El “centrismo” pasó de moda…
¿Será el momento de plantearse con cierto tono autoritario para poder acceder al poder? Tal vez mostrarse firme con aquellos temas que tienen cansada a la sociedad, es la esencia de los nuevos relatos.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.
El concepto de “centrismo”, un término que reflejaba moderación y convivencia, se tomó como base para mostrar al electorado los beneficios de mantener paz y tranquilidad política frente al frenesí de los extremos.
En tal sentido, decirse pertenecer al “centro” generaba, para quienes se aferraban a esa bandera, una imagen de coherencia y de sana práctica de la política, en muchos casos con una mirada de superación intelectual relativa ante los exabruptos de los dogmáticos tildados de populistas, de un lado y del otro.
Esos intelectuales híbridos que se definían como únicos representantes de la institucionalidad y de la convivencia pacífica, se postularon como la opción inteligente ante un electorado que, al llegar el momento de elegir, temía de las propuestas más intransigentes. Esa lógica de mostrarse moderado frente a ideologías en pugna, parece que ha pasado de moda, tal vez porque al electorado se le terminó el miedo al extremo.
Las carencias más profundas de la sociedad, que se reflejan en el descontento económico, las dificultades para crecer, la pobreza real y, especialmente, la crisis de seguridad producto de la escalada de la delincuencia y del crimen organizado en toda la región, no les dan espacio a las propuestas conciliadoras del “centro”.
Estas carencias parecen exigir pragmatismo, que nada tiene que ver con la tibieza de los grises, sino todo lo contrario. Se busca firmeza y esa es la figura en la que se apoyan y trabajan los nuevos políticos, que cambian las viejas posturas deliberativas por la decisión y la acción concreta.
En tal sentido, ese centro intelectual queda desplazado por la demostración de convicción y fuerza que, en muchos casos, limita con posturas populistas pero que, para el gran público, es una referencia de autoridad.
Esa sensación de autoridad no es la representación de una u otra ideología, sino de un estilo de gobierno, de una manera de querer liderar a partir de la voz del “pueblo” por sobre las instituciones.
La llegada al poder de una nueva derecha “extrema” en la región, como el caso de Milei, o de Novoa, o de Bukele (Tal vez su exponente más mediático) no representa necesariamente una señal de la pureza ideológica conservadora, ni neoliberal, ni nacionalista, aunque su discurso suponga eso en el imaginario de sus fervientes adeptos.
Bukele, por ejemplo, amenaza a empresarios para bajar precios, cuando en realidad su perfil “de derecha” debiera respetar el libre juego del mercado. Lo mismo Milei, cuyas propuestas de libertad económica se pone en duda cuando interviene en el mercado, dónde aún existe restricciones.
La potencial llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, no significa necesariamente un modelo perfecto de apertura liberal de los mercados, sino más bien el refuerzo de barreras que permitan potenciar la industria nacional estadounidense.
Por el otro extremo, Petro o Lula no son puristas del socialismo. Saben que llevarse bien con el empresariado capitalista es determinante para sus intereses políticos.
El populismo gana pragmatismo sin dogmas…
El “centrismo” se sostenía en la convergencia. El pragmatismo en cambio no mezcla, sino aplica las ideas puras para cada decisión conveniente.
¿Será el momento en el que los políticos deban mirar a los outsiders y plantear un tono que limite con lo autoritario para poder acceder al poder? Quizás, mostrarse firme con aquellos temas que tienen cansada a la sociedad, debiese ser la esencia de los nuevos relatos. Porque son esos relatos los que ponen al frente de las preferencias a outsiders potencialmente peligrosos para lo que se supone debiese ser la institucionalidad.
Tal vez, es lo que deberán contrarrestar los políticos tradicionales con propuestas directas y con efecto de corto plazo. En esta era de inmediatez, la gente común parece no estar dispuesta a esperar soluciones de futuro cuando apremia el presente. La tibieza no sirve.
El “centrismo” fue un “ismo”. Hoy, en un mundo de vértigo, parece ser el pasado de la política. Porque la política, definitivamente, es acción.