Menos Craig, más Narbona (y el eterno dilema de la batalla cultural)
Entre líneas se desliza una crítica velada al empresario que participa del debate público y a los gremios, como si ese empresariado, por disentir de políticas públicas del Gobierno, se declarara en rebeldía ante la voluntad popular.
José Antonio Valenzuela es director de Incidencias de Pivotes
A fines de febrero, una entrevista del diputado oficialista Gonzalo Winter movió el tablero en el oficialismo. En ella el militante de Convergencia Social y ex asesor parlamentario del presidente, llamaba al Gobierno a librar la manoseada “batalla cultural”. Hacer tantos esfuerzos por alcanzar acuerdos políticos con la oposición —daba a entender el parlamentario— estaba diluyendo la identidad política del Frente Amplio y el costo que se estaba pagando era demasiado alto. Rápidamente el ex convencional, Fernando Atria, secundó este llamado y la controversia se desató. Identidad versus gobernabilidad no es una disputa nueva, ya lo sabe bien quienes participaron de los gobiernos del ex presidente Piñera.
Pero el llamado parece haber encontrado tierra fértil en el Gobierno. Ya hace dos semanas la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, emplazó al empresariado a que “paguen mejor” y “respeten los derechos de los trabajadores”, en una polémica que muchos advierten puede ser costosa para la tramitación de su reforma tributaria. Incluso el siempre moderado ministro de Hacienda, Mario Marcel, se mostró inusualmente combativo cuando se refirió al economista Klaus Schmidt-Hebbel, como el “economista de apellido compuesto”, como respuesta a las críticas de este a la política económica del Gobierno, y señaló en una entrevista reciente que “opiniones de empresarios revelan prejuicios hacia el Gobierno”.
Pero el punto más álgido de este cambio de tono con el empresariado se vivió de parte del Presidente de la República. Durante la puesta en marcha de una planta desaladora para la Minera Los Pelambres, invitó a los empresarios presentes a “abandonar la soberbia paternalista que lleva a emitir juicios denigratorios a gobiernos que obedecen a la voluntad popular”. Agregó a esta interpelación: “Para que se entienda más claro: más Narbona, menos Craig”. La frase no aportó claridad, como buscaba el presidente, por el contrario, abrió un debate respecto al significado de sus palabras.
Hoy el misterio parece dilucidado: “Narbona” sería realmente “Fontbona” y haría referencia a algunos de los hijos del clan Luksic, los hijos de Luksic Abaroa e Iris Fontbona (justamente el segundo apellido del controlador del proyecto minero en cuestión, Jean Paul Luksic Fontbona), mientras que Craig a los hijos del primer matrimonio del empresario, especialmente Andrónico Luksic Craig. Más Narbona, menos Craig sería entonces una división de la Familia Luksic, y una metáfora del empresariado. Estarían quienes cooperan y quienes no, el buen empresario y el que “emite juicios denigratorios a gobiernos que obedecen la voluntad popular”. Entre líneas se desliza una crítica velada al empresario que participa del debate público y a los gremios, como si ese empresariado, por disentir de políticas públicas del Gobierno, se declarara en rebeldía ante la voluntad popular.
Más allá de la salida de libreto del presidente —y de este posible significado que genera preocupaciones y se muestra intolerante ante el debate respetuoso y legítimo de ideas— el despliegue reciente de las autoridades muestra que el llamado del diputado Winter caló hondo en el oficialismo y, la “batalla cultural”, volvió al centro de sus prioridades. Esa batalla cultural que suele ser aducida por los sectores más ideologizados de ambos sectores como excusa para, en lugar de enfocarse en el bienestar del país y de sus ciudadanos, dirija los esfuerzos a relevar las diferencias, lo que divide y a tensionar los ánimos con fines electorales.
Al igual como fue una mala idea cuando se planteaba esta estrategia desde la derecha (y el ex presidente Piñera supo resistir frecuentemente a estos llamados), lo es hoy. El legado más importante que puede mostrar un Gobierno, especialmente el actual —integrado por una coalición joven que hace sus primeras armas en el Ejecutivo— es mostrar gobernabilidad. De eso depende su viabilidad futura y la continuidad de su proyecto político. Librar la batalla cultural puede ayudar a conservar una militancia que sin dudas debe estar desilusionada, no le va a permitir al Frente Amplio volver a ser alternativa —en el corto plazo— para los chilenos. Demostrar que son capaces de gestionar el Estado, sí.
Parece razonable entonces desoír los llamados del diputado Winter y dejar la “batalla cultural” —lo que sea que eso signifique— para las elecciones, y que este Gobierno y los que vengan se preocupen de mantener al país en paz y creciendo.