A mal tiempo, Chile atractivo
Me es muy difícil determinar exactamente el aumento y el nivel actual de la deuda externa de Chile, por aparecer muchos datos confusos o contradictorios en la web. Lo más verosímil que pude determinar es que el año 2021 cerró con 97 mil, el 2022 con 114 mil y el 2023 con casi 169 mil millones de dólares de pasivo público (aunque hay datos que sitúan ese último en cerca de 230 mil millones). La inversión, según datos publicados por el Banco Central bajó un 3% en el año pasado con respecto a 2022 que, teniendo en cuenta la inflación de la moneda estadounidense significa algo así como 4 o 5%. La productividad en el mismo período mostró una baja de más de 2% mientras el crecimiento apenas superó 0,6% y la inflación se habrá ubicado – sospechosamente – en tan solo 3,8%. El llamado del presidente a la austeridad contradijo el aumento del 4,3% en las remuneraciones del sector público (excepto la de él que inexplicablemente aumentó 4,8% por pura meritocracia…). Dichosos los días cuando el diputado Boric vociferaba por bajar sustancialmente las pagas de los miembros del Legislativo y Ejecutivo.
Cuento todo esto para afirmar lo que todas y todos sabemos: las cosas andan mal. Lo más preocupante es que mientras el primero y los partidos oficialistas insisten en reformas que solo empeorarían la cosa, el segundo – aunque no dominado por la oposición pero tampoco a disposición del Gobierno – poco o nada hace y ni siquiera propone para salir del pozo. La ideología por un lado y la ceguera por el otro parecen impedir que nazca una propuesta, un plan CONCRETO a favor del desarrollo y restablecimiento de seguridad; ninguno es factible sin remediar el otro. Es muy sencillo ver lo que nos asecha, va, ya nos pisa los talones: seguir el destino de tantos países del continente que partieron de la misma primicia en vez de tomar el ejemplo de aquellos que avanzaron hacia donde se encuentran ahora.
La situación mundial tampoco nos ayuda y dejamos que nos arrastre hacia abajo, en vez de aprovechar que estamos lejos de las guerras y conflictos internacionales, en vez de beneficiarnos precisamente de nuestra posición. No tenemos plata pero sí recursos y fuerza laboral ociosa, institucionalidad aún fuerte y democracia todavía bastante robusta. Pero eso no alcanza para ser un país atractivo, un lugar que no solo es refugio sino potenciador de capitales que en tiempos de incertidumbre buscan precisamente esas tres cosas: necesidad de recursos, gente necesitada de trabajo, leyes que aseguran estabilidad al inversor. Estabilidad que en sí tampoco es suficiente; debe estar acompañado por atractivos que no ofrecemos y neutralidad ideológica que el Gobierno no es capaz de aparentar.
Seamos francos: las reformas tributaria, previsional y laboral que el Gobierno promueve, no son del gusto de inversores potenciales. Las largas discusiones, tiras y aflojes sin soluciones, acompañados por desastres como los recientes incendios y el robustecimiento del crimen organizado espantan no solo a cualquiera que nos mire desde afuera sino también a los patrimonios locales, que se están escapando o al menos refugiándose en la inmovilidad. Se dice que cuando un jugador de cartas está en racha de pérdida, pide dar vuelta al mazo. Será una cábala pero seguro que los próximos naipes que saldrán, serán diferentes. Me refiero que si el Gobierno de Boric está perdiendo una propuesta detrás de la otra, es porque evidentemente está jugando mal las cartas. No hay que cambiar la convicción que predica: más igualdad, mejores salarios, pensiones más dignas, salud y educación de excelencia, seguridad ciudadana sanada. Lo que hay que cambiar es cómo lograrlo. Lo que a todas y todos importa no es bajo qué banderas se logran sino que se logren.
El famoso 6% de ya fastidiosa discusión no mejorará el panorama, sea cual sea el resultado pues lo que aportará a los ahorros, ya sea la totalidad o una parte, se verá anulado por el aumento de costo de vida que arrastrará consigo. Los sueldos, incluso, serán aún menos suficientes pues el 6% será para el futuro pero el aumento de precios que causará, inmediato. Ahora, si paralelamente con la aplicación se efectúa una importante disminución en el impuesto al rédito de las empresas y, si simultáneamente se ofrecen aún más ventajas a las nuevas inversiones, el país de un momento a otro se convertirá en tierra atractiva para la colocación de capitales en busca de lucro (palabra que enfurece a la izquierda). La baja de impuestos a empresas, por supuesto, debe ser acompañado por el aumento del de a las personas; la de empresas reducirán los precios de productos y servicios, lo que causará no solo el aumento del poder adquisitivo, la reanimación del mercado y competencia, sino a su vez también influirá positivamente en la estimulación de la economía: las nuevas empresas crearán trabajo y capacitación.
Los proyectos del hidrógeno verde o del litio que tanto optimismo sembraron hace tiempo, hoy ya no son el tiquet al paraíso: se demoró mucho en la telaraña burocrática e ideológica, nació la competencia mundial y se desmistificaron ciertas esperanzas. Conjuntamente con destrabar y apurar estas ya no-tan-milagrosas pero aún atractivas innovaciones, debemos atraer todo tipo de industria, principalmente la de transformación de materias primas agregando valor a nuestras exportaciones y bajar los precios de productos que ya no tendrían que importarse.
En muy pocas palabras: hay que hacer de Chile el país más atractivo de generar beneficios y seguridad en un momento de la mayor incertidumbre desde la segunda guerra mundial. No cabe duda que llamará la atención en un mundo que hoy está conectado a lo que ocurre en cada preciso instante.
Esos nuevos impulsos causarían efectos positivos casi inmediatos. Las recaudaciones fiscales tendrían un salto importante lo que permitiera, antes que nada, intensificar enérgicamente la lucha contra el crimen que hoy es la plaga más importante que impide avanzar en otras materias. Sería el primer grado en el cambio de rumbo, el primer freno en la ladera que estamos bajando y el primer paso hacia el tan mentado pero cada vez más lejano desarrollo. Si el Gobierno, fuertemente presionado por el PC, no es capaz – o no tiene la voluntad – de entenderlo, la oposición y la franja política indecisa que sumados son mayoría, deben hacerlo obligando el cambio de timón, de ruta. No se puede esperar que lo haga la próxima Administración: hay que iniciarlo AHORA para que la que viene, no tenga que comenzar en el fango al que no estamos velozmente acercando.