Liberalismo Comunitario
El liberalismo comunitario es el resultado, como dice Philip Selznick, de rescatar las continuidades sociales, de valorar las tradiciones concretas y dinámicas que emanan de lo que Burke ya había relevado: la toma de conciencia del sentido de todo cambio y permanencia.
Enrique Morales es cientista político
Tenemos de fondo un mundo complejo, de entornos vertiginosos. Un mundo entre ansiedades y algoritmos, buscando equilibrios entre la pobreza extrema y el triunfalismo de mercado. Atrás quedó el debate liberal-comunitario de los noventa, oda inicial a las imposibilidades de conciliar a los individuos con sus cotidianeidades, proximidades y paisajes formativos. Todo decantó en un pensamiento matizado y acorde con las realidades que habitamos; surgió una reflexión profunda respecto a nuestras capacidades y responsabilidades sociopolíticas. Nuestro mundo no es el tortuoso viaje interno que captura la película “Into the Wild”, una reflexión descontextualizada con la intencionalidad de escapar de lo social, de lo que nos implica y de todas las presiones que acompañan nuestra existencia. Tampoco nuestro mundo puede reducirse al reavivamiento de un tribalismo cerrado, a una escenificación identitaria excluyente o a un simulacro de comunidades condenadas al repliegue.
El liberalismo comunitario es el resultado, como dice Philip Selznick, de rescatar las continuidades sociales, de valorar las tradiciones concretas y dinámicas que emanan de lo que Burke ya había relevado: la toma de conciencia del sentido de todo cambio y permanencia. Sin ninguna intención propiamente conservadora, que invite a petrificar los vaivenes de la historia, ello entronca con las libertades individuales, con los espacios de expresión y reflexión de los individuos diversos. El mismo Selznick destaca el sentido de comunidad no granítico ni fundamentalista; la comunidad que aquí se deja ver es el resultado de una coexistencia participativa y que ve en la alteridad entre diferentes unos recursos de conocimiento social, distante del comunitarismo medieval o racista.
Michael Sandel ha aportado una renovada concepción del bien común que se enmarca en este liberalismo comunitario, una concepción que no ve la sociedad desde la homogeneidad de lo unánime. Por el contrario, el bien común es resultado de una puesta en común, voluntaria y heterogénea, un despliegue de capacidades y contribuciones que van generando identidad colectiva, sentido de pertenencia, organización relacional, social e institucional. El bien común es tangible, tiene rostro y permite reconocer los aportes que cada uno entrega, desde nuestras particularidades hasta nuestra noción cooperativa del todo. En ello descansa la superación de los muros iniciales que separaban drásticamente al individuo de su comunidad. Frente a la impersonalidad del exitismo meritocrático Sandel presenta una justicia contributiva, una justicia que destaca cada esfuerzo, cada capacidad, cada contribución propiamente tal más allá de una redistribución ciega o de un credencialismo jerarquizante. La distribución de la contribución entierra los prejuicios sociales, los clasismos o los academicismos que redundan en desigualdad. Todos y todas somos parte de un tejido social valorado, capacitado y formado desde y por el mismo paisaje.
Desde otra vereda, Michael Ignatieff nos ha devuelto la importancia de las virtudes cotidianas, las bases sociológicas de toda convivencia. Desde ahí podemos apreciar cuan política y solidaria resulta nuestra junta de vecinos, nuestros consejos vecinales de desarrollo, nuestros condominios de edificios. Todo muy a la mano, exigiendo de nosotros un mayor compromiso, una mayor corresponsabilidad; ampliando no solamente nuestro repertorio de acciones sino también nuestros horizontes de decisión, nuestra necesidad de abordar la realidad desde asentados horizontes morales y éticos. El individualismo solipsista no tiene cabida porque al abstraerse pierde conocimiento del naipe completo que habitamos.
Finalmente, en esta formulación apretada sobre el liberalismo comunitario quisiera referirme a Charles Taylor, quién aúna la visión asociacionista de Tocqueville con la vertiente social de John Dewey. Con ello Taylor avanza en su crítica al atomismo social y a la racionalidad instrumental que gobierna gran parte de la economía. Esto se conecta justamente con la postura de Sandel de mantener una economía de mercado, sin dejarnos devorar por el impulso de imponernos una sociedad de mercado. Lo mismo respecto al atomismo que concibe al ser humano como anterior a sus circunstancias, a sus comunidades, a sus espacios formativos. Tal abstracción es letal y deshumanizadora.
El liberalismo comunitario continúa su dinámico desarrollo, su defensa de la democracia y su inclinación a observar y entender al individuo frente a sus expresiones, libertades y estructuras. La confianza está depositada en los procesos y no en los desenlaces, en la cooperación social y no en el egoísmo. La historia se seguirá escribiendo y la seguiremos pensando, adaptando a nuestras realidades y futuras acciones. Drexler dice que si quieres que algo se muera hay que dejarlo quieto… no lo permitamos, la Democracia avanza, se adapta, perdura y recrea realidades.