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Actualizado el 25 de Junio de 2023

Saber dirigir, y hacer

Hoy en Chile, la politización de la gestión es uno de los principales puntos débiles del gobierno de Boric, un flanco absolutamente descubierto y que promueve la crítica fácil y muchas veces justificada.

Por Guillermo Bilancio
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección

“No quiero creer, quiero saber”.

Esta frase del célebre Carl Sagan, refleja la búsqueda insaciable del ser humano por incorporar conocimiento y promover la aptitud para afrontar cuestiones no controlables, pero especialmente para resolver problemas humanos generados por los mismos humanos.

En el gobierno, la conducción política debe tener un delicado equilibrio con la gestión y con la operación, estos últimos conceptos determinantes en el éxito de la política, porque ponen las ideas en acción.

El espacio político es el de los intereses, voluntades, intenciones y hasta de la intuición, dónde la especulación y la negociación son la esencia de los acuerdos que, en mayor o menor medida, intentan allanar el camino hacia coincidencias que no implican necesariamente abandono de las ideas. Es más, algunos procesos de negociación en función de las fuerzas en pugna, es imponer ideas. Pero es política.

El riesgo es que ese modelo especulativo, intente aplicarse a la gestión de gobierno, donde la voluntad y la intención deben dejarle paso a la capacidad de administrar, organizar y controlar. Y ese ámbito es el que requiere integrar conocimiento, creatividad e innovación para resolver situaciones “en terreno”.

Esas situaciones relacionadas con la política económica, con decisiones acerca de sustentabilidad, y muy especialmente los eternos temas relacionados con la salud, la educación, la seguridad y lo previsional, que más allá de ideas y acuerdos, exigen planificación y acción concreta.

Cada nivel de conducción en un gobierno tiene un lenguaje particular. El lenguaje político, ambiguo y diverso para ser flexible a la especulación necesaria es propiedad del presidente y su equipo partidario, necesario para acordar con oposición a nivel interno, y para marcar postura en la agenda internacional.

Pero a nivel ministros, el lenguaje debiese ser necesariamente administrativo, un nexo integrador entre ideas y operación. Es allí dónde están finalmente los resultados de la gestión.

Pero la voracidad de poder, hace que las fantasías de un relato político también se apodere del lenguaje administrativo, y allí la gestión se paraliza.

Cuando los ministros hacen proselitismo en lugar de poner ideas en acción, tarde o temprano llega la frustración. Porque la gestión no permite indecisión, ambigüedad, idas y vueltas, que son en definitiva los culpables de la inestabilidad estructural.

¿Cuanta responsabilidad le cabe al presidente en este tema? Toda la responsabilidad.

El presidente elige a sus ministros, supuestamente, en base a sus conocimientos además de sus convicciones, pero esencialmente por la capacidad de decidir y hacer para implementar la política acordada en el nivel superior.

Hoy en Chile, la politización de la gestión es uno de los principales puntos débiles del gobierno de Boric, un flanco absolutamente descubierto y que promueve la crítica fácil y muchas veces justificada.

Porque la gestión, a diferencia de la política, es una variable controlable. Exige diagnóstico, diseño, planificación y control.

El relato no resuelve la realidad, que no se puede tapar con fantasías en una zona de promesas. La falta de gestión genera la percepción de falta de claridad en el rumbo, y eso se transforma en desconfianza.

Entonces, entran y salen ministros, casi como prueba y error, un lujo que Chile no se puede dar. Está bien el aprendizaje, pero la gestión merece consistencia y validez.

La política va y viene , pero sin acción es un concepto vacío. Por eso es esencial consolidar el proceso recursivo que lleva las ideas a la acción para así también revisar las ideas y para eso será fundamental la solidez estructural, no solo en los roles, sino en cubrir las expectativas del hacer.

Es muy fácil ser blanco de críticas cuando hay ambigüedad, indecisón y desacuerdos. Pero un gobierno es más débil cuando las mejoras requeridas en la calidad de vida de una sociedad no se cumplen. Y es allí donde se gana o se pierde una elección en un mundo dónde el pragmatismo va superando la hemiplejía ideológica.

Nadie va a juzgar a un gobierno, ni a sus ministros, por los brillantes discursos que prometen el paraíso y buscan erosionar a una oposición que no se cansa de golpear dónde más duele: En las realizaciones.

En definitiva, mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar.

Política es acción.

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