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Actualizado el 2 de Octubre de 2023

Hacer el bien, mejor

AGENCIA UNO/REFERENCIAL.
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.

Voy a plantear algo que para estos tiempo es viejo, y que fue escrito en 2015 por el joven científico escocés William Mac Askill en su best seller “Doing Good better”.

Su investigación y sus conclusiones acerca de la caridad “racional”, generaron la admiración desde Elon Musk hasta Steven Pinker detrás de la idea de abandonar el altruismo puramente emocional, y el planteo acerca de las dudas de ayudar en el presente inmediato en lugar de aportar (o invertir) eficazmente en una futura arca de Noé…

Pero más allá que el significado del altruismo eficaz radica en cómo optimizar de manera “racional” a la caridad tradicional, algo posible en la población más rica del planeta, creo que es una buena base de discusión acerca de cómo los gobiernos, quienes administran los recursos del Estado, pueden hacer una redistribución eficaz para reducir las carencias fundamentales de los países y sus ciudadanos.

Pero para poder debatir este tema, debemos dar por finalizada la discusión acerca de Estado grande o Estado pequeño o “no Estado”. Si el Estado puede ocuparse de temas productivos o no. Debemos ser pragmáticos en tal sentido.

El Estado existe, y en algunos casos es indispensablemente productivo como lo es en países desarrollados (nuestros admirados nórdicos), dónde las empresas del Estado son las que administran los recursos naturales críticos que hacen a la estrategia país. Claro que con un management confiable (cualquier modelo con corrupción no está dentro de esta conversación).

Por otra parte, el Estado (más grande o chico) es el que debe dar respuestas a las más elementales necesidades sociales, especialmente en países no desarrollados como los nuestros.

Seguir discutiendo la existencia del Estado parece un insulto a la inteligencia política (aunque a veces resulta lógico dudar de la inteligencia de los políticos).

Resuelta la discusión, queda por aclarar que el rol del Estado es el de acomodar las piezas para que, a partir de la libertad responsable (le robo el término al presidente Lacalle Pou), los actores de la sociedad promuevan el crecimiento económico con sentido social para mejorar la convivencia y el bienestar colectivo, cada vez más.

Obviamente este es un buen relato, pero solo un relato. La clave es la acción.

Un político con probada capacidad de liderazgo es aquel que tiene la capacidad de darse cuenta; anticiparse a situaciones y hacer del discurso la acción. Pero también lo es cuándo ejerce un liderazgo legítimo más allá de sus intereses personales relacionados con el ego y el poder.

Los gobernantes y los aspirantes a gobernantes están siempre frente a la disyuntiva de cómo promover el encantamiento del electorado, buscando el voto y buscando la reputación muchas veces falaz que le indican las encuestas de aprobación o rechazo de su gestión.

Es entonces cuando a partir de percibir las carencias y los reclamos interminables de la sociedad, el gobernante confunde el concepto de justicia y seguridad social llevándolo a la caridad social. Un altruismo generalmente ineficiente, ya que la fábrica de pobres en la región sigue funcionando gobierne quien gobierne, salvo alguna honrosa excepción que me voy a guardar para no entrar en detalles.

En esa instancia dónde se confunde apoyo con dádiva, aparecen interrogantes que resultan determinantes y que por temor a perder poder y relevancia, se dejan a un costado:

¿Acaso gobernar es la actitud de encarar la inmediatez o el largo plazo?

¿Privilegiamos el placebo de las ofertas de corto plazo vs un proyecto de país?

¿Un futuro posible, o un sufrido presente continuo?

Los niveles de pobreza y desigualdad, las exigencias de la educación para afrontar estos tiempos de evolución tecnológica indefinida, la seguridad social y de la salud especialmente en una población que envejece y que puede tener mejores expectativas de vida, el mantener vivo al medio ambiente y sus especies, debiesen ser los pilares de la agenda de quienes administran los recursos que el Estado y cuyo resultado deben distribuirlo en formas de subsidios, incentivos, inversiones.

Pero el subsidio caritativo no es el subsidio eficiente. El incentivo sin estrategia país resulta un pozo ciego o un apoyo a los amigos del poder. Las inversiones sin agenda terminan en un museo de infraestructura inútil para los tiempos que vienen.

Claro, la caridad de corto plazo, la ilusión de los incentivos y las obras faraónicas, son propias de populismos cortoplacistas (de un lado y del otro de perimida lucha ideológica) que terminan generalmente en el caos.

El mundo que viene seguramente seguirá siendo siempre mejor al que fue, pero eso dependerá, al menos en esta parte del planeta, de resolver el conflicto acerca de decidir la inmediatez subsidiando de manera ineficiente, o pensar lo que vendrá con la asignación de recursos adecuada a partir de un modelo de país.

Para eso, el gobernante es y debe ser el orquestador de un Estado presente, sólido y eficiente, capaz de construir la pista de un capitalismo competitivo con libertad y responsabilidad social.

La emoción siempre guía a la racionalidad, pero es la razón la que en definitiva nos pone en contacto con la realidad.

Conducir el Estado como un ente determinante para la ayuda eficiente, es de políticos inteligentes. Lo otro, es de faltos profetas oportunistas.

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