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20 de Agosto de 2023

Grietas en el modelo chino

Si hay algo que refleja reiteradamente la experiencia histórica, es que el control político del mercado termina siempre mal. Una cosa es articular y regular la economía buscando la mejor sinergia entre estado y mercado, y la otra es que cualquiera de los dos se someta al otro.

China Chile TPP-11 La gran concentración del poder que ha generado Xi Jinping, como nunca en la historia de la República Popular China, puede estar minando sus mismas bases, partiendo por afectar su propia economía.
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Juan Pablo Glasinovic Vernon

Juan Pablo Glasinovic Vernon es abogado

La economía mundial atraviesa un difícil período con las secuelas de la pandemia, agudizadas por la guerra en Ucrania y también por el reacomodo geopolítico en curso, con su incidencia en materia de comercio e inversiones. Evidentemente de esto no se podía sustraer China. Este país tuvo una estrategia de “cero COVID” durante varios años, hasta que la amenaza de una revuelta social hizo que el gobierno girara en 180 grados y terminara con todas las restricciones. Esa aproximación inicial de cuarentenas forzosas en todos los lugares donde se detectaban contagios tuvo fuertes efectos en la producción y en el comercio global, incluyendo la logística. El cierre de fábricas e incluso de puertos, desordenó un esquema de movimiento de mercaderías que, entre muchos factores, dejó en evidencia la dependencia respecto de China en una gran cantidad de bienes. Esto ha empujado un reordenamiento productivo y de los flujos comerciales que, por supuesto llevará tiempo, pero que disminuirá la participación de China en la producción manufacturera mundial.

Como sabemos, la economía china lleva décadas creciendo a altas tasas, lo que ha generado una transformación sin precedente del país en un espacio muy corto de tiempo, lo que incluye una drástica reducción de la pobreza. Y sus efectos benéficos no solo se han sentido domésticamente. China también ha mitigado las consecuencias de varias recesiones mundiales, siendo una alternativa para el comercio global ante el derrumbe temporal de algunas economías, como durante la crisis sub prime cuando Estados Unidos y Europa fueron duramente afectados. En esas oportunidades, China ayudó a superar más rápidamente el mal momento mundial.

El alto incremento económico se convirtió en un pilar de la legitimidad del gobierno del Partido Comunista Chino (majaderamente destacado por este), junto con el nacionalismo.

Sin embargo, en los últimos años el crecimiento económico chino se ha frenado y no se vislumbra que vuelva a retomar las altas tasas anteriores. Esto más allá de los efectos de la pandemia, tiene causas estructurales, pero también políticas.

Entre las primeras, está el encarecimiento de la mano de obra además de su acelerado envejecimiento. Sumado a esto está el creciente desinterés de las generaciones más jóvenes por trabajar en las fábricas, en atención a sus duras condiciones. Esto está empujando a diversos sectores, partiendo por los de menor valor agregado, a mudarse a otros países. Este fenómeno también tendrá efectos importantes y una zona que está recibiendo parte significativa de ese desplazamiento productivo es el Sudeste Asiático (ASEAN).

También aplica la propia dinámica del desarrollo económico. Al inicio el crecimiento es acelerado, pero a medida que la economía se expande y transforma, es cada vez más difícil sostener ese ritmo y las tasas tienden naturalmente a bajar. Es cosa de revisar la experiencia de Japón y de Corea del Sur al respecto.

A lo anterior se suma la política. El Partido Comunista Chino nunca estuvo cómodo con el auge capitalista interno, el que siempre consideró una amenaza para su sobrevivencia. Por eso y a pesar de su ineficiencia, no terminó con las empresas estatales. Al contrario, las estimuló. Esto ha significado una gigantesca inyección de recursos fiscales para cosechar magros resultados cuando no déficit. En tiempos de bonanza eso puede haber pasado relativamente desapercibido, pero en época de vacas flacas como el actual, eso empieza a pesar.

Junto con mantener y fortalecer a las empresas públicas, el gobierno, marcadamente durante la era Xi, ha entrado a controlar a las empresas privadas, distorsionando la lógica empresarial. Esto se ha manifestado exigiéndoles tener a funcionarios o militantes comunistas tanto en su administración como en sus directorios, buscando así alinearlas con los planes públicos. Además, el gobierno derechamente intervino a las grandes empresas tecnológicas como Ali Baba, Tencent, Didi, y ByteDance, con regulaciones que no solo les hicieron perder miles de millones de dólares en capitalización, también coartaron el espectacular desarrollo que estaban teniendo, forzándolas a preferir el mercado doméstico tanto en su propiedad como en las ventas, para no estar expuestas a la toma de control extranjera. Empresas que iban por el liderazgo mundial en sus rubros, quedaron no solo debilitadas, también con menos expectativas. Esto a su vez, sumado a las medidas estadounidenses, ha agravado lo que se denomina el fenómeno de “desacople” económico y tecnológico.

Quizá lo del control político en la economía, sea lo que más daño está generando y producirá en la economía china, frenando sus tremendas energías, cuando no derechamente cerrándoles la puerta. La moneda de cambio de esto es alinear a todos los actores para la consecución de los objetivos del Partido Comunista, principalmente convertir a China en la primera potencia al 2049, cuando se celebre el centenario de la fundación de la República Popular. Pero creo que con esto se está cometiendo un gran error estratégico que no solo afectará la viabilidad del objetivo, también debilitará al propio gobierno, cuya legitimidad descansa en gran medida en su gestión económica.

Si hay algo que refleja reiteradamente la experiencia histórica, es que el control político del mercado termina siempre mal. Una cosa es articular y regular la economía buscando la mejor sinergia entre estado y mercado, y la otra es que cualquiera de los dos se someta al otro.

A pesar del rebote post pandemia, el crecimiento no se ha sostenido, a lo que se suma la instalación de un estado de deflación. La proyección para el año bajó de más de un 7% del crecimiento del PIB a algo que estará en torno al 4% y eso, según el FMI, será probablemente el techo para los años inmediatos. El complejo momento incluye un aumento del desempleo juvenil que está llegando al 21%, una disminución de las exportaciones y del consumo interno, así como un alto endeudamiento doméstico que es insostenible, incluyendo a gobiernos municipales y regionales, así como a empresas públicas. En el sector de la construcción e inmobiliario, existe una crisis que amenaza con expandirse y arrastrar al resto de la economía. El gigante inmobiliario Evergrande que ha estado en una situación crítica desde 2021, con una deuda de al menos USD300.000 millones agravada por dos ejercicios en que esta sigue creciendo con USD81.000 millones, se acaba de acoger a la protección por quiebra en Estados Unidos, para tratar de reestructurar su deuda externa. A Evergrande se suman últimamente otras grandes firmas del sector que han entrado en cesación de pagos.

La gran concentración del poder que ha generado Xi Jinping, como nunca en la historia de la República Popular China, puede estar minando sus mismas bases, partiendo por afectar su propia economía.

Xi, desde la perspectiva marxista está en lo correcto en buscar impedir el incremento de la participación de los privados en la economía porque esto derivará en una liberalización política que es una directa amenaza para su control político absoluto, pero también es cierto que sin un sólido crecimiento económico erosionará los pilares de su poder y del Partido Comunista.

Pero como dijo alguna vez un monarca francés del Occidente decadente, la consigna parece ser “después de mí, el diluvio”.

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