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2 de Septiembre de 2023

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Por Enrique Morales Mery
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Enrique Morales Mery

Enrique Morales Mery es Cientista político.

El ser humano al verse enfrentado a la angustia de reconocer su finitud descubre sus fortalezas y debilidades, las descubre en un sentido integral que implica su persona, relaciones, colectividades, organizaciones y sentido de la realidad. Lo contrario, implica la poderosa tentación de soberanía, ese arrebato de infinitud desde el cual declaramos dominio sobre los demás como fuente de reafirmación de nuestra mismidad; en ese ensayo de dioses en plena realidad mortal vamos tras la materialidad e inmaterialidad de todo y todos. Construimos desde ese exceso de Yo una concepción de poder que destruye cualquier sueño de fraternidad, simetría, cooperación y cohesión. El resultado en sus diferentes versiones nos enfrenta con autoritarismos, totalitarismos, dictaduras o populismos antidemócratas.

Sumidos en ese devenir, situados en ese contexto y a la vez condenados al interior de ese destino buscado o no buscado, los seres humanos y la consiguiente sociedad forjada acceden a la posibilidad del autoexamen. Lo que arroja ese escrutinio es decidor y en el último tiempo hemos avanzado mucho respecto a las temáticas del reconocimiento desde la óptica de la víctima, desde la mirada del que padece. Al recoger la memoria de ese dolor, y su peso especifico, la persona se rescata y busca que la sociedad implicada, la sociedad indiferente o la sociedad que hereda los hechos se reconcilie con su historia personal, y a través de ella con su propia historia como sociedad. Ese reconocimiento es vital para reconstruir las piezas del padecimiento y la tristeza social que conlleva; justamente esa herida expuesta, de no ser tratada, perpetúa la memoria de todo duelo pendiente.

Cuando nos encontramos a las puertas de la conmemoración de los 50 años la perspectiva y su panorámica son desoladoras. No estamos conmemorando, no estamos con memoria conjunta, no hay confluencia en el entendimiento de nuestra finitud. Estamos atados al ir y venir de las argumentaciones circulares, de la dialéctica del enfrentamiento y a través de esa dinámica quedamos petrificados frente a un hecho que no abandona su origen, que no se transforma en aprendizaje. La circularidad es un eterno retorno binario y maniqueo, una constante declaración de nuestras identidades políticas y sociales desde las diadas de buenos y malos, víctimas y victimarios, héroes y villanos. Incluso para mantener esa dialéctica confrontada inauguramos monumentos, calles e historias oficiales y desde ahí eternizamos el odio y los resentimientos concomitantes.

¿Cómo rompemos ese 1 contra 1? Una posibilidad es mirar la historia desde el autoconocimiento y eso permite dos cosas fundamentales: reflexionar y asumir. Con lo primero nos permitimos deliberar hacia adentro, con nosotros mismos y ese viaje nos conecta con la autocrítica, con el rescate de nuestra real valía y con el arrepentimiento. Básicamente este proceso de reflexión le permite al ser humano situarse de forma consciente frente a su pasado, presente y futuro, le permite ponderar, sopesar pensamientos y acciones de cara a lo personal, relacional, colectivo e institucional.

El otro paso fundamental y crucial junto a esa reflexión interna es lo que el pensador Patchen Markell llama, en sentido amplio, el reconocimiento de nuestra finitud. Aquel reconocimiento, entendido como posibilidad de transformación, permite mirar y mirarnos como parte de una dinámica más amplia, una dinámica muy humana, muy consciente del como mis pensamientos y acciones afectan la vida de los demás. Esto claramente no es poesía, no está escrito en el vacío y no es el resumen de una abstracción descontextualizada. El asumir y asumirse ya sea desde la posición de víctima, victimario, desde aquella que padece, observa o comete, siempre nos abrirá el camino de una lección. Esa necesaria reflexión nos adentra en el día después que nos saca del bucle desde el cual pretendíamos la infinitud y el dominio, ya sea desde la trinchera de los vencedores o desde aquella de los vencidos. Toda dialéctica de confrontación solo eterniza la sed de dominación o revancha, el impulso de toda venganza declarada o legada generacionalmente.

La transformación social que resulta de este proceso sanador nos regala un momento que no conocíamos. Se devela una síntesis, una sinergia que antes de reflexionar con nuestro interior y asumir el cómo nuestra existencia sociopolítica afecta la vida de los otros, estaba escondida bajo nuestros deseos soberanos de infinitud e imposición de la verdad única.

Por ello, es imposible reescribir la historia y lo es no solamente porque es imposible llegar a un acuerdo de que debiera registrase para siempre sino porque esa historia está habitada por múltiples experiencias y perspectivas. La historia además cuando se hace consciente en el reconocer y asumir es una historia que permanece como fuente de aprendizaje, de reconciliación y de transformación edificante.

Chile está frente a sus heridas, protagonistas, espectadores y nuevas generaciones, a 50 años de distancia, estamos frente a las heridas. Todavía se escuchan los dolores, los gritos de sufrimiento o de supuesto triunfo. Tengo plena certeza que cuando descubrimos que todo quiebre es parte de una guerra pírrica avanzamos. Como en la vida misma ese paso nos regala una nueva oportunidad, una convivencia entre los que estuvieron, los que están y los que estarán. De nosotros depende que esa maravillosa alteridad consciente y reconciliada desde lo profundo nos regale el comienzo de nuestros mejores años como país.

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