Ainhoa Vásquez: “En general, el narco encuentra más aliados en la derecha”
Esta doctora en literatura avecindada en Ciudad de México se ha convertido en entrevistada recurrente para hablar de narcotráfico y narcocultura. Aquí explica parte de esta cazuela donde femicidio, brujería, ostentación, se confunden y hasta le ve el lado político a la cosa. De paso, nos presenta a la capa de las drogas en Miami en los 60: la chilena Amanda Huassaf. Todo un hallazgo.
En 2012, partió a estudiar el fenómeno de los femicidios en Ciudad Juárez, México, urbe fronteriza marcada por un bárbaro expediente de asesinatos de mujeres desde la década del 90. Tan notorio, que se llegó a hablar de la “juarificación” de Latinoamérica, cuando se daban casos de desaparición, tortura y asesinato de jóvenes mujeres en otros puntos del continente, como si de una exportación no tradicional se tratara.
Linda, joven, estudiosa, la chilena Ainhoa Vásquez (39) terminaba su doctorado en literatura en la Universidad Católica, cuando decidió ir a investigar a la peligrosa ciudad. Allí se convenció de que “el feminicidio era indisociable del narcotráfico, al menos en México”.
–Entonces tenía 28 años. Me metí en lugares horribles, en los que se decía que desaparecían mujeres o que traficaban con ellas. Un par de veces ´me recomendaron´ que me fuera, porque estaba haciendo muchas preguntas. Pero la verdad es que nunca me sentí realmente en peligro. Tuve la suerte de andar siempre con gente de allá que me indicaba cuándo era el momento de irnos. Ciudad Juárez es un lugar que ha sido muy golpeado, muy abandonado, ha sido el patio trasero de Estados Unidos, y eso le ha costado muy caro. Pero es además lugar lleno de gente hermosa y valiente, que, a pesar de todo, sigue peleando. Como ciudad, es fascinante, el desierto parece infinito y sientes que estás en el fin del mundo.
Así, sus estudios sobre el asesinato de mujeres derivaron hacia el vasto mundo de la narcocultura, donde, ahora, tras años radicada en Ciudad de México y como académica de la Universidad Nacional de México (UNAM), se ha convertido en una autoridad en el tema.
–Me dedico a la narcocultura y a las ficciones que se han creado y se siguen creando en torno al narcotráfico. Yo siento que hay mucha criminalización hacia la juventud en todos los sentidos, incluyendo el de sus creaciones culturales y el consumo de las mismas. De su música, series, películas, literatura. La narcocultura es la cultura de los narcotraficantes. Consiste en un ecosistema en el que conviven creencias, espiritualidad, lenguaje. Nace ahí y se caracteriza por la ostentación del consumo. Del lujo, reflejado en casas, ropas, mujeres, autos y armas. Otra cosa son las visiones que se crean en torno al narcotráfico, donde la música es lo que más se ha criminalizado. Narcocultura y narcotráfico no son lo mismo.
Ainhoa conversa con nosotros y con el sacerdote Jesuita Pablo Walker, cuya voz es de las primeras que se levantaron en Chile para denunciar la irrupción del narco en los territorios más marginados de Chile desde hace ya una década.
También participa del programa Hora de Conversar el abogado penalista y académico venezolano, Luis Izquel. Lo hace desde Caracas. Izquel es un profundo conocedor de las lógicas de una de las bandas narco más poderosas del continente, el temido Tren de Aragua, por eso se ha vuelto otro entrevistado frecuente en los medios chilenos.
Entre uno y otro, Ainhoa se aproxima al tema mucho más desde la lógica comprensiva de la crisis social que conduce a los jóvenes a la delincuencia de Pablo Walker, que desde la centrada en la seguridad y el control del crimen organizado que expone Luis Izquel. Por eso, no sorprende que la académica celebre las políticas de AMLO, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, para controlar la presencia del narco en las poblaciones. Dice:
–Se habla de los jóvenes como si fueran seres de otra especie. Como si no tuvieran futuro ni hubiera salida a las situaciones que viven. La desesperanza que se transmite lleva a una lógica de vivamos bien un rato, arriesgando la vida incluso, porque no existe el futuro para nosotros. Así se explica la delincuencia entre los jóvenes de los sectores sociales más precarizados, pero yo creo que el fenómeno no se da sólo entre los más pobres.
Y pone el ejemplo de su país adoptivo:
–Acá en México, el presidente López Obrador ha hecho cosas interesantes, muy diferentes a la guerra contra el narco que emprendió Felipe Calderón, que no lograron su objetivo sino que agravaron las cosas. López Obrador se ha puesto a trabajar el tema del narcotráfico abordándolo desde la salud pública más que desde la seguridad. Como él es fanático del béisbol, puso muchas canchas en sectores marginados de las ciudades y ha fortalecido la educación. No sabemos aún los efectos de estas políticas, porque son de largo plazo, pero resulta súper interesante hacer este cambio de enfoque: poner el punto en las necesidades y frustraciones sociales y no centrarlo todo en ver a los otros, a los pobres, a los jóvenes, como un peligro.
No te recuerdo, Amanda
–El vínculo entre femicidio y narco que te hizo especializarte en narcocultura, ¿cómo se da? ¿Sigue siendo México el lugar de muerte violenta de las mujeres que tanto espanta?
–Algunas de las explicaciones más fuertes que se dieron en torno a los feminicidios de mujeres en Juárez, que tuvo su momento más álgido entre los años 90 y principios del 2000, es que muchas de ellas eran secuestradas por los narcos para trata de blancas, o para grabar videos snuff, donde las asesinan violentamente en cámara y vendían esas imágenes como pornografía, o para utilizarlas en ritos satánicos.
“Todo eso puede ser, pero la explicación más creíble es que las asesinaban como parte de la lucha por el territorio. Entonces, así como peleaban por ´la plaza´, las mujeres eran utilizadas como los lienzos donde se escribían mensajes para los carteles enemigos. Por eso es que sus cuerpos aparecían con distintas marcas: a algunas les cortaban el pelo muy corto, a otras les escribían una V invertida en la espalda, a otras les cercenaban el pezón izquierdo… Entonces, me di cuenta de que los feminicidios no podían interpretarse sin el factor narco en Juárez. Las mujeres eran utilizadas como burreras y muchas de ellas morían por eso o los mismos carteles las asesinaban cuando ya no servían. Esto me hizo empezar a investigar sobre los carteles. Pero esta asociación entre feminicidio y narco, yo diría que es propia de Juárez, no se extiende a otras partes, ni siquiera de México”.
Ainhoa reconoce que desde la guerra contra el narcotráfico que emprendió el ex presidente Calderón, “las mujeres dejaron de ser asesinadas y desaparecidas con tanta frecuencia, aunque no es que ya no exista el femicidio. Pero el punto rojo se trasladó a los jóvenes, por eso, hoy, acá, hablamos de juvenicidio. Muchos niños y jóvenes fueron asesinados por grupos narco y por el Ejército, siempre bajo la sospecha de que eran miembros de carteles. Esa era la justificación, pero nadie lo cree”.
La investigadora Vásquez y el sacerdote Walker nos dan dos datos narco-culturales interesantes que tienen que ver con mujeres chilenas narcotraficantes. Una de ellas tuvo un tremendo poder en el mundo del crimen organizado. La que menciona Pablo Walker hoy, a sus 73 años, vive en libertad y se dedica a coser. La historia de María Alé fue escrita por el ex diputado Nicolás Monckeberg en un libro de reciente aparición titulado “25 Años y Un Día. Historia de una mujer que dejó el narcotráfico”. Y es una historia de redención.
La otra es tan impresionante como desconocida. Explica Ainhoa:
–Amanda Huassaf fue la líder del cartel Huassaf Harb en los años 60. Un cartel, tal como los conocemos hoy: con tentáculos en la policía, la empresa, la política. La dejaban actuar sin represalias y era responsable de introducir casi toda la coca en Miami a través de una flota de barcos y aviones. Ella manejaba el negocio, sus hijos cumplían diversos roles dentro de la organización, uno trasladaba la coca desde Bolivia, otro se encargaba de los laboratorios. Ella era, además, dueña de prostíbulos en Valparaíso. El punto es que hay muy poca información sobre su figura. Habría que ir a los diarios de la época para reconstruir su historia, pero no es fácil. A menudo se escribe mal su apellido y se les atribuye el liderazgo a sus hijos.
Cuenta que ahora mismo se está grabando una narcoserie sobre su vida, aunque ficcionada, porque, como reconoce la misma directora del proyecto, Katherina Harder, ha encontrado poco material sobre su vida. “Investigar sobre Amanda Huassaf es mi deuda pendiente, pero implica pasar varios meses en Chile. Por el momento, con un colega colombiano, Omar Rincón, vamos a publicar un libro sobre las mujeres pioneras del narco en Hispanoamérica y ahí escribiré un capítulo sobre ella. Será un primer acercamiento”.
–Impresiona el caso porque las mujeres del narco son más bien objetos decorativos o símbolos de estatus en ese mundo.
–Sí, las mujeres del narco son por lo general victimizadas. Representan el eslabón más débil de la cadena. Son habitualmente utilizadas como burreras, caen fácil en la cárcel, son carne de cañón. Por eso, estas chilenas son tan interesantes, mujeres líderes, muy distintas de “las buchonas”, como se conoce en México a las amantes de los narcos, cuerpos perfectos hechos de silicona, aunque al final las buchonas logran tener cierta agencia, fruto del capital económico e incluso cultural que logran como mujeres de los capos. Así logran sobrevivir en un mundo machista y súper adverso para ellas.
La Santa Muerte no es santa
La fortaleza de los narcos se tambalea cuando entramos al terreno de la magia, de los esotérico o sobrenatural, que convive con lo religioso. Y que, por estos días, ha motivado varios reportajes en prensa escrita y televisión. Impacta la ingenuidad con que estos hombres violentos creen en brujas, que suenan más falsas que Judas.
Ainhoa hace notar la mucha transculturación que se produce en torno al narcotráfico. “En Chile, hay cuestiones muy propias que se mezclan con apropiaciones de la cultura venezolana, colombiana, haitiana, peruana”, señala.
Menciona los narco funerales tan en boga como una costumbre antigua, pero de la que se sabía poco. El “funeral de muchacho” es una procesión que pasa primero por la cárcel para que el joven delincuente sea despedido por sus compañeros y sigue en procesión hacia el cementerio. Eso existe desde siempre en el mundo del hampa, pero no se veía masivamente como ahora. Y concluye: “La migración, las redes sociales, las manifestaciones culturales hacen que la transculturización se produzca. Yo soy migrante y sé que uno va tomado cosas de las culturales locales. Todo se mezcla”.
Ahora lo que se impone en el mundo del narco es la brujería pero también y muy fuerte la figura de la Santa Muerte. “En México le rezan a ella. Y a Jesús Malverde, un santo popular y ladrón, una especie de Robin Hood, que les roba a los ricos para darles a los pobres. La Santa Muerte es una suerte de contracara de la Virgen de Guadalupe. Es una figura muy exigente, se le debe dar tributo permanentemente, porque, si dejas de hacerlo, ella te quita cosas. La Santa Muerte se ha vuelto un fenómeno poderoso y complejo acá en México, donde está lleno de capillas y hay altares con su imagen en prácticamente todos los barrios populares”.
El sacerdote Pablo Walker confirma que en Chile, una amiga suya que tiene un negocio de figuras de yeso cada vez vende más la imagen de la Santa Muerte. “Ella refleja la fragilidad y vulnerabilidad del narco”, reflexiona Ainhoa.
Carter, el derrumbacasasnarco
También es frágil y difusa la delgada línea roja que separa el consumo de las ficciones de la narcocultura con la narcocultura misma.
–Sin hacer apología de nada, hoy se está trabajando con narco series desde la educación con niños y niñas en los colegios. Se las ponen y se la analiza y los niños después de verlas responden cosas tan lógicas como “por qué yo querría ser narco si a los narcos los matan”. Se deben usar como herramienta de aprendizaje y de difusión y verlas siempre en compañía de adultos, porque así tienen un tremendo valor educativo. En Chile, las personas no ven solas estas ficciones y las conversan. Como recomendación, las mejores narcoseries hechas en Chile son “Prófugos” y “Bala Loca”.
–Pero también hay imitación y la sublimación de una estética. ¿Eso cómo lo interpretas?
–Recomiendo ver el documental “Narcocultura”, que muestra a jóvenes migrantes mexicanos, oficinistas, gente absolutamente honesta, trabajadores, que se reúnen en bares y palenques a escuchar narco corridos y se ponen botas y sombreros y cantan con orgullo canciones con letras tremendamente violentas, pero lo hacen porque se sienten vinculados a sus raíces. Es como un deseo de pertenencia, que cruza incluso clases sociales. Hay tanto metido en la narco cultura… Pertenecer a ella, no es ser parte del crimen. Es “performarlo” para ser visto y adquirir identidad y un sentido de pertenencia.
Hoy en México, nos explica la académica, están de moda “los alucines”, que son videos en redes sociales donde los jóvenes, “los alucín”, adoptan la narcoestética, con todo su exagerado afán exhibicionista, en son de juego. “Ahí lo que hay es un profundo deseo de ser visto”.
–¿Cómo se relacionan izquierdas y derechas con la narcocultura?
–En general, los narcotraficantes han encontrado más aliados en la derecha y hecho pactos con ella. Acá en México, Felipe Calderón pactó con el Cartel de Sinaloa y, en su sexenio, el Chapo y sus aliados tomaron muchísimo poder. La idea era que perdieran fuerza los otros carteles, como el de Juárez, pero eso no fue así, solamente se diversificaron. No es raro que esto sea así; en general, la derecha controla el dinero, los bancos, las transacciones, y ese es el aparato fuerte de cualquier organización criminal.
–Derrumbar casas narco al estilo del alcalde Carter de La Florida, ¿sirve para algo o sólo amplifica “la épica” narco?
–También en México tuvimos alcaldes que derribaron casas narcos. Son medidas populistas que buscan simular protección a la gente, pero en realidad son acciones pactadas. Te derrumbo una casa y, a cambio, te dejo construir tres más en otros terrenos menos visibles. Es una cortina de humo. El general Gutiérrez Rebollo, que fue el zar antidroga en México, a fines de los 90, era reconocido por este tipo de actos públicos. Derribaba casas narco, atrapaba a micro-traficantes, hacía decomisos, pero protegía al Cartel de Juárez y, por debajo, permitía que Carrillo Fuentes, el llamado “Señor de los Cielos”, controlara todo. Finalmente, lo descubrieron. Yo creo que siempre hay que dudar de esas medidas populistas.