Salvar a Chile
Creo que entre posibles caminos a tomar por los sensatos, por aquellos a quienes no enceguece la ambición de poder o del dinero, de defender sus ideas minimalistas frente a las necesidades de Chile, reside en expresar clara y concisamente, insistir pública y constantemente explicar de qué se trata.
Tomás Szasz es filósofo
¿Hay que salvar a Chile? ¿De qué, porqué y cómo? No soy un gurú, ni menos me jacto de sabelotodo y tener la panacea de los grandes males. Quisiera sólo exponer mi modesta opinión y tratar responder a mis propias preguntas en este artículo.
El país comenzó su desarrollo, mal que suene, durante la dictadura de Pinochet. Hablo de desarrollo económico, no político, ni de los DD.HH. Sobre esa base la Concertación logró un avance mundialmente sin antecedentes en el nuevo milenio. A los críticos de ese conglomerado entre los tres centros: la izquierda, la derecha y el centro-centro de aquella época no era perfecta. ¿Pero qué es perfecto en el universo excepto la matemática? Por lo menos hasta ahora… Esa curva ascendente fue bruscamente interrumpida por el gobierno de Bachelet con la avenida de la anteposición del reparto al desarrollo. El país no ha llegado a una situación que permita la excesiva generosidad y solidaridad sin avanzar decididamente hacia la productividad, defensa del trabajo, el crecimiento. El aumento progresivo del Estado, no solo innecesario sino absurdo; el clientelismo y favoritismo; el gasto público engrosado contra el incentivo de la inversión y consiguiente crecimiento de bienestar abrió la fisura en las expectativas de ser excepción en la mediocridad crónica latinoamericana; en es escape de ser país bananero aunque sea con bananas importadas. La consecuencia inmediata fue la elección de Piñera como salvavidas, para retomar el sendero iniciado en 1991. Su desesperado intento, matizado de muchos errores, sólo logró una frenada y no fue suficiente para que la centroderecha – que tampoco lucía por un frente común – siga gobernando. Volvió Bachelet y se agravó la situación. La brecha de deterioro se estaba ensanchando y permitió un segundo gobierno de la derecha. Eso no era tolerable por una cada vez más fuerte e influyente asociación entre el FA influenciada por su accidental socio, el PC frente a la ya acostumbrada, casi enfermiza falta cohesión entre los partidos de los tres centros que realmente iniciaron el progreso (palabra que fue arrebatada por los que se autodenominan progresistas) y que apoyaron al o participaron en el golpe denominado estallido social de 2019. Aunque oficialmente nunca se reconoció, nadie duda de que ese fue magistralmente organizado y milagrosamente frenado por la pandemia. No por el acuerdo respecto a una nueva Constitución (que quedó demostrado que a pocos le interesaba) sino por el COVID. Es paradójico que sea una plaga que devuelva la institucionalidad a un país, pero ocurrió.
Para el PC tiene poca importancia el destino de sus temporales socios, el FA, que aparentemente ostenta el poder: su fracaso no lo debilitará pero capaz que lo reforzará. Es muy susceptible que incluso sean insinuantes de la mala política, léase los proyectos que están en discusión en el legislativo; la suma y resta es simple: un mal sistema aumenta la desocupación, la pobreza y su consecuente malestar e indignación.
¿Qué mejor oportunidad entonces acercar un fósforo al barril con alta presión y causar la repetición del 18/10? Los comunistas, encabezados por su presidente ya amenazan con esto. Amenaza no solo dirigido a la oposición, sino al sistema judicial (caso Jadue) y al mismísimo gobierno, que incluye tres compañeros de su élite. ¿Y quién saldría ganado de un nuevo estallido? Ya hubo bastante lumpen organizado en 2019; su número y preparación por cierto haya aumentado desde entonces y las consecuencias de la reiteración podrían ser desastrosas. La inmensa ventaja del PC consiste en que la rebelión puede iniciarse tanto por la inoperancia del gobierno de Boric como de la actitud de la oposición; tanto por la aprobación de los malos proyectos y sus consecuencias, como del rechazo de ellos por la cual se puede culpar a la oposición por el empeoramiento de Chile.
Creo que di bastantes argumentos para responder a mi pregunta de qué y porqué hay que salvar a Chile. Es muy difícil encontrar una – o varias – respuestas a la otra: cómo hacerlo. Y no queda mucho tiempo para ello. Las extremas derechas están lamentablemente cobrando mucha fuerza tanto en Europa como en América y por desgracias, en sus grandes representantes: Alemania, Francia, Estados Unidos. Eso ejerce presión a las extremas izquierdas internacionales para agudizar su contrarresto. Hasta obliga por ejemplo a Macron a buscar asociarse con ellas para salvar su país del partido La Pen y compañía. Y el crecimiento de los ultras diestras pone en riesgo la paz mundial, pues éstas no estarán dispuestas a apoyar a Ucrania… ¿sigo? El ejemplo lo muestra, claramente, la reciente visita del presidente húngaro Orbán a Putin, al continuador del mismo régimen que mantuvo prisionero su país durante gran parte la segunda mitad del siglo pasado. (Paréntesis: una razón más para reforzar mi pena de ser mi país de origen).
Creo que entre posibles caminos a tomar por los sensatos, por aquellos a quienes no enceguece la ambición de poder o del dinero, de defender sus ideas minimalistas frente a las necesidades de Chile, reside en expresar clara y concisamente, insistir pública y constantemente explicar de qué se trata. Se queja mucho por el anticomunismo, presentándose los aludidos como víctimas de una alevosa conspiración. No hay que caer en la trampa. Los antecedentes y la actualidad justifican las críticas, siempre que se presenten las soluciones, que se explicite el antídoto. Otra – a mi criterio indispensable – es una férrea unidad entre la centorizquierda, el centro y la centroderecha. Plataforma y consenso no falta; lo se le opone es, repito, la ambición al poder. Nunca pasará que los dos extremos se junten contra esa fuerza por su totalmente insanable confrontación. Para su éxito es necesario defender a toda costa; repito: A TODA COSTA la institucionalidad o lo que queda de ella. A pesar de que todo indica que la prioridad es restablecer la seguridad pública, de luchar con todo contra el crimen organizado y el narco, sin que las instituciones marchen, eso no será posible. Sirva como ejemplo cómo la democracia en EE.UU. pudo radicalmente reducir la criminalidad del fin del siglo pasado, que casi llegó a dominar el país, principalmente su costa occidental. Lo más importante es si duda salvar la democracia y ninguno de los extremos está interesado en ello.
Como dije al principio, no soy sabelotodo, pero quizás contribuyo en algo para que l@s que saben mucho más encuentran las salvavidas.