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Actualizado el 25 de Octubre de 2023

Sigue mi llanto por Argentina

Apareció en el horizonte una figura en la persona de Milei, grotescamente aún más populista que el justicialismo. Reapareció Patricia Bullrich, ex-revolucionaria pero de un apellido del más rancio conservadurismo transandino. Y, naturalmente, está el candidato del actual – y eterno – poder, Sergio Massa.

Por Tomás Szasz
AGENCIA UNO
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Escribo con bastante autoridad sobe nuestro vecino más importante y con la frontera más larga que tiene Chile: Argentina. El país de las aguas argentas, el Río de la Plata, el más ancho en Sudamérica después del Amazonas. Viví allá por treinta años y la quería, la quiero mucho. Esa tierra hermosa, y las y los que la llenan: su cultura, humor y corazón. Cultura heredada de la más grande del Occidente, la romana: Italia.

Tres cuartas partes de la población transandina es de origen del país de la bota, como se denomina por su forma. La más importante migración que comenzó en los tiempos de Garibaldi y terminó más o menos cuando yo llegué allá. Pisé tierra en Buenos Aires el primero de febrero de 1957 como refugiado político, escapado de Hungría durante la revolución del año anterior. Me recogió la organización migrante JOINT en Viena; embarqué en el buque argentino de transporte de tropas Santa Fe en Génova; vinimos mitad exiliados de mi país natal, mitad emigrantes italianos.

Además de la cultura, también llegaron otras cosas típicas: la industria, la ciencia, la alegre irresponsabilidad, el irrompible sentimiento de familia y amistad, la desorganización y el “dolce farnietne”: la dulzura del ocio. Lo conocí a fondo: me casé con una pura descendiente italiana, viví más de veinte años en el típico seno de la familia peninsular; se dice que si te casas con una italiana, también te casas con los suegros, la abuela, el perro y el gato italianos. Testifico que es verdad y que es un placer.

Pero no voy a eso, sino a lo que fueron mis treinta años que permanecí en Argentina. Seis lustros en los que ya no me acuerdo cuántos gobiernos y golpes militares hubo. Pero el mando siempre estuvo en las manos del peronismo. En las pocas veces que una elección fue ganada por un partido opositor, pronto vino una asonada militar, porque los mandos castrenses eran peronistas que no aceptaban un mandato no-peronista; ninguno de ellos finalizó su administración hasta la reciente de Macri. Cuando el general Juan Domingo Perón llegó al poder en la década de los cuarenta, con él no solo vino la industrialización, sindicalización y voto femenino, sino la corrupción, el populismo y el comienzo de declinación de una economía que llegó a ser la sexta del mundo.

El peronismo, hoy llamado justicialismo, enarboló como su esencia sacar a los pobres de su condición de “descamisados”. Se organizaron los sindicatos, cuidadosamente manejados por el partido; pero criminalmente corruptos e increíblemente poderosos: mafias sobre las que se apoya el oficialismo. Es tan perfecta su influencia que hoy, después de casi ochenta años en el poder, estamos de nuevo en las puertas que siga así por lo menos por otro cuatro. Es totalmente inexplicable que esa creciente masa de descamisados, adoradores de Evita, que surgió del fango a mano del General, que encantó a los pobres son sus joyas y lujos, pero nada hizo para que tengan camisas decentes, siga peronista. Es patético. Bizarro.

Hoy, – cuando el número (de descamisados) se multiplicó, la pobreza creció a un punto sin parangón, la inflación es flagrante y millones de argentinas y argentinos están al borde del hambre – no hay dudas que el próximo presidente sea Massa, otro peronista, actual ministro de economía (equivalente a nuestro ministro de hacienda) del país en crisis imparable. Aquél que des-maneja en 2023 la política fiscal vecina, será presidente en 2024. No hay una sola tragicomedia más grande en las óperas más famosas del mundo que la fatalidad argentina. Las obras de de Verdi, Puccini, Rossini y otros inmortales son cuentos de hadas en comparación.

Apareció en el horizonte una figura en la persona de Milei, grotescamente aún más populista que el justicialismo. Reapareció Patricia Bullrich, ex-revolucionaria pero de un apellido del más rancio conservadurismo transandino. Y, naturalmente, está el candidato del actual – y eterno – poder, Sergio Massa. ¿Quién ganó más votos el domingo? Evidentemente éste último, que seguro se llevará la palma en el balotaje, ya sea porque finalmente Milei es un imposible, ya sea porque Argentina está fatalmente destinada a seguir descamisándose bajo el enviciado camino del peronismo. Esa ideología que no es ni socialista, ni progresista solo populista y corrupta sin límites y que transformó a uno de los paraísos del siglo XX en uno de los infiernos del XXI.

Hay que seguir llorando por Argentina.

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