Conjunto vacío
Fortalecer a los partidos políticos, reconduciendo sus pasos hacia la consolidación de partidos políticos programáticos les otorga contenido, relato y conexión.
Enrique Morales es cientista político e investigador del proyecto Democracia de la Universidad Miguel de Cervantes.
Uno se pregunta por el declive de la clase política, por el auge de proyectos políticos que paradojalmente huyen de la política ondeando un falso independentismo, por el populismo imperante en conjunción con discursos simplistas y funcionales a la escenificación del espectáculo de lo público. Las respuestas que resultan de estos cuestionamientos apuntan en dos direcciones, la primera describe lo que tenemos y la segunda prescribe lo que debiéramos tener. Desde la inicial configuración de realidad sólo hemos recogido explicitación de demandas e intereses sin fondo, discursos cortoplacistas y acciones sostenidas por el efectismo y la política reactiva. Desde la reflexión crítica hemos consignado la confluencia dañina del populismo, del cortoplacismo y del debilitamiento representativo y programático de los partidos políticos.
Las piedras más fáciles de lanzar hacia los partidos políticos se relacionan con el clientelismo político, el caudillismo territorial, la corrupción, el concomitante “arrendamiento” de las cuotas de poder, la disposición a servirse del Estado y las promesas efervescentes e incumplidas que conlleva la retórica barata para obtener triunfos electorales. La tentación de sacar a los partidos políticos de la escena electoral y reemplazarlos, ya sea por intereses corporativos o por liderazgos personalistas, aumenta en el último tiempo. La sociología política ha sido clara al mostrar tendencias hacia la atomización social, la fragmentación identitaria, el abandono de zonas rurales o de rango intermedio respecto a políticas públicas y el auge de sociedades narcisistas que avanzan como compartimentos estancos. Ante esto, sinceramente, la solución no es individual, colocando la Fe en la personalización de la política, no es movimentista, alimentando el ruido de la protesta inconducente e impolítica y tampoco es destruyendo a los agentes de intermediación minimizando los escalones universales o transversales a los que muchas veces la política acude.
Los partidos políticos para cumplir con los requerimientos de representatividad, socialización de principios, intereses y acciones, explicitación de preferencias y organización de políticas públicas e institucionales de mediano y largo plazo, requieren retomar el camino programático. Con ello orientan al electorado, mejoran la comunicación y comprensión política de lo que nos acerca y separa, con el fin de alcanzar acuerdos o administrar diferencias. Evitan la invasión de outsiders oportunistas y sin fondo doctrinario; alejan las soluciones simplonas y cosificadas que atentan contra la cultura democrática del último tiempo. No contribuyen a convertir a la política en una mera transacción de intereses y fuerzas.
Fortalecer a los partidos políticos, reconduciendo sus pasos hacia la consolidación de partidos políticos programáticos les otorga contenido, relato y conexión.
Actualmente abunda la fragmentación desde islotes de ideas imbuidas por tendencias de moda o reactivas, por personalidades fuertes o fanáticas, por búsqueda de representatividad inmediata a partir de las inclinaciones antojadizas o algorítmicas.
Para salir de estos fangos, desiertos y archipiélagos sociopolíticos es importante reconstruir la formación ciudadana, la militancia madura, profunda y responsable, la amistad cívica y la democracia sustantiva. Esta última sobrevive a todo procedimiento, proceso histórico y reglamento; esta trascendencia solo combina con instituciones políticas afines y de igual altura. Una Constitución estable, un diseño institucional transversal y no atrincherado y por supuesto, partidos políticos programáticos. Estos partidos no erosionan la democracia con el populismo, el independentismo, el clientelismo o el efectismo; tampoco “representan” desde la vacuidad que significa el salir a buscar ideas y acciones necesarias al ritmo de la circunstancia o las mayorías inestables. La vida de estos partidos supera las encuestas, los likes o los gritos de una determinada muchedumbre.
El programa sustenta el desempeño eficaz y planificado de un gobierno, el contrapunto sensato y leal de una oposición, y la instancia formativa y fiscalizadora de una ciudadanía corresponsable. De lo contrario las ideas y buenas acciones huirán, reinando un conjunto vacío.