La economía de Mickey Mouse
Tal como ha pasado con otros personajes ficticios como Tarzán y Sherlock Holmes, Mickey formará parte de un grupo de creaciones que jamás volverá a tener dueño.
Bastián Romero es investigador de la Fundación para el Progreso.
A contar del 1 de enero de 2024, Mickey Mouse pasará al dominio público. Su creador, Disney, perderá los derechos de autor que ha tenido sobre este personaje durante 95 años, quedando a la libre disposición de quien quiera usarlo. Tal como ha pasado con otros personajes ficticios como Tarzán y Sherlock Holmes, Mickey formará parte de un grupo de creaciones que jamás volverá a tener dueño. Vale precisar que no hablo de la versión moderna de Mickey Mouse con ojos grandes y guantes blancos, sino al que apareció por primera vez en el corto Steamboat Willie (1928), más pequeño, de cola larga y silbante.
Muchas oportunidades de negocios aparecen cuando estos personajes ya famosos pueden ser aprovechados sin permisos. Ya se rumorea que, con su libre uso, alguien pondrá a Mickey como un villano en una película de terror, como pasó con Winnie-the-Pooh en la película Blood and Honey (2023) después de que el oso amarillo pasara al dominio público en 2022. Además, no me extrañaría que distintas marcas de ropa comiencen a usar la imagen pública de Mickey en sus nuevos diseños. Después de todo, Mickey Mouse podría tratarse de uno de los personajes ficticios más icónicos y lucrativos de la historia. Las estimaciones dicen que este ratón le ha traído entre 50 y 80 mil millones de dólares de ingresos a Disney, pudiendo ser más de lo que generaron otras franquicias exitosas como Star Wars o Harry Potter.
Dado que el término de un derecho de autor puede resultar en una mayor actividad económica, ¿nos conviene si quiera que existan esos derechos? Muchos están en contra de que el Estado proteja la propiedad intelectual de los ciudadanos porque creen que frena el emprendimiento, pero no es así. Solo podríamos llegar a esa conclusión si asumimos que los creadores e innovadores del mundo tomarían el riesgo de crear e innovar sin que nadie les garantice un derecho único a monetizar su trabajo. Difícil de asumir.
En la industria de los medicamentos, por ejemplo, la propiedad intelectual a través de patentes es crucial, ya que dan a los laboratorios las certezas necesarias para arriesgarse a invertir. Ninguna farmacéutica gastaría los millones de dólares en investigación y desarrollo que requiere la creación de un nuevo medicamento si no pensara que su correspondiente derecho de propiedad intelectual le otorgaría un poder monopólico temporal. Lo mismo pasa con las creaciones creativas, como las canciones. Un compositor necesita ser el único dueño de sus obras para monetizarlas y poder vivir de ello.
Así, como demostraron los economistas Gould y Gruben en 1994, la propiedad intelectual no solo es justa, sino que ayuda a que los innovadores tomen riesgos y, como resultado, que la economía progrese. Sin embargo, la vigencia de los derechos de autor se ha hecho más larga con el pasar de los años, debido, en gran parte, a la presión que el mismo Disney ha ejercido sobre políticos de Estados Unidos para extender sus derechos sobre Mickey Mouse. Los académicos Parc y Messerlin señalaron en 2020 que, la excesiva duración de los derechos de autor podría estar relacionada con menor creatividad y diversidad cultural, además de no traducirse en mayores ingresos para los autores en general. Eso explicaría, en parte, porqué las emisiones de derechos de autor por habitante en Estados Unidos cayeron 40% durante los últimos 30 años.
Las dinámicas de los derechos de autor son fascinantes porque están constantemente adaptándose a las nuevas tecnologías —ya veremos en qué quedan los derechos de las creaciones provenientes de la inteligencia artificial— y Mickey Mouse nos provee de un entretenido caso para analizar en la víspera de su paso al dominio público.