Nicolás Poblete: “No soy racista; tengo un amigo negro al que adoro”
El escritor que acaba de lanzar su novela “Succión” ejemplifica con esta frase el racismo, clasismo y sobre todo el esnobismo nacional. Ese que está presente en la protagonista de esta historia inspirada en “la niña hermosa”, Astrid y la animita de peluches que le rinde tributo en la Ruta 78. Hablamos de ella, del Nuñoa style, del tóxico mundo de la academia y del gobierno que no fue.
Quienes circulan por la Carretera del Sol sabrán quién es “Astrid, la niña hermosa”. A fines de 1998 su muerte en un desdichado accidente automovilístico, generó una insólita devoción que se tradujo en una espontánea animita-montaña de peluches y ofrendas pop de lo más diversas, que por las dimensiones que había alcanzado, en 2020, debió ser trasladada para evitar distracciones de los conductores.
En una polémica operación, la concesionaria de la autopista debió moverla unos 2,5 kilómetros desde su ubicación original, provocando titulares medio burlescos del estilo “Niña hermosa se muda con sus peluches”, que no se condicen con el respeto y agradecimiento de los beneficiarios de sus “favores concedidos”. Porque sabido es que Astrid hace milagros y su caso tiene consecuencias impensadas, divergentes, incluso poéticas.
Una de ellas es la reciente aparición de una novela inspirada en su historia. “Succión”, se llama, y es obra del periodista cultural y doctor en literatura hispanoamericana, Nicolás Poblete (52), prolífero escritor de varios otros libros, incluido “Dame pan y llámame perro”. Este título que lo instaló en el escaparate de los autores actuales también nace de una noticia trágica y medio bizarra. El caso de una mujer amante de los animales que muere a causa del ataque de una jauría de perros ocurrido en Peñaflor.
–¿Es un recurso creativo tuyo el encontrar inspiración en las noticias que aparecen en los bordes de los periódicos?
–Me interesan las noticias que son periféricas, que le importan a poca gente o que duran nada y no permanecen en los titulares de las portadas. Efectivamente, la niña hermosa existió y existe, pero yo soy muy respetuoso de su historia. La llamé Ingrid, no Astrid, y la tomé sólo como una inspiración para armar una historia que la utiliza como un vórtice.
–Su muerte ocurrió en 1998 y estamos en 2023, ¿cómo y cuándo te enteraste de ella y el fenómeno que se creó en torno a su muerte?
–Yo hago clases de lengua y literatura inglesa y en ese curso invito a los alumnos a escribir sobre algún lugar de la ciudad que les resulta atractivo, interesante, impactante. Fue en 1999, cuando para ese ejercicio una alumna llegó con historia de la animita de “la niña hermosa”. Ella misma iba para allá. Y me pareció alucinante el caso. Juntos, vimos la envergadura que estaba tomando esa suerte de manifestación geológica expresada en una torre de peluches en honor de una deidad actual.
Así nació Sarai, la protagonista de su novela, una joven profesora de spinning, de 26 años, pudiente, con una personalidad dominante y una peculiar idea de la filantropía, que se empeña en ayudar a los padres de Ingrid, la difunta niña hermosa, a recuperarse de su pérdida. A la madre busca orientarla en el desarrollo de su emprendimiento de catering. Y al padre en una eventual carrera política que pasa por que primero se arregle los dientes.
–Sarai es bien peculiar, cuica, preocupada de no ser racista ni clasista, pero profundamente clasista, paternalista y con una superioridad sin ninguna base… ¿De dónde la sacaste? ¿Existe?
–La voz de Sarai es la de una mujer irreverente y desfachatada. Ella llama “el mall” a la animita de peluches. A esa montaña de juguetes plásticos que se va formando, donde conviven Barbies, con osos panda, Jesuses, Barnie y toda suerte de peluches y cachivaches, muy significativos para los devotos de Ingrid.
Nicolás conoce el antiguo y el actual lugar de la animita que su personaje llama mall. Y aunque asegura que no ha seguido el caso, le impacta esa suerte de instalación artística espontánea, digna del famoso artista búlgaro Christo, o de la chilena Cecilia Vicuña o del poeta Claudio Bertoni y sus rumas de zapatos. “La animita, el mall es realmente como un bazar enorme de cachureos importantes para mucha gente”.
–Esto es parte de una realidad neurológica que vive todo el mundo. En todas las culturas hay un espacio síquico en las mentes de las personas que debe ser llenado por algún contenido espiritual. Hoy esa necesidad no está siendo saldada por la religión tradicional y se convierte en un sincretismo ininteligible donde caben muchas cosas. Cuándo observas la animita de Ingrid (Astrid) no sabes por qué hay un oso panda junto a la bandera mapuche o a un afiche LGTBQ+ y más. Todos andan en búsqueda y necesitan hacer alguna peregrinación. Y eso se asocia a este mall. Tiene que ver con el consumo, porque la ofrenda es un peluche. Un juguete, que siempre ha sido importante para quien lo deja ahí, y por esa ofrenda espera una retribución. Alguna ayuda. Algún milagro. Lo encuentro fascinante y desquiciado.
De funas y cancelaciones
Nicolás que como dijimos es periodista además de doctor en literatura, no tiene interés documental en el caso de Astrid/Ingrid. Su objetivo creativo en esta novela está puesto en la voz narrativa. Esa voz de Ingrid, la profesora de spinning con ínfulas redentoras que se apoderó de él. “Como es una novela de voz, repasé muchos textos teatrales, guiones, donde lo más importante fue la famosa obra de teatro, “Pigmalión”, de George Bernard Shaw, basada en un relato de Ovidio, y llevada al cine como “Mi bella dama”.
–Yo no conozco a nadie así, como Sarai, y yo no soy así tampoco. Pero fue una voz que se me empezó a imponer poco a poco. Corrigiendo el texto, me reí mucho. La encontré descarada y, al mismo tiempo, fresca, en el buen sentido. Es como cuando conoces a una persona y empiezas a especular de dónde vienen sus prejuicios para ver si la adoptas o no en tu círculo. Sarai se expresó libremente y como “Succión” es una novela de voz, no le puse freno, la dejé ser y ella partió hacia adelante con su estropajo en ristre.
–¿Representa ella algo del arribismo de la sociedad chilena actual?
–Claro, ella tiene mucho de ese arribismo tan marcado en Chile, sobre todo en Santiago. Arribismo y esnobismo. Ella empieza con eso tan esnob de “las últimas tendencias” para apoyar a la mamá de la difunta niña hermosa en su emprendimiento gastronómico, donde hoy impera esa culinaria hecha de “espumas de pastelera” y “caviar de quinoa”. Una cuestión advenediza y oportunista en vez de dejarla ser con sus empanaditas de queso y pino de cóctel. El destilado final es ese: la usurpación de lo ajeno, el subirte a un carro que no es el tuyo. Lo vimos tanto para el estallido social de 2019, por ejemplo, donde se protestaba por todas las causas. Ella tiene esa típica cosa chilena de decir “yo no soy racista, porque tengo un gran amigo negro al que adoro”, sin darte cuenta, sin ninguna conciencia de la contradictoria brutalidad que estás diciendo.
Me encanta conversar con Nicolás justo este lunes, después de un fin de semana donde confluyeron la entrevista a la actriz y guionista y amiga querida Luz Croxatto fue trending topic en las redes sociales; una notable columna titulada “Nos gobierna la FECh” de Pablo Ortúzar aborda el afán por suscribir todas las causas, la nueva novela de Bret Easton Ellis, “Los Destrozos”, le hinca el diente a la nefasta práctica de la cancelación y la polémica en torno al Nuñoa style es ya casi un lugar común.
“Ah, sí, supe que a Luz Croxatto la empezaron a hacer bolsa por sus opiniones en una entrevista”, comenta Nicolás.
–Sí, donde ella dijo que no ni en dictadura tuvo que cuidar tanto sus palabras como ahora…
–No tengo una opinión formada, porque no leí la entrevista, pero no me cabe duda de que ella está siendo una especie de chivo expiatorio de gente que no tolera a los que no piensan igual que ellos. Y yo creo que ojalá los enemigos fueran gente como Luz Croxatto. Creo que le están haciendo lo mismo que le hicieron en su momento Javiera Parada. Yo digo: Ey, bájenle unos cuantos cambios. No entiendo ese ensañamiento, no creo que sea la forma de relacionarse. Yo tengo 52 años y veo que las generaciones más jóvenes exhiben unos niveles de tolerancia a la frustración muy bajos.
–Y cancelan, como denuncia Easton Ellis.
–Sí, ese es un síntoma muy fascistoide, peligroso, lo mismo que las funas. Hay que tener mucho cuidado con esos ensañamientos fáciles.
El Ñuñoa Style
Aunque no vive en Nuñoa, sino con su papá en Las Condes “por cuestiones circunstanciales”, Nicolás votó por Gabriel Boric. Dice que como gran consumidor de lecturas e ideas, en cuanto a análisis sociológico político, Juan Pablo Luna lo interpreta. El doctor en ciencia política en la Universidad de Carolina del Norte es su guía en Twitter, dice, cuando de análisis de actualidad se trata. Y él, Nicolás, desde su propio análisis, hoy sostiene:
–Este no es el gobierno que se prometió. Yo voté por Boric con fe. Pero el factor nuñoino del que se habla es algo es real y tiene que ver precisamente con una falta de conexión con la realidad. Como dijo alguien por ahí “las minorías son importantes, pero qué pasa con las mayorías”. Por una cuestión generacional, falta de mundo, romanticismo, se plantean propuestas que no creo que sean posibles. El Ñuñoa style de la política engloba una ingenuidad enorme. Y tiene que ver con el subirte a una causa que no es la tuya. Con satisfacer todas las pequeñas demandas en boga. Algo como lo que pasó durante el estallido social.
Una decepción definitivamente peor es la que representa la academia. La carrera de profesor universitario, dice este PhD:
–Soy periodista y tengo un doctorado y un post doctorado, pero abandoné ese mundo académico universitario porque es complicado. Cuando estudias ahí, en una universidad estadounidense, te preparan para trabajar ahí. Y yo sentí que, por eso mismo, más que abrirte puertas, ese camino te las cierra. El mundo académico es precario. En las universidades de Estados Unidos se han fundido carreras, sin duda, hay una crisis ahí. Y en Chile el mundo académico es aún peor. Son escasas las plazas y todos se pelotean las pocas que hay. El otro día conversaba con amigos que se mueven en este mundo y concluíamos que las universidades son refugios de gente con trastornos mentales, pero que funcionan bien, aunque les falta un tornillo. Cuesta mucho que esa gente se jubile. Es un mundo competitivo, donde el ambiente es muy mezquino. Existe poca circulación y hay mucha gente achanchada ahí.
El novelista cree que en las carreras científicas quizás la cosa sea mejor, porque hay parámetros de evaluación más objetivos. Pero en las humanistas y artísticas le parece que “cualquier chanta pasa piola”. Y para qué hablar de los papers con que se evalúan los logros. “Sólo el 3 por ciento de esa producción aparece en revistas indexadas. Y de esas publicadas, lo único que se lee es el abstract. O sea, no los lee nadie, no le sirven a nadie. No en vano, hay todo un género de novelas de campus, que dan cuenta de todo ese ambiente tóxico”.
Por eso, él volvió a Chile, donde vive de sus traducciones, de sus publicaciones periodísticas, de trabajos a pedido, como la biografía que ahora escribe y de sus libros. “El que no es la Isabel Allende, tiene que hacer de todo”, dice, sin lamentaciones. Resignado, pero feliz con “Succión”, su más reciente novela, que espera pueda llevarse al teatro.
–O al cine, yo la hallo muy del gusto de Almodóvar, más con ese final sorprendente que justifica el título, “Succión” –le comentamos, sin ánimo de hacer spoiling.
Nicolás responde: “Sarai, la protagonista es una mujer muy masculinizada, rodeada de hombres muy femeninos. Yo hice mi tesis sobre monstruosidades. Sobre criaturas creadas con miembros muertos, como Frankenstein. Sarai no tiene madre, no hay referencias femeninas en su crianza, a tal punto es así que su padre le dio de mamar. Él la crio y se llevan de maravillas, incluyendo al novio de su papá, que fue el jardinero de la casa”.
Lean la novela. Agarra. Genera “Succión”.