Kakistocracia
si bien la kakistocracia es una idea espeluznante y desalentadora, también es un recordatorio brillante y crudo de lo que podría suceder si bajamos la guardia como sociedad y dejamos que los incompetentes tomen el control.
Christian Aste es Abogado.
El término altisonante y exuberante “Kakistocracia” proviene de las raíces griegas: Kakistos que denota lo peor y kratos que significa gobierno. Es una descripción cruda de un sistema de gobierno a cargo de los más incompetentes, decididamente inútiles y descaradamente deshonestos. En resumen, lo peor de lo peor.
Aunque parezca una absurda paradoja, no es infrecuente que, para aliviar las penurias sociales y responder a las injusticias intrínsecas en los sistemas y modelos, los ciudadanos que juegan un papel vital en la votación opten por abrazar el sentimentalismo en lugar de la racionalidad pragmática. En vez de votar por el individuo más inteligente, altamente capacitado y con una trayectoria probada, se elige al que nos dice lo que queremos escuchar y que parece más cercano a nosotros, aunque sea mediocre, sin experiencia y/o un mentiroso patológico.
Las consecuencias de este absurdo resultan francamente desastrosas, y van desde políticas públicas mal diseñadas y peor implementadas hasta fallas en la aplicación de la ley y el orden, pasando por caos, inestabilidad y confusión. Sus ramificaciones devastadoras se expresan en un sistema de salud rezagado, en una economía en picada, en una educación de baja calidad y en una moneda que se deprecia progresivamente; sin considerar todavía lo que ocurre en el ámbito internacional, en el que el país no solo pierde peso, sino que además queda expuesto y vulnerable a la manipulación y a la intromisión de intereses externos.
Decir que todo es desolación y caos sería hacer una visión limitada de lo que podría ser una kakistocracia.
De hecho, la versión más perversa de una kakistocracia no sería un gobierno totalmente incompetente, sino un gobierno tan hábil en el arte de la manipulación y el engaño que su incompetencia puede ser escondida, justificada o incluso adornada como algo a celebrar.
Tanto así que, pese a la evidencia de su fracaso, no se sienten ni se asumen como responsables. La culpa nunca es de ellos. Es de los adversarios políticos, las fake news, los poderes fácticos, o incluso el imperialismo yankee. Los líderes de un gobierno kakistocrático pueden incluso afirmar que el movimiento del que emergieron es tan ajeno a la política, a las malas prácticas y al establishment, que son por lo mismo los más calificados para “limpiar el sistema” del “lodo” de la corrupción y la burocracia.
Lo único bueno, si es que hay algo bueno que decir respecto de un gobierno así, es que su tiempo (que se torna a veces infinito e insufrible) nos ayuda a reflexionar sobre la importancia de nuestros líderes, la necesidad de la competencia y la honestidad en la gobernanza. Es un recordatorio amargo de que la democracia, la libertad y el bienestar no son para nada objetos que se deben dar por sentado. Nos recuerda que siempre debemos esforzarnos por construir y preservar sistemas de gobierno donde la competencia, la integridad y la verdad sean la norma, no la excepción.
En resumen, si bien la kakistocracia es una idea espeluznante y desalentadora, también es un recordatorio brillante y crudo de lo que podría suceder si bajamos la guardia como sociedad y dejamos que los incompetentes tomen el control.