condiciones de liderazgo para ir contra los obstáculos, lo que no se vislumbra actualmente.
Las personas y los países pueden aprender los unos de los otros y como chilenos, atravesando un período de alta polarización, tenemos a la vista un proceso de “locura colectiva” que ha significado detrimento para el Reino Unido y que causará efectos negativos duraderos, sin tener claridad de que los beneficios futuros lleguen a compensarlos.
Es muy relevante preguntarse entonces qué similitudes compartimos con ese caso y qué podríamos evitar repetir en nuestro proceso de definición constitucional. ¿Es la rabia o la ira un elemento central que originó y sustenta la propuesta de borrador constitucional? Y si así fuera, ¿no es una forma de locura según Horacio? ¿Cómo propender de verdad a un texto que en la jerga pre-convención sea “la casa de todos”?
También es fundamental preguntarse si, de aprobarse la propuesta actual, podrán hacerse reformas en el corto plazo o entraremos en una dinámica, como el Brexit, de un carril del cual ya nos será muy difícil salir, con consecuencias negativas que muchos expertos han anunciado, como se hizo en el Reino Unido, y que puede que nunca se compensen con lo positivo que podría surgir.
Llevamos varios años en un estado de locura colectiva en los cuales hemos visto la degradación de las instituciones, de la política y del diálogo a todo nivel, con la proliferación de perfiles y conductas grotescas, estrafalarias y maliciosas. Es tiempo de recuperar y defender la lucidez y tomar el control de la situación antes de que nos hagamos más daño.