Comunidad
Las comunas, los barrios y todo espacio público cercano no son laboratorios sociales o versiones comprimidas para ensayos ideológicos. Tampoco son el territorio para abusar del poder y de los recursos disponibles para la gente; las confianzas sociales se fracturan y lo común se diluye. Las democracias y ciudadanías que los municipios ejemplifican son vitales para comprender la relación responsable y no improvisada entre autoridades, funcionarios y líderes vecinales.
Enrique Morales es cientista político.
La comunidad como concepto y realidad despierta inicialmente muchas simpatías, parecen resumirse en ella una serie de idealizaciones de participación, deliberación y decisión. La proximidad, cotidianeidad y sentido de pertenencia directa contribuyen a vertebrar nociones y sensaciones que resumen un microcosmos democrático ideal. Es evidente que la comunidad es un escenario importante para desplegar conocimientos y sentimientos que reflejen nuestra personalidad, libertad y acción sociopolítica. Lo que no es evidente es que ese escenario sea siempre funcional a los componentes formativos de la ciudadanía.
Muchas veces, las comunidades evidencian una intención abierta de homogeneización, conformidad o presión social. El ideal de fraternidad y la extensión ético finalista de la solidaridad se convierten en principios o reglamentos en pro de una convivencia cerrada, uniforme o sencillamente inexistente desde el punto de vista dinámico de la participación política. La vertiente protegida e impermeable de comunidad malentiende el sentido de pertenencia y captura las vivencias, las narrativas sociales. Se hace eco de lo propio sin integrar las diferencias, disensos y novedades; desde aquí se forjan las bases autoafirmantes de toda exclusión y discriminación.
La tarea de las democracias locales comienza asumiendo la posibilidad de estos trasfondos de significado e influencia. Las comunas, los barrios y todo espacio público cercano no son laboratorios sociales o versiones comprimidas para ensayos ideológicos. Tampoco son el territorio para abusar del poder y de los recursos disponibles para la gente; las confianzas sociales se fracturan y lo común se diluye. Las democracias y ciudadanías que los municipios ejemplifican son vitales para comprender la relación responsable y no improvisada entre autoridades, funcionarios y líderes vecinales.
La comunidad tiene rostro, tiene historia, tiene un germen de convivencia que no puede perder el sentido profundo que la democracia le otorga. La democracia local entrega conexión, sinergia, un ida y vuelta que nos integra y compromete. Es hora de ser responsables frente al elector, frente a todo integrante copresente, es hora de confiar en el conocimiento social de los ciudadanos, protagonistas de su propia existencia sociopolítica. El lenguaje experto, técnico o socialmente validado no puede pasar por alto las experiencias diarias, los vaivenes que todo territorio contiene.
Los partidos políticos e independientes comprometidos con el servicio público tienen ante sí la gran responsabilidad de generar un discurso y acción que no necesariamente les pertenece. Es un discurso y acción de equilibrio entre los saberes y conocimientos teóricos, prácticos y las experiencias vitales de personas de carne y hueso.
Estas personas no son el trampolín para unos pocos, no son la excusa para enriquecer a fundaciones, no son el pretexto para ser la parodia de un reformador social. Sus vidas y necesidades son la prueba directa que con la democracia y la ciudadanía activa no se juega.