Conciertos
El costo de las entradas es exorbitante; no entiendo cómo, en medio de la crisis económica y ocupaciones que atraviesa el país, es posible que se agoten con semanas de anticipación y que haya encima inmensa cantidad de gente que incluso se quede sin ellas.
Durante la segunda mitad de 2022 el Estadio Nacional de Santiago se transformó en la quizás más grande arena del mundo de conciertos de diversos grupos musicales “importados”, con varias consecuencias absolutamente negativas, a las que me quiero referir.
Prácticamente no hubo – ni habrá – semanas en que no se presenten estos espectáculos; algunas semanas incluso más que uno. El costo de las entradas es exorbitante; no entiendo cómo, en medio de la crisis económica y ocupaciones que atraviesa el país, es posible que se agoten con semanas de anticipación y que haya encima inmensa cantidad de gente que incluso se quede sin ellas.
Chile como país no gana nada con estos conciertos; todo lo contrario. Mientras las empresas que intervienen en la organización de los espectáculos se llenan de la plata que sale de los bolsillos del público – o sea, simplemente cambia de lugar – una gran parte se transforma en dólares o euros y se va del país. Eso transforma los conciertos en una especie de importación sin otro beneficio que entretener a un público con dudoso resultado educativo, porque los espectáculos son de nula calidad cultural. Solo aportan algunas horas de entretención hasta el delirio para unas millas de espectadores, pero con consecuencias negativas a muchas más personas que nada tienen que ver o disfrutar con lo que pasa en el escenario de las funciones en días laborables.
Hay una paralización espantosa en la mitad de Santiago que comienza hasta diez horas antes del inicio de los conciertos, mediante el cierre de avenidas y calles, con desvíos en una metrópoli que desde décadas que está colapsada. Millones de horas de trabajo pierde la gente – y el país -, atascada en un tráfico más lento que caminar para poder realizar “en orden” el espectáculo. Miles y miles de vehículos con conductores y pasajeros maldicientes aumentan la contaminación ambiental que casi siempre rige en la ciudad; gran cantidad de carabineros se dedica a resguardar el orden – el éxito – de la función en lugar de perseguir la delincuencia, que ya ha desbordado a todos los límites y que en la opinión de chilenas y chilenos representa hoy el mayor problema del país.
Miles y miles de vehículos estacionan en lugares prohibidos, veredas y pastos en hasta diez cuadras alrededor del Estadio, dándoles un festín a los ladrones para robar autos, innumerables espejos retrovisores y hasta patentes.
Es no solo inexplicable, sino imperdonable que las autoridades autorizantes: alcaldes, intendentes, gobernadores (ni sé cuál de ellos) autoricen estos conciertos en el Estadio Nacional en días de trabajo. Será porque aporta a la comuna pingües ingresos; pero eso no justifica las funestas consecuencias que detallo arriba y que hasta van más allá de lo descrito. Habidas muchas experiencias anteriores, déjenme poner en dudas que no haya alguna – o algunas – manos, no muy blancas detrás de estos permisos.
Dichos masivos eventos “¿culturales?” deberían tener lugar, antes que nada, en días no laborables cuando no afectan el trabajo, el transporte, la vida normal. Si es el Estadio Nacional el lugar adecuado u otro escenario santiaguino, no es mi tarea de decidir. Pero tal como hoy se hacen las cosas solo traen diversión para algunos, perjuicio para muchos, molestias e inconvenientes para la ciudad.
Tomás Szasz