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Actualizado el 1 de Abril de 2023

Migración: fenómeno global en ascenso

Es urgente tanto a nivel global como regional abordar en forma integral este tema, basándose en lo más reciente como es el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular.

A las causas habituales y principales de la migración forzada como son el hambre, los conflictos (internos y externos) y la opresión, se suma el cambio climático, que además de incidir en los anteriores, está creando realidades propias. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Desde que el ser humano existe, se ha desplazado abandonando su zona de residencia habitual en búsqueda de mejores oportunidades. El mayor movimiento siempre se ha debido a causas externas como hambrunas y guerras, y, en ocasiones, los desplazamientos han generado profundas transformaciones geopolíticas. Baste citar dos ejemplos en una amplia perspectiva histórica. En primer lugar, el ingreso de las tribus germánicas al Imperio Romano con especial fuerza en los siglos IV y V empujados por otros pueblos, incluyendo a los hunos. Estos grupos terminaron destruyendo el Imperio Romano de Occidente y originando la Edad Media, con su parcelación de reinos, precursores de los actuales estados europeos.

Otro caso más reciente es la emigración judía a Palestina de los sobrevivientes del holocausto, lo que derivó en la creación del Estado de Israel y en la reconfiguración del Medio Oriente, uno de cuyos conflictos vigentes más espinudos es la coexistencia pendiente de dos estados en lo que originalmente fue el territorio palestino bajo mandato británico.

Con casi 8.000 millones de habitantes actualmente en el mundo y la facilidad agregada en materia de transportes y comunicaciones, sin duda que cualquier movimiento poblacional tiene más impacto directo e indirecto que nunca y ningún continente está exento de esta realidad.

A las causas habituales y principales de la migración forzada como son el hambre, los conflictos (internos y externos) y la opresión, se suma el cambio climático, que además de incidir en los anteriores, está creando realidades propias.

Un caso reciente de incidencia climática es la guerra civil en Siria, cuyo origen habría sido gatillado por una extensa sequía entre 2006 y 2010, que desplazó a miles de campesinos a las ciudades en condiciones miserables. Esto a su vez, ante la falta de respuesta del régimen, generó un descontento popular que derivó en una insurrección política y la consecuente represión gubernamental, iniciándose en 2011 una guerra civil que todavía persiste. Casi 5 millones de sirios o el 25% de la población del país, emigraron forzados por las circunstancias. La mayoría de ellos quedó repartida en los países vecinos, especialmente Turquía y el Líbano, aunque alrededor de un millón y medio se estableció en Europa, con Alemania recibiendo a 800.000.

En el caso europeo, esta oleada cuyo peak ocurrió en el período 2014-2015 con además migrantes de otros orígenes como Irak, Afganistán y el Sahel africano, ha dejado profundas consecuencias. Políticamente las sociedades receptoras se han polarizado, levantando el tema de la inmigración como uno de los principales en el debate público y estimulando el auge de los partidos de ultraderecha y anti migrantes, condición presente prácticamente en todo el continente europeo.

Este fenómeno ha empujado a los gobiernos de todos los signos a endurecer su postura frente a los migrantes, restringiendo su acceso. A nivel de la Unión Europea se ha reforzado también la coordinación, focalizando el control policial en las fronteras exteriores y particularmente en el Mediterráneo. A eso se suman acuerdos con algunos países, entre los que destacan Turquía, Marruecos y Libia, para que retengan e impidan que lleguen más personas a Europa, a cambio de importantes donaciones monetarias. Esto último ha sido bastante exitoso, aunque depende siempre de la buena voluntad de los gobiernos, lo que de tiempo en tiempo se altera por alguna diferencia entre las partes y se refleja inmediatamente en un aumento de personas que logran cruzar a Europa. Estas brechas en el control se suelen cerrar a cambio de más ayuda o concesiones europeas.

Conscientes de la precariedad del arreglo, la UE en conjunto con organizaciones internacionales buscan evitar que las personas salgan de su país de origen, contribuyendo con esquemas que estimulan las economías locales y tratando de fortalecer sus gobernanzas. Lamentablemente estos esfuerzos no han prosperado, básicamente por el deterioro en materia de seguridad que tiene a la mayoría de los estados del Sahel en condición de fallidos.

Con la guerra en Ucrania y el desplazamiento de al menos 5 millones de sus habitantes a diversos países europeos, más un incremento de ingresos por el Mediterráneo, el tema migratorio está nuevamente en primera línea a nivel nacional y dentro de la UE, agudizado además por la difícil realidad de la integración. Para muchos ciudadanos europeos, esto ha significado el surgimiento de guetos en sus ciudades con grupos que parecen no integrarse a la cultura local, así como la instalación de nuevas realidades delictuales.

Más allá del poco tiempo transcurrido desde la última gran ola migratoria a Europa y la gran diferencia con la cultura europea de un porcentaje importante de los recién llegados, existe consenso que resta mucho por hacer en materia de integración e incorporar así todo el potencial que traen estas personas a sus sociedades de acogida y que no se conviertan en los bárbaros germanos del siglo IV y V en el Imperio Romano.

En nuestro hemisferio, hemos asistido también a un fuerte movimiento migratorio en los últimos años, originado en Haití, Venezuela y Centroamérica principalmente. En Chile hemos visto como en un muy leve lapso pasamos a tener casi 1.700.000 de extranjeros, lo que representa el 9% de la población. Al igual que en Europa, el tema se ha instalado en el debate público, incluyendo su dimensión de seguridad, y será sin duda muy relevante en las elecciones que vienen.

En Estados Unidos, nación de inmigrantes por definición, hace ya años que esta cuestión está en el centro de la agenda y que el país también ha tratado de blindarse reforzando su frontera, sin por eso impedir que el fenómeno siga y con más fuerza en el último tiempo.

En nuestro continente no existe una estrategia común para abordar este tema, más allá del ámbito declarativo. La realidad es que la mayoría de nuestros países quiere que los migrantes sigan a otro destino, para no recargar sus ya deficitarias finanzas públicas y ampliar brechas en vivienda, salud y educación.

Urge una coordinación regional y las señales dadas por el presidente Boric en la reciente Cumbre Iberoamericana apuntan a la dirección correcta: deben participar de la solución los países de origen, los de tránsito y los de destino. En esa línea, con las salvedades del caso, hay que examinar la experiencia europea y sin duda involucrar a Estados Unidos y Canadá en el ejercicio, especialmente para mejorar las condiciones de los países desde donde surge la emigración.

Sin embargo, todo indica que este fenómeno se acrecentará globalmente en las próximas décadas y que será imparable. En esto sin duda que influirá el factor ambiental con el cambio climático. El aumento en el nivel de los océanos hará desaparecer ciudades ribereñas y hasta estados insulares (particularmente en el Pacífico), obligando a esa gente a trasladarse. También el alza de las temperaturas y las sequías volverán invivibles ciertos territorios, empujando a sus poblaciones a otros puntos de sus propios países y más allá. ¿Cómo serán acogidos estos movimientos de personas más o menos masivos y sostenidos en el tiempo, y cómo se vincularán en su nuevo hogar especialmente si son de otro país? Son muchas las preguntas que surgen para estas migraciones forzadas que se vienen en un horizonte no lejano.

Es urgente tanto a nivel global como regional abordar en forma integral este tema, basándose en lo más reciente como es el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular.

Considerando la permanencia e incremento futuro de la migración, es esencial anticiparse enfocándose en la integración, de manera de disminuir roces y conflictos con la población y facilitar la incorporación de los migrantes a todos los ámbitos de la vida nacional. Acá concurren temas como la educación, la salud, el urbanismo, la seguridad social, la oportuna entrega de documentos de identidad y el reconocimiento profesional. Nuevamente aquí es importante la concertación y revisar las mejores prácticas en otras latitudes.

Más allá de todas las dificultades de convivencia e integración que pueden ser muy complejas (lo que se viene no será fácil), está lleno de ejemplos de países que han prosperado sobre la base de una inmigración sostenida, sin perder su identidad. Quizá ahí está la clave: una identidad fuerte facilita la adhesión, sin perjuicio de que esta asimile nuevos elementos. Chile que tradicionalmente fue un país de emigración, ahora lo es de inmigración. ¿Podemos ser el asilo contra la opresión y que los migrantes actuales y ciudadanos de mañana vibren con esto mismo?

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