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Actualizado el 6 de Enero de 2023

Radicalización del Partido Republicano en Estados Unidos

El caso del Partido Republicano deja en evidencia cómo los partidos políticos pueden ser capturados por una minoría organizada y cómo pueden ser completamente transformados en ese proceso. ¿Qué hace posible aquello y particularmente que una agrupación de 170 años sufra una mutación tan radical?

La clave está en cómo bloquear o debilitar las fuerzas polarizantes y sus efectos en la sociedad. Lo que acontezca al interior del Partido Republicano en los próximos dos años nos dará luces sobre este tema. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Ya es un lugar común lo de la radicalización o polarización de la política en la mayoría de los sistemas democráticos de lo cual tampoco escapa Estados Unidos. En este país el fenómeno no solo tiene dividida a la sociedad en prácticamente dos mitades, también ha contagiado a los partidos Demócrata y Republicano, que en su seno cuentan con facciones cada vez más radicales. Esto acentúa la dificultad de obtener apoyos en el congreso dentro de las propias filas para iniciativas del gobierno del mismo signo.

Este fenómeno de radicalización en la práctica está transformando el sistema de partidos en Estados Unidos al generarse una fragmentación que hace que coexistan bloques bajo un mismo paraguas pero que ideológicamente están cada vez más alejados, lo que de alguna manera es un germen de multipartidismo dentro del tradicional bipartidismo norteamericano. Si bien ambos partidos siempre han recogido un amplio abanico de sensibilidades e ideas dentro de sus filas, la diferencia con el último tiempo es que estas son más marcadas e irreductibles, dificultando como se dijo los acuerdos y aumentando las oportunidades de “fuego amigo”, muchas veces más letal que las acciones del adversario.

Si bien ambos partidos no escapan a este proceso, el fenómeno ha sido más acentuado entre los republicanos. Respecto de este partido, un hito en su transformación fue lo que se conoció como el “Tea Party” que se comenzó a gestar a mediados de los años noventa del siglo pasado con personajes como el representante Newt Gingrich, quienes proponían volver al espíritu “original” de la constitución norteamericana contra el centralismo del poder federal. En lo económico suscribían una visión mucho más liberal, privilegiando la iniciativa privada y buscando reducir los impuestos. En materia valórica asumían una postura más militante en la defensa de la vida y del rol fundamental de la familia en todo orden de cosas.

Este movimiento fue ganando adeptos en la sociedad y en el Partido Republicano, y en las primarias del año 2010 así como en las elecciones de mitad de período de ese mismo año lograron imponer a varios de sus candidatos más importantes, sacudiendo la estructura tradicional partidaria e influyendo en la definición de las prioridades.

Sin embargo, no lograron aumentar su influencia, aunque sí estimularon una mayor radicalización, abriendo espacio a un nuevo sector, en parte una suerte de vástago del Tea Party que se denominó “Derecha Alternativa”, que suma los objetivos del primero, pero incluye grupos supremacistas blancos y profundiza en temas como la autonomía de los estados versus el gobierno federal y la tenencia y porte de armas.

Este último grupo fue el que respaldó la nominación de Donald Trump en las primarias del partido, logrando su elección y posteriormente su triunfo en los comicios generales del 2016.

La elección de Trump marca sin duda un hito dentro del Partido Republicano, tanto por haber sido nominado sin haber tenido prácticamente historia dentro de ese partido, como por el control total que adoptó sobre la estructura en muy poco tiempo. Y ese ascendiente fue posible por la coincidencia ideológica de lo que representaba Trump con lo que aspiraba ahora la mayoría del partido.

Durante su presidencia el partido profundizó su radicalización, tanto así que en diversas encuestas realizadas inmediatamente después de las elecciones del 2020 y posteriormente, 70% de los electores que se califican como republicanos consideran que estas fueron fraudulentas (versus 18% que manifestó desconfiar del sistema electoral antes de los comicios).

La radicalización también se refleja en que, con muy pocas excepciones, los congresistas republicanos se han opuesto a investigar y juzgar a Trump en diversos episodios, incluyendo su papel en la invasión del capitolio, que marcó la imagen y democracia de ese país. Y quienes se atrevieron a hacerlo fueron vetados en sus repostulaciones.

En las últimas elecciones de mitad de período, esta radicalización parece haber jugado en contra de las expectativas republicanas, con un electorado que sigue dividido casi por igual, pero con un creciente porcentaje de ciudadanos cansados del clima confrontacional y cuyo mensaje, conforme al resultado, fue forzar a una negociación entre los partidos, no concediendo a ninguno el control. Los demócratas lograron retener las riendas del Senado con 51 escaños frente a 49, mientras los republicanos conquistaron la Cámara de Representantes con 222 asientos frente a 213 de los demócratas. A esto se suma que la mayoría de los candidatos apoyados por Trump fueron derrotados.

No obstante su triunfo en la cámara, el Partido Republicano está sufriendo los amargos frutos de su radicalización. Con ya más de 10 votaciones incluyendo al explícito respaldo de Trump, su candidato a la presidencia de dicha corporación Kevin McCarthy no ha podido obtener los 218 votos necesarios al oponerse un núcleo duro de 20 congresistas, que podríamos calificar de extrema derecha. Estos, más que proponer algún candidato alternativo (aunque uno propuso a Donald Trump por cuanto el sistema permite que se elija un presidente de la cámara que no sea representante), quieren ciertas concesiones para incorporar algunas prioridades de su agenda.

Esta situación, que impide que asuman los congresistas mientras no se elija la presidencia y por lo tanto podría tener al poder legislativo bloqueado, no se producía hace cien años, cuando fueron necesarias 9 votaciones para poder definir. Pero antes, en 1859, justo antes de la Guerra Civil (otra época de gran polarización que para algunos se podría repetir ahora), fueron necesarias 44 votaciones para elegir a la presidencia (y en 1855 fue el récord que se mantiene hasta hoy de 144 votaciones).

A pesar de las concesiones, hasta ahora McCarthy no ha logrado atraer los votos faltantes y ceder más significará una victoria pírrica, quedando expuesto en cualquier momento a la quitada de piso de este grupo. Otra alternativa es que surja un nuevo candidato de consenso, aunque al igual que ahora, tendrá costos políticos y no asegura la lealtad en las votaciones de la cámara, en un escenario de una mayoría tan estrecha.

Otra posibilidad, más rupturista en el actual contexto, es que se produzca una negociación con los demócratas, para obtener su apoyo a cambio de garantías y concesiones. Esto muy probablemente significaría el quiebre de los republicanos, también con una presidencia débil y dependiente al final del día de los demócratas, socavando por ende su rol opositor.

Los demócratas han estado unidos promoviendo la candidatura de Hakeem Jeffries, quien sería el primer afrodescendiente en encabezar la cámara. Esto ante las dificultades de la candidatura de McCarthy, está abriendo la posibilidad, entre los republicanos, de levantar también una candidatura afrodescendiente y se menciona la opción del representante Byron Donalds. Esta opción podría congregar votos cruzados sin comprometer previamente concesiones, lo que es relevante para cualquier directiva que quiere desempeñarse como oposición.

A nivel de candidaturas presidenciales, a la fecha la próxima elección podría ser una reedición de la anterior, con Trump y Biden, aunque se está fortaleciendo la posibilidad de que el gobernador de Florida Ron DeSantis sea el nominado republicano. Lamentablemente, DeSantis parece ser una versión más joven de Trump en lo que se refiere a su postura política, lo que augura la mantención de la polarización existente, salvo que el escenario cambie precisamente como consecuencia de la división republicana y su rol en la cámara. Si los sectores más radicales logran imponerse, será más difícil sostener una postura más conciliadora y moderada. Si son contenidos y se demuestra que ello reditúa mejor políticamente, entonces al igual que en el caso del Tea Party, la Derecha Alternativa se debilitará y el Partido Republicano podría moverse hacia el centro.

Hay esperanza para pensar que podría haber una moderación en función del último resultado electoral y lo ya señalado, pero la batalla decisiva se libra dentro del Partido Republicano por su control. El status quo (control de Trump) o el traspaso a una posición similar sería un aliciente a la polarización.

Finalmente, el caso del Partido Republicano deja en evidencia cómo los partidos políticos pueden ser capturados por una minoría organizada y cómo pueden ser completamente transformados en ese proceso. ¿Qué hace posible aquello y particularmente que una agrupación de 170 años sufra una mutación tan radical? ¿Corresponde a un cambio social profundo con una estructura que se adapta? ¿O es el partido el que impulsa un cambio social relevante? Sin duda que confluyen varios factores, pero es innegable que los partidos políticos también marcan el debate y devenir de sus sociedades, pudiendo agudizar las diferencias y el conflicto, o bien generar condiciones para converger en torno a objetivos comunes.

La clave está en cómo bloquear o debilitar las fuerzas polarizantes y sus efectos en la sociedad. Lo que acontezca al interior del Partido Republicano en los próximos dos años nos dará luces sobre este tema.

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