CFK
Seguramente lo que más le impacta no es la condena, sino el hecho de no poder quedar en la historia como el mito que intenta construir. Demasiado ego.
Cristina Fernandez de Kirschner (CFK), el personaje más relevante e influyente de los últimos 15 años de la vida política argentina tiene finalmente un pedido de condena, por hechos de corrupción sucedidos durante su gobierno y que comenzaron, aparentemente, en el período en el que su marido Néstor, era presidente.
La acusación cuyo tono resulta de gravedad, ya que el alegato de la fiscalía determina que, durante el ejercicio de su período presidencial, CFK era responsable de una asociación ilícita, lo que es lo mismo que decir que actuaba como la “jefa” de una banda criminal.
Algo grave, en extremo grave si se tratara de un país dónde las leyes no se manejan como un campeonato de pulseadas. Pero esto es otra cosa en un país dónde la justicia parece ser manipulada por el poder político de turno.
La condena es concreta, los actos de corrupción se perciben como demostrables a partir de obras públicas no realizadas (Lo que representa un fraude al Estado), la historia filmada en vivo de los bolsos de dólares resguardados por monjas en un convento, la aparición de una empresa constructora que tuvo un crecimiento inusitado en pocos años (¡42 mil por ciento!) sospechosamente integrada por miembros del poder político y con la aparente dirección de CFK.
Este es el hecho.
Por otro lado, y esto es lo que da letra a CFK y sus seguidores a considerarse perseguida, la condena es impulsada por un fiscal con aparentes relaciones políticas con la oposición, ya que fue fotografiado jugando fútbol con otros fiscales y jueces en la quinta de Mauricio Macri, una actitud que puede teñir la independencia de criterio en la acusación.
Esto también es un hecho.
Pero dejando a un costado los hechos (Algo que parece habitual) y la interminable discusión acerca de la verdad o del “lawfare”, lo que se pone de manifiesto en estas reacciones político-sociales es la falta de confianza en las instituciones, y lo más peligroso, la incredulidad en la justicia de parte del lado afectado por la misma. Indudablemente, es el mayor riesgo para una democracia plena.
En tal sentido, la búsqueda de la verdad se juega en un escenario dónde la verdad la cuentan los medios influyentes, los líderes de opinión, los militantes que suponen que una sentencia judicial se vota y no se legisla, los grupos de presión. Cuando la mentira es la verdad.
Pero más allá de lo estrictamente judicial, estas son instancias dónde se hace política y proselitismo, de baja calidad por supuesto.
El peronismo kirchnerista, en el afán de cuidar la imagen de su Jefa, asume que esta condena de CFK es comparable con la que tuvo Perón en 1945, un argumento que tiene más intención de amenaza que de recrear una verdad histórica. Perón fue arrestado por un gobierno de facto, CFK es condenada en democracia, y casualmente en el marco de un gobierno peronista.
El impacto dentro del gobierno aumenta la tensión de una interna en la que el desdibujado presidente Fernández busca sostener a CFK, en tanto que el presidente “informal” (Sergio Massa) hace declaraciones “light” pensando en su futuro político en la que no es posible asegurar de qué lado lo encontrará.
La oposición, que tampoco goza de unidad, ve la oportunidad de quitarse una enorme piedra en el camino de retornar al poder, más allá que internamente la lucha es feroz.
Hechos y supuestos.
Es importante considerar que de esta situación, hay dos consecuencias relevantes por considerar: El impacto en la convivencia social, y el resultado en el ego de CFK, ambas situaciones que van de la mano.
La reacción de la sociedad puede ser complicada, y de alto riesgo si no existe alguien que pueda estabilizar los ánimos. Por un lado, la revancha de una parte de la sociedad que desde hace años viene pidiendo la prisión para CFK, y por el otro quienes se suponen atacados por una justicia “comprada” por los poderes fácticos que quieren proscribir y neutralizar a su “Jefa”, impulsados por un gobierno y un “presidente” (Alberto Fernández) que pone en duda a la justicia. Un presidente dudando del poder judicial, es peligroso.
Otro golpe a la convivencia.
¿Qué puede pasar? Nadie puede descifrarlo.
Lo esperable es que este nuevo hito en la convulsionada historia política argentina no termine en violencia social. Pero la historia nos plantea un futuro impredecible.
Un párrafo aparte para el futuro de CFK.
Seguramente lo que más le impacta no es la condena, sino el hecho de no poder quedar en la historia como el mito que intenta construir. Demasiado ego.
Es un golpe emocional más fuerte que el jurídico, para una persona que nunca se creyó terrenal, que entendió la democracia a su modo y así la practicó, con prepotencia y una supuesta superioridad que la puso en el centro de la escena política argentina. Nadie puede dudar de su capacidad distintiva en la política, como tampoco de su voracidad por el poder y el dinero.
A los 70 años, solo le queda mendigar una banca en el Senado para paliar esta condena, pero ya no será el mito que quiso ser, sino una simple mortal.
Será justicia… ¿Será justicia?