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Actualizado el 5 de Abril de 2023

Layla Martínez Vicente: “Debo matar a la abuela y a la nieta”

Es la escritora revelación del momento en España. Su primera novela, “Carcoma”, lleva 16 ediciones agotadas y está siendo traducida a un montón de idiomas. Con el género de terror como opción, el feminismo como baluarte y el re-sentimiento como motor de cambio, esta editora licenciada en ciencia políticas y graduada en sexología, cree que en Latinoamérica el terror femenino la lleva.

Por Ximena Torres Cautivo
Muy lectora, admira la novela “Jamás el fuego nunca” de Diamela Eltit, a la que considera “un libro increíble”. Y de María Luisa Bombal, sostiene que “es una clásica injustamente olvidada”.
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Se llama así porque sus padres eran fanáticos de la canción de Eric Clapton, “Layla”.

O sea, de árabe, como nos habíamos imaginado, no tiene nada.

Layla Martínez Vicente (34), una chica española de provincias, criada por su abuela materna en la estéril región de La Alcarria, en la meseta castellana, es la exitosa autora de “Carcoma”, una novela de terror que se ha vendido como pan caliente y está siendo traducida a un sinnúmero de idioma.

Eso, sin duda, la llena de satisfacción.

Desde su piso en Barcelona, comenta:

–Me ha gustado tener la oportunidad de hacer un poco de justicia. Lo hablaba con mi pareja el otro día, pensando en que, a partir de las traducciones de “Carcoma”, que van a salir en sitios tan lejanos como Corea del Sur, vaya a haber lectores que sabrán que los malos en el pueblo de mi bisabuela, mi abuela y mi madre, eran los Jarabo. Una familia de latifundistas que, sobre todo en los años más duros de la post guerra acá en España, hizo cosas terribles. El padre incluso llegó a ser ministro de Justicia de Francisco Franco, ¡imagínate! Que se sepa de esa familia pérfida en todos los confines del mundo, me hace sentir un poco bien.

No en vano dicen que la venganza es un plato que se sirve frío.

En este caso, tres generaciones han pasado después de ocurridos los hechos. Horribles, sin duda, porque la escritora asegura que los Jarabo cazaban a los campesinos disidentes de Franco como conejos en los montes.

–¿No hay un pelín de resentimiento en tu relato, Layla?

–La idea de resentimiento del filósofo y crítico cultural británico ya fallecido Mark Fisher me interpreta. Él ve el resentimiento como algo que puede ser bueno, porque lo plantea como el volver a sentir. El re-sentir, y lo contrapone a la envidia de clases. Re-sentimiento significa que te duele lo que le pasa a la gente que es como tú y eso puede ser políticamente muy útil para cambiar cosas. Es cierto que, por otro lado, tiene una cosa muy peligrosa en lo humano: que se transforme en rencor puro y te deje atrapada, como les pasa a los personajes de “Carcoma”. Ellos están dentro de un bucle que se repite. Pero me parece que el re-sentir con los tuyos es un sentimiento que puede ser un positivo motor de cambio. Una rabia buena porque te impide conformarte con el orden de las cosas.

–¿A ti te pasa así?

–Sí, yo soy inconformista, me da rabia la injusticia. Yo veo que la situación social de las personas no ha cambiado en ninguna parte, pero en el pueblo de mi abuela mucho menos. Los ricos siguen siendo los mismos ricos de generación en generación y los demás, que son la mayoría, siguen trabajando para ellos. Eso, en el campo, es evidente, pero acá, en la ciudad, pasa lo mismo. El que tiene cien pisos o apartamentos en arriendo en Barcelona, vive de sus rentas, cargando a sus arrendatarios. Claro, acá uno no los conoce personalmente. No sabe quiénes son. En los pueblos siempre sabes de ellos, porque tienes una historia familiar compartida. Así es que nada ha cambiado tanto. Es cierto que mi generación ha podido estudiar en la universidad, pero tampoco hay una movilidad social impresionante. El discurso de que si te esfuerzas lo conseguirás, el ideal de la meritocracia, no hay que tragárselo tan fácil, porque son muchos más los que se esfuerzan que los que lo consiguen.

Esta licenciada en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y graduada en Sexología en la Universidad de Alcalá de Henares, lo ha conseguido. Y hoy su nombre y su obra empiezan a ser reconocidos.

–¿Qué dicen en el pueblo y en tu familia de tus logros?

–Yo no quise poner el nombre del pueblo tal, pero con la referencia de los Jarabo, la gente lo localizó enseguida. En la primera entrevista importante que di, a la cadena radial SER, que es muy oída en España, me preguntaron por la reacción de “los malos”, de los Jarabo. Yo respondí medio en broma que ojalá no nos escucharan porque quizás tendría que contratar un abogado. Al día siguiente, me contactaron miembros de la Asociación de Memoria Histórica de un pueblo de la región para decirme que si tenía problemas, ellos me pondrían un abogado para defenderme.

–¿Qué dice tu abuela del éxito de “Carcoma”? ¿Ha leído la novela?

–No la ha leído. Yo creo que no quiere hacerlo y que no lo hará. Ella está muy mayor y tiene la vista muy estropeada. Le cuesta mucho leer. Sí me ha dicho que los trapos sucios se lavan dentro de la familia. Mis papás, en cambio, están muy contentos, aunque tengo un tío que se enfadó un poco. “Has contado demasiado”, me reclamó.

El feminismo de la bisabuela

La carcoma es el efecto devastador de las termitas sobre la madera de la cual se alimentan, produciendo un ruido perceptible y más audible cuando buscan aparearse para seguir multiplicándose.

Es ese cracracra al que hace referencia Layla en su relato.

En Chile, no usamos tanto la palabra con esa acepción. La utilizamos más como verbo, aludiendo a esa preocupación grave y continua que te mortifica y corroe por dentro. Eso que te carcome.

En la exitosa “Carcoma” de Layla significa ambas cosas. Y está representada por el efecto que la casa familiar, la casa de su bisabuela, provoca en quienes la habitan.

La reseña del libro explica que es “la historia de su familia, originaria de un pueblo campesino de Castilla-La Mancha, y se hace cargo de que su bisabuelo fue proxeneta y con esos recursos construyó una casa que se presume maldita”. Es, en definitiva, una historia femenina, feminista incluso, pero marcada por un misterio y por la maldad masculina.

–¿Es real que tu bisabuelo fue dueño del burdel del pueblo? ¿Que con el fruto de ese negocio construyó la casa?

–En mi familia siempre hubo un silencio total en torno a la figura de mi bisabuelo. Curiosamente, en la casa de mi abuela, la que él construyó, hay una foto suya. Es curioso porque entonces la gente pobre no se hacía fotos, pero ahí está él, vestido del Ejército, en los tiempos en que hizo la mili obligatoria. La foto está puesta en un lugar muy significativo de la casa y hasta ahora a nadie se le ha ocurrido descolgarla. Está muy alta, en una pared, casi a ras del techo. Desde ahí, él nos mira. De mi bisabuelo decían que había sido esquilador, lo que no cuadra, porque ese es un oficio de temporada, precario, que no le habría permitido comprarse el sitio y construir la casa de “Carcoma”.

Layla dice que en el pueblo siempre se corrió el rumor de que el hombre “vivía de las mujeres, lo que era un eufemismo”. Finalmente, fue una prima de su abuela quien le contó la verdad.

–Pero mi abuela lo sigue ocultando. Él tuvo un pequeño burdel en una casa del pueblo que aún existe, aunque ya no con ese fin. Yo estuve ahí.

Pero donde más estuvo, porque en esas cuatro paredes, se crió, es en la casa que hoy es de su abuela. “Ella ya no vive ahí. Está muy mayor y no podría estar sola en ella. En todo el pueblo hay, de acuerdo al último censo, cincuenta personas, todas muy mayores. Casi no quedan jóvenes. Mi abuela sigue yendo en verano y en ocasiones como las fiestas de Semana Santa, que son muy tradicionales”.

La casa de “Carcoma” es femenina. En su propiedad y en su esencia.

En ella, a la gente se le caen los dientes y a las mujeres se les mueren los maridos, se describe al inicio. A Layla no se le había ocurrido darle protagonismo; todo partió por un armario, pero luego que el relato sobre ese mueble de la casa apareció en una antología de jóvenes escritoras, percibió la fuerza telúrica de la propiedad y de sus dueñas.

–Yo he pasado mucho tiempo de mi vida en ella, porque me he criado con mi abuela. Luego, cuando partí al instituto y a la universidad, iba los veranos. En la habitación donde suelo dormir cuando voy para allá, existe un armario muy cargado. No contiene la ropa de diario, sino la que es importante para la familia. En él se guarda el vestido de novia de mi abuela, los nazarenos de un tío que es cófrade y usa las tradicionales túnicas que se ponen para Semana Santa, y también está la mortaja que se cosió mi abuela y con la que quiere que la entierren.

La casa añosa; la madera, víctima de la voracidad de las termitas; el suelo inclinado, hacía que la puerta del armario se abriera sola. Así nació el perturbador relato original, pero finalmente la casa se comió al armario.

–Me di cuenta que debía escribir la historia de la casa y de las mujeres de mi familia. Mi abuela no es una señora dulce ni buena para cocinar. Está llena de creencias y supersticiones, conoce la vida y virtudes de los santos, practica ese catolicismo popular. Ese de rezar y colgar estampitas por los rincones. Yo, en “Carcoma”, les di a las mujeres de mi familia la posibilidad de vengarse en la ficción, ya que no pudieron hacerlo en la realidad. Eso es lo único distinto de la historia.

–Tú eres evidentemente feminista. ¿Crees que tu abuela lo es?

–Yo creo que ella lo es, pero le faltan la teoría y las palabras, los conceptos. En la práctica, ella y su madre, mi bisabuela, lo son. Mi bisabuela se quedó viuda con 31 años y dos hijas. Y toda su obsesión era que no quería servir a los ricos del pueblo y, por eso, aprendió a coser desmontando los trajes del esposo muerto, para sacarles moldes y volver a armarlos. Se convirtió en costurera por su cuenta, trabajadora autónoma. Y decía que jamás se volvería a casar, porque a ni a ella ni a sus hijas iba a venir a mandarlas ningún hombre. Tenía la práctica feminista, pero no la teoría.

Chilenas que la llevan

–Layla, ¿por qué te has peleado con las comas y con algunas reglas de puntuación en la novela?

Se ríe antes de responder. Luego, dice:

–Pues, es por representar la oralidad de la región. Como cada capítulo está contado o por la abuela o por la nieta, es decir, se intercalan las miradas de la vieja con la de la joven, quise escribir cómo hablan. Es decir, comiéndose las palabras, las sílabas, amontonando las frases. Es cierto que lo oral es muy distinto a lo escrito, que al hablar uno repite mucho, lo que resulta muy pesado de leer. También metí formas de hablar que son típicas del centro de la península, como el uso de los participios sin la “d” final: comio por comido. El editor se tiraba los pelos con los laísmos, que también son propios de la región. “Va a parecer un error”, alegaba. Algunas cuestiones las tuve que pelear; en otras, cedí.

Editora cultural –esa era hasta hace poco su forma de ganarse la vida– siente “modestamente” que es parte de un fenómeno creativo –literario y también audiovisual– protagonizado por creadoras jóvenes, fundamentalmente latinoamericanas.

En la contratapa de “Carcoma”, la consagrada autora de “Nuestra parte de noche”, la argentina Mariana Enríquez, escribe: “Qué BARBARIDAD esta novela. Pasé la mejor mañana de lectura posible”.

–Siento que estamos en un momento creativo que me parece alucinante, porque hay gente como Mariana Enríquez, la mexicana Fernanda Melchor, la ecuatoriana Mónica Ojeda, Irene Solà, que escribe en catalán, y sobre todo latinoamericanas, porque es en tu continente donde se están produciendo las obras más interesantes. Es una suerte tremenda ser contemporánea de ellas.

Layla también se alegra de que el género de terror o fantástico se esté reivindicando y “ya no esté siendo denostado. Ya no es visto como de segunda clase respecto del realismo”.

–¿Hay chilenas que sean parte de esta efervescencia? ¿Alia Trabucco, por ejemplo?

–Sí, te refieres a la de “Limpia”. También conozco a Paulina Flores, que vive acá en Barcelona, aunque es más realista, tiende a lo weird, como dicen en inglés, pero no tanto a lo sobrenatural.

Muy lectora, admira la novela “Jamás el fuego nunca” de Diamela Eltit, a la que considera “un libro increíble”. Y de María Luisa Bombal, sostiene que “es una clásica injustamente olvidada”.

Ahora, Layla trabaja en una segunda novela, de la cual lleva quince páginas escritas en Word, que quedarán en siete cuando las edite.

–Es lento, pero tengo la disciplina que da el periodismo, ese tirar para adelante del oficio que tú conoces. No me paraliza la página en blanco. Y es mucho más entretenido contar mis propias historias que hacer de periodista. Lo que me está pasando, sin embargo, es que se me vuelven a aparecer los personajes de “Carcoma”, las tengo aún en la cabeza. Una amiga escritora me recomendó: “Escribe un relato corto sólo para ti donde mates a la abuela y a la nieta. Eso es lo que tienes que hacer: mátalas”.

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