Pensamiento crítico: lo que la academia le debe a la sociedad
Me parece que el mundo académico es uno de los grupos sociales que más debería fomentar la formación de pensamiento crítico en la población. No solo promoviendo y participando en políticas educativas que incorporen este aspecto en los programas formales de enseñanza, sino también a través de la divulgación del conocimiento que se produce en las universidades e institutos de diversas disciplinas como las humanidades, artes y ciencia.
Fernando C. Ortiz, PhD es académico del Departamento de Biología, Facultad de Química y Biología Usach
El documental de la secta Antares de la luz causó cierto revuelo en las redes sociales nacionales hace unas semanas. Este documental recapitula una de las decenas de historias similares que han ocurrido aquí en Chile o en el resto del mundo. Sin embargo, la historia de Antares tiene algo de particular. Muchas veces se tilda de ignorantes y poco educados a aquellos que sucumben frente a lideres carismáticos/as y son convencidos de sumarse a un culto. No es el caso de Antares de la luz. Gran parte de sus miembros eran personas “educadas” en el paradigma educativo actual, es decir, profesionales de carreras universitarias, personas que fueron exitosas en la educación que ofrecemos. Este y otros ejemplos como el fenómeno de las “fake news” o el de la “post verdad” reflejan lo mismo: una profunda falta de pensamiento crítico en nuestra sociedad (independiente de la educación recibida). Y no creo que sea solo un fenómeno local, mundo entero está expuesto a esta crisis, basta ver las noticias media hora para notarlo. Y le digo crisis porque, en mi opinión, estar privado de un ojo crítico para evaluar situaciones o eventos, nubla la toma de decisiones, genera animadversiones sin mayor fundamento y termina equivocando el camino, llevándonos, por ejemplo, a escoger gobiernos mediocres o mezquinos (adjetivos que suelen venir juntos) o a ser violento con quien no comulga con mi color político o mi cultura, porque (supuestamente) no piensa como yo. En resumen: la ausencia de pensamiento crítico es peligrosa.
Existen diversas definiciones para lo que significa el “pensamiento crítico”. Un reciente artículo titulado “Critical Thinking from the Perspective of University Teachers”, de la autora María José Bezanilla, expone que corresponde a “la habilidad para explorar un problema, cuestión o situación; integrar la información válida sobre los mismos, llegar a una solución o hipótesis y justificar una propuesta” o según también “al proceso del juicio intencional autorregulado”. Se ha escrito mucho sobre la mejor definición y cómo entrenar esta habilidad, pero este debate se escapa de esta columna. Basta con definirlo de manera general como la capacidad de analizar la información disponible de manera crítica con el objetivo de evaluar una situación (o discurso, o problema) y de esta manera llegar a conclusiones propias, independientes y basadas en evidencia. El desarrollo apropiado de esta capacidad es, entonces, una herramienta fundamental para una sociedad, en particular hoy donde se tiene fácil acceso a una gran cantidad de información.
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Una posible manera (supongo que no la única) de mejorar esta habilidad, es justamente a través de la implementación de programas educativos en donde se enseñen los elementos que conforman el pensamiento crítico. Estos incluyen, entre muchos otros, el reconocimiento de noticias falsas mediante el análisis de fuentes confiables y bases de datos verificables. También la potenciación de nociones básicas de probabilidades y perderle el miedo a hacer cálculos básicos que, por ejemplo, nos permitan dudar si se nos dice que alguien tiene una ganancia de 350 mil pesos diarios vendiendo Super 8 en la esquina (¿Cuántos tendría que vender? ¿le alcanza un día de trabajo para eso?). Estas iniciativas ya existen (en EducarChile, por ejemplo) sin embargo, aún no son programas masivos o instituidos transversalmente.
En este sentido, me parece que el mundo académico es uno de los grupos sociales que más debería fomentar la formación de pensamiento crítico en la población. No solo promoviendo y participando en políticas educativas que incorporen este aspecto en los programas formales de enseñanza, sino también a través de la divulgación del conocimiento que se produce en las universidades e institutos de diversas disciplinas como las humanidades, artes y ciencia. En nuestro país, el desarrollo académico y tecnológico es financiado principalmente por fondos estatales (Fondart, Fondecyt, CORFO, FIC, IDeA Fondef, entre otros), es decir, parte de los impuestos de sus ciudadanos son destinados al desarrollo estratégico académico del país. Aunque este financiamiento es escueto e insuficiente (alrededor de 6 veces menos que el promedio de la OCDE), la academia lo devuelve con creces en producción tangible como en número de universidades y doctores/as, formación de profesionales, publicaciones y patentes, siendo Chile un país muy competitivo en la región. Sin embargo, nuestra deuda intangible es justamente no haber sido capaces de entregar el conocimiento a los ciudadanos y las herramientas analíticas que les permitan dudar y ser críticos de manera responsable. Es decir, no hemos sido capaces de promover de manera eficiente, sistemática y estable el pensamiento crítico en la sociedad. Una vía para reducir esta falencia es el desarrollo de programas educativos de potenciación del pensamiento crítico, la formación continua de profesionales, y la creación de eventos de divulgación del conocimiento en donde se entregue información relevante, basada en evidencia y recién salida del horno a la ciudadanía. De esta manera, nuestra sociedad saldrá fortalecida para enfrentar de manera responsable y preparada los desafíos futuros, los que, ya sabemos, serán muy desafiantes y necesitarán nuestra mejor respuesta.