El peso del pasado y los esfuerzos de Japón por constituir una sólida red de alianzas en Asia del Este
Tal vez Japón debería mirar lo que hizo Alemania y no obstante tener tratados que lo amparan, hacer un gesto importante, que lo reconcilie al menos con Corea.
Juan Pablo Glasinovic es Abogado.
Si hay un país que no se ha podido desprender de las memorias de la Segunda Guerra Mundial, ese es Japón. Su conquista y dominio de Corea, buena parte de China y del Sudeste Asiático dejaron una huella de sangre y crueldad imborrables, especialmente para los chinos y coreanos.
Hay que decir que la rivalidad entre estos últimos tres países lleva siglos y que todos han alternado por períodos de supremacía o mayor poder relativo respecto de los otros, aunque quien se ha llevado la peor parte ha sido Corea, que como península situada entre China y Japón, ha sufrido invasiones de ambos.
No obstante siglos de rivalidad y guerras, la conducta japonesa durante la Segunda Guerra Mundial fue especialmente cruel respecto de estos tradicionales enemigos. En el caso de Corea, anexada en 1910 por Japón, se implementó una política de asimilación cultural, imponiendo la enseñanza del japonés en las escuelas y prohibiendo la educación en coreano. Adicionalmente se enrolaron a la fuerza a miles de coreanos para mandarlos a combatir por Japón en los distintos frentes y a miles de mujeres se las usó como esclavas sexuales a disposición de las tropas niponas. Respecto de China, la norma de la ocupación fue el asesinato sistemático de los civiles al considerarlos con una raza y cultura inferior, incluyendo todo tipo de horrores. Quizá el episodio más recordado fue lo que se conoce como la “masacre de Nankín”. En 1937 las tropas niponas tomaron la ciudad y durante 42 días recrearon el infierno en la tierra, matando a centenares de miles, torturando y violando.
Japón también sufrió su infierno en la tierra al ser el único país contra el que se han usado bombas atómicas. Tras su rendición incondicional, la reconciliación y acercamiento con Corea y China fue tardía y parcial, al menos en la perspectiva de estos países. Contribuyó a eso el revuelto escenario regional de la post guerra. En 1949 triunfaron los comunistas en China (que habían montado una resistencia muy importante contra los japoneses), inaugurando la República Popular China, mientras que en Corea se produjo una guerra civil que terminó siendo un conflicto internacional y concluyó con la península partida en dos. En dicha guerra Japón fungió de base y centro logístico para el esfuerzo aliado liderado por Estados Unidos.
Tras esos cambios tectónicos y restablecida cierta estabilidad en el contexto de la Guerra Fría, comenzaron los acercamientos, para tratar de dar vuelta la página de la traumática historia recién pasada. Con Corea del Sur, ambos países restablecieron mediante un tratado sus lazos diplomáticos con un paquete de reparaciones de unos 800 millones de dólares en subvenciones y préstamos baratos, zanjando de esa modo, desde la perspectiva nipona, todas las reclamaciones relacionadas con el periodo colonial y de la guerra.
Con China, en atención al caótico gobierno de Mao y la percepción de este que Japón era un estrecho aliado de Estados Unidos, no hubo diálogo sustantivo sino hasta comienzos de los setenta, lo que estuvo directamente relacionado con el pacto de Nixon con Mao en el mismo período. Una visita del primer ministro Tanaka a Pekín culminó con la firma de una declaración conjunta el 29 de septiembre de 1972. En ella se normalizaban las relaciones diplomáticas entre Japón y la RPC. Japón declaró que era consciente de su responsabilidad por haber causado enormes daños al pueblo chino durante la Segunda Guerra Mundial y China renunció a exigir a Japón reparaciones de guerra. Evitar disputas políticas sobre esta traumática historia facilitó una cooperación estratégica inmediata. Los chinos por supuesto exigieron reconocer a Japón que Taiwán es una parte inalienable del territorio de la República Popular China, lo que ocurrió en esa declaración.
En ambos casos lo que se resolvió en el papel no logró dejar atrás lo vivido en las décadas anteriores, ni aplacar el afán de reparación. Esto se ha reactivado esporádicamente, coincidiendo con ciertas conductas de ciertos políticos y autoridades japoneses que han mostrado sus respetos a militares de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a criminales de guerra.
Con Corea esto ha sido particularmente complejo y la sociedad civil ha sido muy activa en presionar a sus gobiernos para exigir reparaciones. Esta presión popular ha sido clave para explicar los roces entre ambos países en los últimos años y ha persistido porque la mayoría de los coreanos consideran que los japoneses no han hecho un gesto suficiente de perdón y reparación.
Ahora que, tras años distanciados, los gobiernos de Japón y Corea por fin habían logrado coordinar una estrategia común asociados a Estados Unidos para hacer frente a China, la relación podría volver a complicarse por la herencia de la ocupación nipona de Corea.
En efecto, hace unos días un tribunal surcoreano condenó a Japón a indemnizar a 16 mujeres por esclavitud sexual forzada en tiempos de guerra (se estima que 200.000 mujeres sufrieron esa suerte), siendo una sentencia final al no recurrir Tokio. La sentencia impone a Tokio a pagar unos 200 millones de wones (152.000 dólares) a cada una de las demandantes coreanas.
La ministra de Asuntos Exteriores de Japón, Yoko Kamikawa, declaró que la sentencia era “absolutamente inaceptable” y “claramente contraria al derecho internacional y a los acuerdos entre ambos países”, haciendo alusión a la postura japonesa de que el tratado de 1965 cerró todos estos temas.
Ante el revuelo mediático y la repercusión doméstica, el gobierno surcoreano emitió una declaración: “El gobierno eguirá esforzándose por restaurar el honor y la dignidad de las mujeres de solaz víctimas, al tiempo que se asegura de que Corea del Sur y Japón sigan cooperando de cara al futuro”, añadió en un comunicado, utilizando un eufemismo para referirse a las esclavas sexuales.
Hasta ahora esto no ha tenido efectos prácticos. De hecho este sábado Corea del Sur, Japón y Estados Unidos anunciaron que han puesto en marcha “nuevas iniciativas trilaterales” para contrarrestar a Pyongyang, incluida una “colaboración más profunda” entre sus guardacostas, además de una operación de intercambio de datos en tiempo real sobre los lanzamientos de misiles norcoreanos.
El problema se presentará cuando se exija a Japón pagar la indemnización. Y esto no se puede desvincular de las próximas elecciones legislativas coreanas programadas para el 10 de abril del año próximo, en las cuales se renuevan todos los escaños. Por más que el presidente Yoon Suk-yeol ha hecho grandes esfuerzos para dejar atrás estos problemas y forjar una relación estratégica con Japón, su gobierno depende del control de parlamento, con lo cual deberá estar atento a cómo evoluciona la opinión pública y no podrá ir en contra de ella en un tema tan sensible, so pena de ser castigado en las urnas.
¿Cómo se puede salir de esta dinámica y dar vuelta la página para mirar al futuro? Tal vez Japón debería mirar lo que hizo Alemania y no obstante tener tratados que lo amparan, hacer un gesto importante, que lo reconcilie al menos con Corea. De lo contrario los fantasmas del pasado seguirán interfiriendo y Japón no logrará articular una alianza estratégica con Corea del Sur, lo que lo dejará solo y en una posición desmedrada en Asia del Este en un escenario que es cada vez más complejo.
Los pecados de los padres los terminan pagando varias generaciones, pero no tiene por qué ser un karma indefinido. La redención es posible y con ella un cambio sustantivo de escenario. No es nada fácil, pero hay mucho en juego.