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Actualizado el 23 de Junio de 2023

La implosión rebelde: el efecto boomerang

La condena a la que se someten quienes nos gobiernan es una condena de eterna juventud revolucionaria, que choca contra sus propias facultades y rabias.

Por Enrique Morales Mery
Esa postura reduccionista no se adecúa a gobiernos de izquierda que han mantenido la estabilidad y gobernabilidad democrática apegados a procedimientos y prácticas que no contravienen a la autoridad. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Enrique Morales Mery

Enrique Morales Mery es cientista político

La violencia es ambigua en muchos aspectos cuando se acude a su justificación o condena. Innumerables son los contextos de resistencia, de lucha, de sufrimiento teñidos de injusticia y barbarie. Hay quienes acuden a ella desde la rebeldía, una violencia morigerada contra la autoridad, una que nutre sentimientos heroicos e idealistas; un alimento juvenil de protesta, rabia y energía manifiesta para poner en evidencia la asimetría de toda sociedad. Es el signo que guía los discursos contra lo establecido, lo acostumbrado, lo que obstaculiza posturas alternativas o progresistas. Recientemente el presidente Boric, en el aniversario de Convergencia Social, colocó a la rebeldía en un lugar irreemplazable, lugar constitutivo del alma de todo hombre o mujer de izquierda. En un abrir y cerrar de ojos igualó un sinfín de tradiciones e historias diversas bajo la etiqueta rebelde.

Esa postura reduccionista no se adecúa a gobiernos de izquierda que han mantenido la estabilidad y gobernabilidad democrática apegados a procedimientos y prácticas que no contravienen a la autoridad. Han sido gobiernos ceñidos a lo autoritativo, que tal como destaca Giovanni Sartori, autoriza toda institucionalidad y proceso desde la confianza y la legitimidad que debemos a una autoridad respetada y elegida. La rebeldía como esencia de la izquierda representa solo a un sector, sector que históricamente ha levantado las banderas de la oposición continua, de la explicitación de los problemas antes que de las soluciones y que desde la ventaja de la protesta ha empujado agendas maximalistas. La izquierda socialista renovada, socialdemócrata o liberal no encaja en lo señalado por el presidente.

Sumada a esta apología de la rebeldía el gobierno actual instaló un telón de fondo peligroso, aquel que llama a “meter inestabilidad” a nuestras realidades. La consecuencia ha sido clara, ha permitido acentuar un profundo desconocimiento entre lo que significa el activismo y la protesta respecto al gobernar y proyectar una imagen de Estado. Esa inconsistencia, claramente arrastrada por premisas ideológicas, se ha asentado a través de impulsos, discursos altisonantes y una profunda inexperiencia respecto al núcleo y sentido de toda gestión pública.

Si por falta de calle la desconexión partidaria e institucional aceleró el descontento social, evidenciado en el estallido, la falta de oficina ha demostrado una implosión de grandes proporciones que se verifica en la autodestrucción de la confianza, la probidad y el entramado institucional. Hoy la rebeldía proclamada es una batalla contra sí mismos, los rebeldes son la autoridad y han ido tras los símbolos y funciones que los mantienen en el poder. Toda implosión concluye en descrédito e impotencia, toda implosión debilita los instrumentos de puente que posee el Estado para organizar, administrar y cohesionar a la sociedad más amplia.

La condena a la que se someten quienes nos gobiernan es una condena de eterna juventud revolucionaria, que choca contra sus propias facultades y rabias. Por eso la acción y estrategia que no abandona las calles radica en el PC y el FA; por eso la conciencia del gobernar y pensar desde el Estado es responsabilidad más clara para el Socialismo Democrático. La Explosión e Implosión no combinan menos si la amenaza no existe y la autoridad te pertenece, el efecto boomerang es evidente. La izquierda chilena es más que eso, más diversa que un discurso trasnochado, más que un personalismo adolescente, más que un no estadista.

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