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Actualizado el 19 de Junio de 2023

Administrando la Desconfianza

Hoy la legalidad actúa como parámetro, encuadre o referencia para mitigar el riesgo, el incumplimiento, la fisura social.

Por Enrique Morales Mery
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Enrique Morales Mery es Cientista Político.

La Democracia es el trasfondo de significado adecuado para una sociedad diversa, compleja y multifuncional. Ese trasfondo constituye a su vez el paisaje formativo de toda ciudadanía; origina los motivos e incentivos para la convivencia y la sana reciprocidad.

Justamente y más allá de idealismos filiales esa convivencia al menos representa una base pública para mantener toda sociedad. Para los griegos esas virtudes ciudadanas se formaban y desplegaban en conexión con la llamada amistad cívica, soporte natural de una comunidad, de una sociedad más amplia.

Lo anterior, toma forma desde las ideas y acciones que brotan de la integración, inclusión e intercambio por y entre personas diferentes. Para los griegos la consecuencia natural era la construcción de confianza, como un todo que se iba articulando desde particularidades funcionales a ese propósito común. A esto lo llamaban “la seguridad de la comunidad”; resulta interesante como generaban una interrelación entre seguridad, confianza y comunidad. La problemática que surge desde la contemporaneidad parece conducirnos a una respuesta inversa.

Hoy la legalidad actúa como parámetro, encuadre o referencia para mitigar el riesgo, el incumplimiento, la fisura social. La ley colabora en la administración de la desconfianza, hemos avanzado en la normalización de un trasfondo que posterga los ideales de solidaridad, concordia, reciprocidad y confianza. La democracia de hoy no parece orientar de forma directa a los seres humanos. La libertad, la igualdad y la fraternidad necesitan existir tras la administración de la desconfianza. Resulta primordial la minimización del riesgo, del peligro y el control de los temores anticipados en su momento por Hobbes.

Nuestro país hoy lucha contra la inseguridad de la comunidad, contra el distanciamiento e inmunidad sociopolítica, contra la dialéctica confrontacional. Es un país que no lee las rabias, las indignaciones, los componentes no deliberativos; se ha rendido al populismo, a la suma cero, al revanchismo y la retórica barata. Hoy importa más la seguridad, y no con menor razón y emoción, pero eso acusa todo aquello de lo que carecemos. Carecemos de amistad cívica, carecemos de humildad intelectual, carecemos de disposición dialogante, de voluntad para el razonamiento conjunto. La brecha entre lo legal y lo legítimo aumenta en la medida que administramos la desconfianza y buscamos administrar procedimentalmente nuestras relaciones sociopolíticas. Nos hemos exteriorizado, y lo bueno, lo fraterno, lo virtuoso cívicamente hablando lo hemos dejado escondido, esperando un mejor momento. Hoy nos defendemos, debatimos, cancelamos, gritamos, o simplemente imponemos; negociamos sin deliberar, apostamos a derrotar acallando, todo desde la desconfianza, desde una comunidad insegura de sí misma.

Así planteada la vida podemos acceder a males, miedos e inseguridades comunes; el protagonismo lo tendrán con justeza las policías, los ejércitos, gendarmería, los reglamentos, las disciplinas, las fuerzas, las rabias, los prejuicios y un sinnúmero de resentimientos. La Democracia construida desde la confianza conduce a la fraternidad, no como una mera declaración de buenísmo sino como una evidencia sincera de diferencias dispuestas a convivir. Hoy la democracia, como telón de fondo, como persona, como acción y como institucionalidad huye, se acompleja y duda de sí misma. La seguridad, como respuesta a todo miedo y desconfianza, está tomando el lugar principal como trasfondo de significado, y no el de complemento. Por ello, se producen nuestras fisuras,
soberbias y deslealtades, por ello se rompe el puente entre la sociedad civil y el Estado, entre la sociedad y sus instituciones, y por esto la confianza entre los ciudadanos se diluye.

Para salir de toda polarización, de toda confrontación pendular, de toda violencia política, de todo populismo se requiere volver a la confianza, volver a la reciprocidad consciente, a aquella mutualidad entre diversos. La agónica y antagónica confrontación se anulan si conocemos mejor lo que nos une y lo que nos separa, lo que posibilita entender al activismo, a los movimientos, al sentido de toda movilización, si entendemos las condiciones e importancia de toda deliberación, de toda decisión. Lo disruptivo, ideologizante, fracturante socialmente hablando, solo será pasto para seguir hablando desde el desarraigo, desde la atomización, desde la incomunicación. Si ese es el camino simplemente seguiremos administrando la desconfianza.

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