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10 de Septiembre de 2023

Tierra de nadie

Es tiempo de inspiración, de iluminación. Es tiempo de que los sensatos tomen la rueda del timón. Cualquier coalición que abarque lo que hoy llamamos centro: desde la centroizquierda a la centroderecha, se encontraría con una aplastante mayoría.

Ojalá sea el último once de desgracia, enfrentamiento y batalla. Lo anhelo aunque, honestamente, no lo veo. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Estamos en la tierra de nadie. Nos encontramos entre dos prédicas de minorías, bajo su fuego cruzado en el que ambos perderán. Perderán junto con nosotros, la mayoría inconsciente, la mayoría que no es ni de ultraizquierda, ni de ultraderecha. Pero que no es capaz de organizarse bajo una coalición dialogante, de extraerse del caudillismo disperso entre partidos y partiditos cuyas diferencias ideológicas es difícil distinguir; excepto, claro, de los que disparan su odio visceral desde las dos trincheras opuestas.

Y mientras un extremo desvía al país bajo el mando de un presidente del que no se sabe hoy qué dirá mañana, su desaprobación pone en manos de los otros radicales la creación de una Constitución que, con la excepción de éstos, nadie quiere. Y que parece inevitablemente llevar a un nuevo rechazo y un nuevo vaivén de preferencias a pesar de que ninguno de los bandos cambie un ápice sus prédicas.
En el momento que escribo estas líneas, el 11 todavía no ha pasado. Pero sé que será caótico, con barricadas, desmanes, buses quemados y probablemente hasta saqueos; todo sin sentido, sin la simpatía de nadie más que los que causan el desorden. Pero su efecto será fugaz porque a pocos días vienen las fiestas patrias y el país se sumirá en los asados, fondas, cuecas y como siempre, en tacos interminables en las carreteras con récord de accidentes mortales.

Entre tanto, aún no surge un grupo o personas capaces de unir a la gente sensata, a gente que realmente quiere un Chile desarrollado, un país en camino a la felicidad. Solo aparecen desgastados ex-presidentes, una y otro con ganas de tomar la batuta de nuevo, a pesar de haber ya fracasado en sus últimos mandos. Las/los políticos nuevos y de siempre están peleando entre ellas/os sin importarles lo que pasa en la calle; escuchar una sesión de la Cámara o el Senado da vergüenza. No logran una aprobación de siquiera dos cifras porcentuales desde hace décadas; sin embargo estamos, no dirigidos sino desencaminados por ellas y ellos.

¿Qué importancia tiene llegar a un acuerdo sobre un golpe militar de hace 50 años? Si sobre los 17 años que lo siguieron, casi todas y todos estamos de acuerdo. Los que saben sobre las desapariciones durante la dictadura, llevarán a la tumba sus secretos porque su revelación los privará de su libertad; solo la sed de venganza, el – evidentemente comprensible – odio de los deudos impide conocer la verdad. Ese resarcimiento parece más importante que conocer lo que pasó con las víctimas. Y llama al odio, no a la certeza.

Hasta ahora gana la sentencia cesariana: divide et impera. Los extremos seguirán al mando hasta que tengan despierto el odio, la división. Una democracia fuerte no puede existir bajo el mando de ninguno de ellos; esto está ene veces comprobado, demostrado en el mundo. Y donde surgen de nuevo, la democracia sufre, se enferma. Me refiero a la verdadera democracia y no a la que sale de bocas falaces.

Es tiempo de inspiración, de iluminación. Es tiempo de que los sensatos tomen la rueda del timón. Cualquier coalición que abarque lo que hoy llamamos centro: desde la centroizquierda a la centroderecha, se encontraría con una aplastante mayoría. Pues la gente está harta de la tragicomedia a la que está llevándonos cualquier sectarismo; aquél radicalismo en el que es imposible dialogar, ceder y aceptar.

Ojalá sea el último once de desgracia, enfrentamiento y batalla. Lo anhelo aunque, honestamente, no lo veo.

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