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3 de Octubre de 2022

Viejas y nuevas pobrezas

La desigualdad feroz que habría aumentado en los últimos 30 años, según denuncia frívola e ignorantemente, un embajador que “habita” mal un cargo, en vez de ejercerlo con la mínima dignidad exigible, sí que era feroz hace 78 años. 

Por Redacción EL DÍNAMO
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Converso con Heriberto Cisternas, quien el domingo pasado cumplió 89 años. 

Es un señor delgado, con boina gris sobre una cabeza clara y una memoria fresca. 

Hablamos por Zoom. Él está en su casa en Talca. Parada detrás, vemos a Elisa, de 90,  su mujer desde hace 62 años. También lo acompaña su nieta, Camila, que es fonoaudióloga y fue quien me contactó para contarnos que, cuando era niño, su tata había vivido en “un hogar de menores”.

Con Heriberto hablo de pobrezas viejas y antiguas. 

Me cuenta que dejó su casa a fines de la década del 40; tenía poco más de 10 años. Vivía en Quinta Normal y su padre “era caído al frasco. Por su culpa, vivíamos en una miseria terrible”. En su experiencia de “niño vago”, conoció a muchos como él: huérfanos, “huachos”, abandonados, niños fugitivos de la miseria rural, que preferían huir a la capital antes que ser regalados como mano de obra barata. 

Dice que estaba durmiendo debajo de una banca de la plaza Pedro de Valdivia, cuando lo despertó y lo recogió una señora. Lo llevó a su casa y luego hizo los contactos para que lo recibieran en la Escuela-Granja del Hogar de Cristo en Colina. 

Inaugurada el 18 de mayo de 1947, en un amplio terreno “de 12 cuadras”, comenzó albergando a 57 niños pero rápidamente llegó a acoger a 120 jóvenes en riesgo social. Según su creador, Alberto Hurtado, “los niños reclamaban campo, espacio y aire puro”. En ella, varones de entre 9 y 14 años completarían estudios primarios con talleres que los capacitaban en algún oficio y colaboraban en las labores de campo. 

Heriberto vivió allí dos años. 

En sus memorias conserva fresca la imagen de haber hecho una fila para besarle la sotana al alegre padre Hurtado. “Los curitas italianos que nos cuidaban nos dijeron que estaba enfermo, que tenía cáncer, que moriría pronto. Él, que tenía siempre una sonrisa ancha, ese día estaba triste y nosotros también”.  Dice que de él aprendió un principio clave: “Lo ajeno es siempre ajeno, así nos decía”. No hay que robar ni envidiar. “Yo nunca lo hice. Ni en mis peores apreturas. Ser honrado es un valor que me hizo ser lo que soy”, afirma este hombre que aprendió en la práctica a trabajar maquinaria pesada y hoy tiene 3 hijos, 8 nietos y dos bisnietos. Orgulloso, nos manda una foto de su torta de cumpleaños: en cuadrados de mazapán está escrito: “Contento, Señor, Contento” y tiene una camioneta verde encima. 

Este 19 de octubre, el Hogar de Cristo cumple 78 años, y la pobreza que se vivía entonces era muchísimo más concreta, visceral y física que la actual, por describir así la desnutrición de los niños, la precariedad del calzado y el vestuario, el analfabetismo, los piojos y chinches, la sarna y los sabañones. 

En 1951, la revista Time escribió un sorprendente reportaje sobre Chile: “Algunas calles de Santiago han llegado a ser más peligrosas que los senderos de las selvas africanas. Cunde una ola de crimen y lo más importante es que la mayor parte de los crímenes son cometidos por menores de 21 años. Unos cincuenta mil criminales, la mayor parte jovencitos, corren ahora por las calles de Santiago”. 

El texto es parte de esa crónica, citada por el padre Hurtado en una columna aparecida en El Mercurio. Impresiona que en una época en que la globalización no era ni siquiera una idea, un medio estadounidense se hiciera eco de un fenómeno que ocurría tan lejos, en Chile. El hecho, sin duda, revela la profundidad de “un problema de contornos pavorosos”, como se lee en el titular de uno de los muchos reportajes publicados por Las Últimas Noticias a comienzos de los 50, medio que bautizó a los niños abandonados que vivían bajo los puentes como “los gorriones del Mapocho”. 

Han pasado 78 años de la fundación del Hogar de Cristo y la pobreza es otra. Más dura, dicen algunos. Distinta, afirman otros. Menor, sin duda, proporcionalmente. 

La desigualdad feroz que habría aumentado en los últimos 30 años, según denuncia frívola e ignorantemente, un embajador que “habita” mal un cargo, en vez de ejercerlo con la mínima dignidad exigible, sí que era feroz hace 78 años. Y en los últimos 30 años disminuyó. Negarlo es tonto. 

Pero el problema de la pobreza persiste. Con nuevas caras, con nuevos dolores y carencias.  
Hay que ser justos y claros para señalar los progresos e identificar los cambios, como el influjo de las drogas y el narcotráfico que hoy secuestra a una infancia que no anda a pata pelá, sino que sueña con zapatillas de marca y para conseguirlas hace lo que no hizo Heriberto, quien tuvo la guía del mayor activista social chileno. Uno que no habitó ningún cargo, pero se ocupó y preocupó (como se usa decir hoy) de los más pobres de Chile, en serio. Que hizo propuestas y dejó un legado: “su milagro cotidiano”, como llaman algunos al Hogar de Cristo, que sigue vivo, acogiendo a casi 35 mil personas en pobreza y vulnerabilidad casa año; haciendo propuestas de políticas públicas; aportando con investigación; evolucionando en sus modelos técnicos; buscando soluciones para las nuevas pobrezas.

 

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