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Actualizado el 22 de Julio de 2023

Matar al mensajero

Debiese existir una constitución. La que una a todos. El dilema será, si vivimos en una sociedad dónde unos quieran vivir con los otros…

Una constitución no es un marco ideológico hemipléjico, sino una estructura filosófica que debe plantear los grandes temas que aseguren y delimiten los espacios de una sociedad libre, pero también responsable. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección

Son momentos relevantes, casi “fundacionales” a nivel país. Porque si bien no se puede vivir pensando en el pasado, y afirmar que mañana siempre será mejor, Chile está en un punto de inflexión en su historia.
Es que se conjugan los 50 años del violento punto final a un proceso democrático, con las definiciones de un proceso constituyente que supone presentar una carta magna “legítima” si acordamos que la democracia le otorga legitimidad a una constitución.

Pero esta instancia histórica, está plagada de vicios asociados a los enfrentamientos de un pasado que se resiste, y a las visiones cortoplacistas y egoístas de un presente que no garantiza grandeza para un futuro.
Una sociedad que piensa en rechazo a la alternativa propuesta por otro, casi sin atender la alternativa solo por estar impulsada por el enemigo, está destinada al fracaso.

Pero entendamos el significado de la palabra fracaso.

Una sociedad no fracasa por cuestiones económicas puntuales, ni tampoco por desavenencias políticas, ni por el subdesarrollo social o por el retraso tecnológico.

Tampoco fracasa por falta de políticas sobre sustentabilidad, o por falta de competitividad producto del escaso desarrollo empresarial, o por falta de asistencia de parte del Estado.

Todas esas variables que mueven los factores críticos de una sociedad, son transitorios y por ende, posibles de revertir en el mediano largo plazo si se dan condiciones iniciales para lograrlo.

Esas condiciones iniciales están sintetizadas en la convivencia social, en la armonía y en la paz interior. Claro que hay diferencias, pero esas se dirimen en la alta política, dónde lo colectivo siempre debe privilegiarse por sobre lo individual.

Y la constitución es el instrumento fundamental para promover y regular esa convivencia y, en ese sentido, Chile ha fracasado.

Una constitución no es un marco ideológico hemipléjico, sino una estructura filosófica que debe plantear los grandes temas que aseguren y delimiten los espacios de una sociedad libre, pero también responsable.

La crisis y el estallido social tuvieron como salida del conflicto la posibilidad de redactar una nueva constitución que supuestamente debiera tener como objetivo superior la unidad nacional.

Plagada de errores (posiblemente corregibles), el primer intento tildado de constitución “de izquierda” o para algunos “comunista”, finalizó en el rechazo. Todos sabemos que muy pocos leyeron ese texto, pero la desinformación informada y el perfil del mensajero instaron al rechazo.

Sesgada por el color del gobierno actual, la nueva constituyente inicia un proceso que desde el comienzo también generaba dudas acerca de su neutralidad.

Claramente, cuando los intereses superiores están dados por la propiedad privada, por el énfasis en lo económico-liberal, pero abandonando al progresismo-liberal, el resultado futuro es muy posible que también finalice en rechazo, sólo por matar esta vez al nuevo mensajero.

¿Qué es lo que supone la paz social y la unidad? ¿Acaso lo que suceda con las pensiones o con el libre mercado? ¿Con que el Estado debe ser grande o no existir? ¿Qué se puede elegir el sexo o autorizar la marihuana? ¿Qué nos brinde lecciones acerca de cómo formar una familia?

Claro que no.

Una constitución debe acoger la política, la estructura y, especialmente, la cultura del país para coordinar el modo de vivir y de hacer de los chilenos en sociedad.

No define instancias que pueden cambiar porque cambia el mundo o porque cambian los gobiernos, como debiera ser. Y que cada uno le dé su perspectiva especial manteniendo un tronco común.

El tipo de gobierno, el rol del Estado para asegurar bases del bienestar (salud, educación, seguridad), la libertad responsable, y las relaciones entre todos los sectores que fortalezcan la idea del desarrollo, son los pilares.

No hay una constitución para empresarios, ni para sindicatos, ni para la izquierda ni para la derecha.

Debiese existir una constitución. La que una a todos. El dilema será, si vivimos en una sociedad dónde unos quieran vivir con los otros…

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