Sin salida en la guerra de Israel contra Hamas
Netanyahu y su facción de extremo nacionalismo no puede parar sin tener en el horizonte un arreglo más o menos aceptable, ni puede renunciar.
La irrupción de Hamás a Israel desató una tragedia, situación inmensamente peor que la del llamado conflicto de Medio Oriente, previa al ataque fanático de los terroristas. Es innegable reconocer que el mismo ha sido no solo bien organizado y sorpresivo, sino que sus efectos coronarán los propósitos mucho más allá de lo que, posiblemente, hayan sido la intención y esperanza de Hamás.
La agresión tenía todo el horror, crueldad e inmisericordia del terrorismo ciego, típico de la intifada extremista: masacrar a todo lo que se movía incluyendo mujeres que podrían engendrar nuevas generaciones, infantes que podrían crecer y pelear, ancianas y ancianos que con sus experiencias podían enseñar a sus descendientes. Extirpar al árbol con sus ramas, hojas, raíces y semillas. La astuta toma de rehenes, para apelar a la humanidad y compasión de sus oponentes y servir como moneda de intercambio da una faceta aún más taimada de sus propósitos: por cada secuestrada/o cinco o más liberaciones de los suyos. Astucia digna a las brillantes mentes árabes, usada ahora por los terroristas que quieren extirpar al Estado de Israel y establecer en su territorio una nación del Islam extremo.
La reacción israelí superó, está superando lo esperado. No es imaginable que Hamás haya creído poder simplemente ocupar con su ataque a Israel; Hamás no es estúpido. La idea ha sido provocar una venganza sangrienta y exorbitante, cosa que se logró de sobra. Había que poner a la nación hebrea del papel de víctima a la del agresor cruel ante la opinión mundial. Había que movilizar la indignación de palestinos y musulmanes dispersos en el mundo occidental y despertar la irritación de gobiernos amigables, neutros o antagónicos a Israel, apelando no solo contra su habitual carácter opresor sino, ahora, a su crueldad y su afán de destruir definitivamente a Gaza y su población. Es increíble pero cierto: los terroristas que provocaron la situación con un ataque espeluznante no visto desde Gingis Kan, invocan los DD.HH. y convenciones internacionales sobre las guerras. Además, reavivaron el antisemitismo mundial yaciente y la histórica imputación que los judíos son los causantes de todos los males.
Hamás no tenía que convencer al pueblo de la Franja de su verdad: ya controlaba al gobierno de la Autoridad Palestina y, si había detractores, estaban aterrorizados y bien controlados. Ahora es difícil imaginar que haya un solo palestino que no odie a Israel. Y ¿qué le quedaba, qué otro le queda a éste que una respuesta semejante? La guerra desatada contra Gaza no es una marcha triunfal sobre un territorio simplemente invadido sino, valga la redundancia, una verdadera guerra contra un enemigo mucho más resistente de lo esperado, apoyado y financiado por Irán entre otros poderes extremistas. Una pelea contra un adversario casi invisible, oculto entre habitantes sufridos, hambrientos y cada vez más leales a los terroristas, muriendo de a millares como sucede en las guerras; siempre más civiles que soldados, siempre más niños y mujeres que hombres. Israel está enfrentando fanáticos que anteponen su propia vida a la de los que consideran sus enemigos; que creen que su muerte los llevará al paraíso si arrastran consigo la mayor cantidad de infieles. No hubo adversarios iguales desde los kamikazes…
Lo más trágico en esta conflagración es que Israel, a pesar de que ya incluso su antes incondicional aliado, los EE.UU. también está criticando su proceder, simplemente no puede parar. Y lo aún más trágico que aunque frene su ofensiva, Hamás y sus similares nunca serán totalmente aniquilados. Netanyahu y su facción de extremo nacionalismo no puede parar sin tener en el horizonte un arreglo más o menos aceptable, ni puede renunciar; ningún gobierno puede hacerlo en medio de una guerra, en una que puede llevar a una conflagración mucho más grande y en la cual Israel puede perecer a pesar de toda su tecnología, armamento y apoyo externo. Es poco probable que en el mundo de hoy alguien, incluso EE.UU. esté dispuesto a llegar a una situación en la defensa de su eterno aliado, que puede borrar la humanidad de la faz de la Tierra.
¿Tendrá Israel finalmente otra salida que detenerse? Quizás logre negociar una especie de paz, donde resigne – o devuelva – territorios ocupados por kibutz judíos en Cisjordania contra la aceptada ocupación de Gaza o parte de ella. Las reservas y los armamentos no son infinitos y mantener activa una acometida prolongada, poniendo en riesgo su propia productividad, puede llevar a un colapso y hasta a una resistencia interna al alargue de la situación bélica. Pero también es evidente que la anterior situación de la Franja no le es aceptable; ¿cuál es entonces la solución?
Pocas veces se ha visto una coyuntura tan complicada en la historia en medio de una tensión mundial, de por sí apenas soportable: Rusia vs. Ucrania y la U.E., China vs. EE.UU., Corea del Norte vs. la del Sur y sus asociados… Encima, en medio del calentamiento global, la contaminación mundial, una inminente crisis económica generalizada.
Si hay un Dios, que nos pille confesados; no envidio las generaciones de este y próximos siglos.