Una brújula educacional averiada
La retórica frenteamplista, a la hora de dirigirse al estudiantado escolar, enfatiza todo lo contrario a algún tipo de respeto a la autoridad.
José Miguel González es director de Formación de IdeaPaís.
La educación escolar chilena no pasa por su mejor momento. Los últimos resultados PAES retratan un sistema público estancado y un panorama que se agrava si incorporamos el impacto significativo que tuvo la pandemia en este ámbito.
Ante este escenario: ¿qué horizonte pareciera guiar al actual gobierno?
Desde la “alfabetización sexual” que anunciara el ministro Ávila en su momento, titulares respecto del CAE y su eventual condonación, hasta el pago de la deuda histórica a los profesores y la lamentable amenaza a las universidades para que no publicaran los resultados recientes de la PAES. Lo cierto es que las prioridades han demostrado ser múltiples y basadas en una radiografía poco certera en el plano técnico a lo menos.
Curioso sonará esto de entrada, ya que el Frente Amplio y la trayectoria política de varios de los actuales referentes del gobierno se origina al alero del clímax del movimiento estudiantil: la educación se supone “su tema” o una preocupación central.
Sin embargo, esto se explica porque la tónica en este gobierno ha sido nutrirse, antes que todo, de retóricas o titulares grandilocuentes. Importa más un gran anhelo de justicia direccionado a echar abajo un modelo neoliberal desigual, antes que algún tipo de camino factible y asentado para lograr algo así.
Pero el problema es también la retórica misma y su norte programático e ideológico. En definitiva, lo que alimenta las decisiones en el plano educativo de esta tienda política empuja en la dirección incorrecta: la brújula apunta en la dirección equivocada.
Vemos con reiteración que los dardos se suelen disparar hacia la emancipación de los más jóvenes, que sean más “protagonistas”, autónomos, inquietos en el aula, en sus familias. Ya es conocido que uno de los aspectos más identitarios del proyecto frenteamplista ha sido el factor generacional: protestantes irreverentes, rebeldes y sin disposición a ceder como sus “antepasados” políticos que habrían transado y agachado el moño ante el modelo. Esto choca en el ámbito educativo, en que el alumno se comprende por definición como alguien que debe aprender de alguien que sabe algo que él no, y al profesor como detentor de un bagaje cultural que debe transmitirle.
En este sentido, se estrellan este tipo de miradas con la crisis actual de la autoridad pedagógica. Muchas voces dentro y fuera del aula dan testimonio de la pérdida de respeto hacia la autoridad del docente. Kathya Araujo por ejemplo comenta desde su trabajo de campo que muchos alumnos hoy por hoy repiten que el profesor “no se ha ganado su respeto”. Para un vínculo asimétrico por definición como lo es el que funda el aprendizaje, el respeto al profesor debe ser un punto de partida, no de llegada, por lo que esa horizontalidad que se estaría naturalizando transforma educar en una odisea cuesta arriba desde el principio.
La retórica frenteamplista, a la hora de dirigirse al estudiantado escolar, enfatiza todo lo contrario a algún tipo de respeto a la autoridad. Desde el comienzo de su Gobierno el presidente Boric por ejemplo ha aprovechado cada oportunidad para dirigirse a los jóvenes para recalcar su rol protagónico, la necesidad de que comprendan este como “su gobierno” y sean agentes de cambio. Elocuentes fueron también su apoyo a quienes saltaban torniquetes tratándolo como “desobediencia civil” para el estallido social, o esta semana volver a remarcar frente a Revolución Democrática que “no perdamos esa rebeldía”. Toda juventud es rebeldía o contraste contra anteriores generaciones, pero esto es solo un pelo de la cola en el proceso educativo.
Desde luego que estas cosas, en su justa medida, pueden tener algún sentido: si se trata de buscar algún tipo de rol activo en el proceso de aprendizaje es bienvenido. Pero otra cosa es que sea esta búsqueda de emancipación en el fondo lo que oriente como criterio en vez de las metas más básicas por las que podemos interpretar que nuestros jóvenes están siendo educados.
Mientras la brújula siga señalando hacia aquel norte, se seguirá postergando lo esencial y dificultando las cosas aún más para la tan noble y necesaria tarea de educar.