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26 de Febrero de 2024

Pequeños “borrachos” digitales: el peligro del consumo de redes sociales

Los estudios sobre consumo indiscriminado y crónico de redes sociales muestran claramente que los patrones conductuales exhibidos por esos niños y jóvenes poseen las mismas características de adicción a sustancias, es decir, conducta compulsiva, negación de efectos adversos, ansiedad frente a la limitación en el consumo, cambios bruscos de humor, entre otros.

redes sociales ¿Cómo ayudar a esos jóvenes adictos a redes sociales? Los estudios sugieren: limitar al máximo (a cero, antes de los 3 años), la exposición al consumo de redes sociales durante el periodo más crítico de crecimiento del encéfalo, es decir hasta los 15 años. AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Roberto Vera

Roberto Vera es académico de la Facultad de Ciencias Médicas y especialista en neurociencia de la Usach.

A fines del año pasado fui invitado a dar una charla al colegio de mis hijas sobre la adicción a redes sociales, particularmente acerca de los efectos más nocivos de ese consumo sobre la función cerebral.

Mostré evidencia de cómo el uso indiscriminado de pantallas para acceder a contenidos de redes sociales impacta negativamente en el cerebro, de cómo se ha demostrado, por ejemplo, que pasar muchas horas frente a teléfonos móviles, televisor o video juegos, repercute directamente sobre una mala calidad del sueño y un pobre rendimiento académico y, que incluso, aumenta la probabilidad de sufrir ansiedad y depresión.

Al final de mi exposición no recibí las mejores expresiones faciales de parte de mi audiencia, algunos francamente molestos me decían que lo que yo les mostraba era una exageración o derechamente era falso.

Tuvo que intervenir el profesor para decirles que lo que se mostraba correspondían a datos, y no a una opinión del expositor ¿Quiénes constituían mi audiencia? alumnos de séptimo y octavo básico. Todos dueños de teléfonos celulares inteligentes y con consumo de redes sociales sin control parental.

Además, una rápida encuesta a mano alzada demostró que más del ochenta por ciento de ellos, lo último que hacían en sus camas antes de dormir, era revisar sus redes sociales en el teléfono.  Al lector le resultara fácil inferir por qué mi charla no fue del gusto masivo de esa audiencia. La explicación es relativamente sencilla, pero tremendamente preocupante: les hablé a una audiencia adicta.

Esta anécdota me hizo recordar otra charla que, en mis inicios profesionales, realicé a un grupo de pacientes adultos mayores fumadores crónicos, todos con enfermedad pulmonar obstructiva crónica y la gran mayoría dependiente de oxígeno para realizar sus actividades diarias.

¿Qué poseen en común estos dos públicos? Ambos son grupos de personas adictas y ambos grupos poseen daños cerebrales inducidos por consumo indiscriminado de un agente adictivo. Ambos, además, se caracterizan por exhibir conducta compulsiva y desarrollar síntomas psicológicos como síndrome abstinencia ante la disminución o ausencia de la sustancia que causa placer (redes sociales para los primeros y nicotina para los segundos).

La base neurobiológica que explica sus conductas adictivas es clara y ampliamente estudiada por décadas. Lo novedoso ahora, es que respecto de la adicción a las redes sociales es la escasa conciencia de que ellas son la verdadera cocaína para los cerebros de niños, preadolescentes y adolescentes.

¿Cómo opera la adicción en nuestro cerebro? El centro recompensa-placer, una red neuronal evolutivamente muy antigua y que ha permitido a nuestra especie entre otras cosas, lograr esos significativos avances que le conocemos, es el encargado de procesar ese placer. Este aspecto tan conspicuo, ha sido incluso analizado desde la vereda de disciplinas tan distantes en lo conceptual a la neurociencia como la sociología funcional.

Desde esta última, refulge con fuerza la pregunta ¿qué ha llevado al ser humano a mostrar a ratos una conducta insaciable de placer, por ejemplo, en lo político, en lo económico, en el consumo material o en el uso del poder?

La respuesta desde la neurobiología es clara: estímulos que logran gatillar una conducta orientada esencialmente hacia la recompensa placentera liberan cantidades importantes de dos neurotransmisores a nivel cerebral: dopamina y serotonina. Lo anterior, es la base explicativa de lo que conocemos como consumo compulsivo de una sustancia.

Respecto de dopamina, por ejemplo, su unión a receptores ubicados en el núcleo accumbens (una estructura del sistema de recompensa – placer), logra ser transformado en sentimiento placentero. Sabemos actualmente que el núcleo accumbens es solo una parte de esta red neuronal, pues también participa la amígdala, la corteza fronto-medial y el hipocampo, todas estructuras encefálicas implicadas fuertemente en la conducta orientada al placer.

Estas mismas estructuras se encuentran en periodos críticos de madurez durante la edad que posee mi audiencia del colegio.

Los cerebros de esos jóvenes remodelan circuitos neuronales mediante eventos tan gravitantes para la salud cerebral como la neurogénesis (generación de nuevas neuronas) y la “poda” neuronal (selección de conexiones neuronales) influenciadas todas por una avalancha de reguladores de carácter hormonal.

A diferencia de cuando ellos mismos fueron niños, los cerebros de estos jóvenes ya no poseen esa tasa de crecimiento frenético de los primeros años, ahora más bien, crecen en complejidad de conexionado. A este respecto estudios de imagen por resonancia nuclear magnética, muestran que durante este periodo se prioriza el crecimiento de la sustancia blanca cerebral (donde se encuentra el conexionado) por sobre la sustancia gris (donde se ubican los núcleos de las neuronas).

No es difícil notar que durante este periodo de madurez el cerebro se encuentra particularmente vulnerable a estresores, sean estos tan positivos como aprender un nuevo idioma, como aquellos derechamente nocivos como el consumo crónico de alcohol, nicotina, marihuana o redes sociales.

Todo el cerebro madura, incluyendo por cierto el circuito de recompensa-placer, por ello la exposición temprana a estímulos que logren liberar constantes cantidades (y siempre al alza) de dopamina/serotonina en cerebros con maduración incompleta, poseen una alta probabilidad de gatillar conducta adictiva, la cual se afianza y perpetua con la edad.

Lo anterior, es un hecho bien conocido por las compañías tabacaleras, las que han centrado por décadas la publicidad del consumo en el público adolescente, pues saben de sobra que, iniciando a un adolescente en el gusto por nicotina tienen un cliente buen pagador cautivo de por vida.

Las grandes empresas tras las redes sociales siguen ese mismo patrón publicitario destinando, además, sumas exorbitantes de dólares en instalar la idea de la “ventaja digital” sobre el coeficiente intelectual de los jóvenes adictos, lo que resulta ser una falacia del porte de una catedral.

Los estudios sobre consumo indiscriminado y crónico de redes sociales muestran claramente que los patrones conductuales exhibidos por esos niños y jóvenes poseen las mismas características de adicción a sustancias, es decir, conducta compulsiva, negación de efectos adversos, ansiedad frente a la limitación en el consumo, cambios bruscos de humor, entre otros. Todo muy alejado a la adquisición de una “ventaja comparativa”.

¿Cómo ayudar a esos jóvenes adictos a redes sociales? Los estudios sugieren: limitar al máximo (a cero, antes de los 3 años), la exposición al consumo de redes sociales durante el periodo más crítico de crecimiento del encéfalo, es decir hasta los 15 años. Después de esa edad, controlar de forma rigurosa tanto el contenido como las horas de permanencia de jóvenes frente a dispositivos con conexión a internet y, por último, no olvidar que la sana lectura, los tiempos de ocio, la calidad del sueño, el ejercicio físico al aire libre y la conversación persona a persona, son herramientas que logran esculpir un cerebro sano y prevenir conductas adictivas tempranas.

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