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27 de Enero de 2011

"Carta a mi Esperanza", por Juanita Vial

Tengo la inmensa suerte de trabajar en algo que, aparte de gustarme y agobiarme como a todo el mundo, me permite tener días libres y ser absolutamente dueña de mi tiempo. Es decir, trabajo cuando se me da la gana. Pero cuando eso pasa, bastante seguido en realidad, parezco ser la reina de las ganas y la niña predilecta de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, de mi colegio y parte de mi mundo de los cinco a los dieciocho años.

 

Por Redacción
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Tengo la inmensa suerte de trabajar en algo que, aparte de gustarme y agobiarme como a todo el mundo, me permite tener días libres y ser absolutamente dueña de mi tiempo. Es decir, trabajo cuando se me da la gana. Pero cuando eso pasa, bastante seguido en realidad, parezco ser la reina de las ganas y la niña predilecta de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, de mi colegio y parte de mi mundo de los cinco a los dieciocho años.

 

El decía, o al menos eso nos inventaban, que el trabajo era la mejor forma de santificarse. Obvio, si cuando se trabaja, uno no es capaz ni de calentarse, que es lo único que realmente es pecado en “ La Obra” como le llaman. Hacer dormir a las nanas, tienen de a tres, en unos camarotes en que no cabrían ni mellizos de cuatro años, no pagar imposiciones y hacer que su “servidumbre” les sirva el pavo con la manzana en la boca el 24 de diciembre en la noche mientras sus familias y niños lloran su ausencia, no es pecado para ellos. Ellas nacieron para eso y se están haciendo más santas. En el fondo, ellos son su camino al cielo, su guía espiritual. Si hasta tienen una carrera en su universidad en que imparten cursos para ser una Super Nana.


Y en realidad todos tenemos un poco de eso, de nanas, no de opus dei. Yo me siento humillada en delantal y cofia almidonados cuando alguien tiene algo malo que decir de lo que hago. Me dan ganas de renunciar altiro. Menos mal tengo jefes esporádicos que duran en promedio 24 horas a los que agradar. No me siento capaz de más, no por soberbia, sino por pena. Es muy triste sentirse inútil o mal hecha, ¿no?


Son esas mismas cosas las que me hacen pensar en que no quiero que mi hija pise jamás un colegio. Me gustaría tener la personalidad de esas gringas rosadas y colorinas que estudiaron sicología y terapias florales de Bach, agarraron su cerebro, de mosca desahuciada a veces, crearon una teoría con la vecina en las horas de la clase de bauer, agarraron a sus tres rechonchetes rubiocolorines, los sacaron del colegio estatal a media cuadra de la casa y contrataron a una institutriz. Y los educan en su casa.

 

Y más encima aceptaron cuando les tocaron la puerta del New Yorker en un capítulo falto de tema, les abrieron, les dieron galletas de gengibre recién horneadas y relataron con convicción que la educación a domicilio era el primer paso a la modernidad, que nuestros hijos necesitan aprender las cosas en un ambiente cálido, volver a hacer punto cruz y tocar flauta traversa a la perfección.

 

Yo las encuentro valientes, pero arriesgadas. E idiotas en el fondo. ¿O los gorditos prodigio van a hacer fiestas entre ellos, se invitarán a alojar a la pieza del lado, a hacerse pitanzas con walkie talkie y a hacer la ordinariez de crear bandos entre hermanos?


Me da pavor que mi hija pise un lugar en que alguien le vaya a pegar un empujón o le vaya a decir bigotuda si lo merece en algún momento. Pero más horror me da pensar en que se pierda la oportunidad de conocer otras vidas y otra gente como ella, o sea, la de su edad.

 

Eso para mí vendría siendo ser como ella. Pero no quiero que nadie en el mundo me venga a decir dónde está ese lugar fantástico. Dónde tengo que empezar a preocuparme desde ya para que entre, porque es justamente ahí donde no quiero que esté, donde los padres de sus compañeros planificaron el futuro de sus hijos sin pensar si era o no bueno para ellos.

 

Me puedo equivocar, pero, para ti mi linda Esperanza, el mundo que busco es el que tú me muestras que eres, el que siento que te gustará, en el que creo que te sentirás cómoda y , para qué mentirles, el lugar donde seas la reina.

 

 

SOBRE LA AUTORA: Juanita Vial es productora de moda para editoriales y publicidad. “Mi nombre es el que se lee, no es diminutivo. Jamás me haría la guagua. Escribo para mí y me cargaría que otros lo leyeran, por eso no pienso cuando lo hago. Lo más íntimo que puedo contar es que soy una feliz madre, de Esperanza y cuatro gatos, la mayor no está físicamente pero habita el único cielo posible: el de los animales”.

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