Boric post Boric
Boric fue transitando aprendiendo a desaprender de los lados y así evolucionar, demostrando un pragmatismo democrático para decidir sin dogmas aún a costa de su imagen, que el mismo Boric sabe bien que es producto de una evaluación pasajera.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.
Escribir sobre Gabriel Boric no es nada fácil desde una perspectiva neutral. Tengo claro que algunos lectores de esta columna me catalogarán de “zurdo” y otros de “facho” según vayan avanzando en la lectura. Por tal motivo, considerando un mundo y un país dividido en antinomias, algunas nuevas, otras viejas y otras rebautizadas, quiero aclarar que esto no es una evaluación del gobierno del presidente Boric, sino una invitación a reflexionar sobre la evolución y proyección de un personaje relevante que, según mi opinión, es uno de los pocos protagonistas del espacio político chileno actual. Consideremos que hoy son muy pocos referentes nacionales (con potencial postura regional e internacional) y muchos “de cabotaje”.
No es un misterio su meteórica carrera política, desde sus inicios como dirigente “escolar” en su preadolescencia, hasta liderar las protestas estudiantiles que lo ponen en un primer plano de la política, formando su propio sector que lo llevó rápidamente al parlamento. Su protagonismo en la crisis de 10/19, y su capacidad de acordar con el espectro político de aquel momento, lo posicionó como presidenciable representando a una coalición difusa, en formación y plagada de conflictos. Aún así logró unificar lo impensable para hacer frente a un proceso electoral que no tenía figuras relevantes como épocas pasadas.
Frente a todo pronóstico, ganó la presidencia, aunque para algunos perdió su rival, lo que es una constante en muchos países de la región dónde no se vota a favor sino en contra.
Sabemos que en ningún caso es fácil ser presidente, y menos aun cuándo antes de asumir ya existe un juzgamiento implacable de una oposición que, sea cual sea su color político, está siempre dispuesta a discutir y erosionar al gobierno de turno. Es que la voracidad por el poder es natural… Criticado por su estilo, por su modo de vestir, tildado de comunista, rojo, zurdo, “merluzo”, inútil, desleal, y encima “pendejo”, Boric se vio destinado a convivir con una imagen negativa y con la permanente duda de su continuidad. No es fácil para ningún presidente que, antes de asumir, los que gritan más fuerte pidan su renuncia.
Con ese contexto condicionante para cualquiera, y muy especialmente en un país eminentemente conservador en su estructura de poder real, Boric adoptó la postura de aprender más allá de todo sesgo ideológico y de toda presión de su inestable coalición. Comenzó su mandato con la reivindicación de Salvador Allende, pasó como socialista moderado tomando a Lagos como referente, hasta pasar a ser casi un socialdemócrata europeo. Su postura determinante frente a la ultraizquierda latinoamericana, sus reclamos a Cuba, Nicaragua y Venezuela, que tuvo su climax en el enfrentamiento con Maduro, le dieron una imagen de moderación. La misma moderación que buscó con la elección de ministros referentes en posiciones clave de su gobierno. A pesar de eso, “zurdo” para un lado y “tibio” para el otro. El inconformismo también es parte de esta sociedad.
En el ámbito local, la recesión económica, la falta de inversión producto de la desconfianza y la crisis de seguridad agravada por la escalada de la violencia narco, circunstancias a las que no son ajenos los países de la región, lo pusieron (y lo ponen) en la mira permanentemente, tildándolo de ser un presidente con falta de experiencia. Debiésemos acordar que ningún presidente en su primer mandato tiene experiencia. Se puede ser empresario exitoso, senador, diputado o alcalde, pero cuándo hay que sentarse en el despacho presidencial y decidir, todo es nuevo. Y esa novedad tiene que aprovecharse con aprendizaje y actitud, despojándose de dogmas que encarcelan la mente y nublan la capacidad de darse cuenta.
Pero toda esta larga introducción, es la que nos debiese hacer reflexionar sobre Boric después de Boric. Y su proyección e influencia en la política chilena. No voy a hablar de tiempo, porque parafraseando a Einstein, el tiempo es relativo así como el pasado, el presente y el futuro son una ilusión.
Boric, como otros presidentes jóvenes de la región (El caso de Lacalle Pou, por ejemplo), tienen la posibilidad de participar y acceder al poder más de una vez en los próximos años, respetando los plazos que exige la democracia.
Y aparecen preguntas ¿Será un personaje influyente en el rumbo de las próximas elecciones? ¿Se sentará a la mesa de los referentes de la politica chilena? ¿Creará Boric un nuevo espacio político acorde a sus visiones de Chile y del mundo, abandonando el modelo de la actual coalición?
Boric, como buen lector, no pensará en su proyección sin pensar en la evolución de un mundo que da vueltas y vueltas, dónde la política global sufre cataclismos en un contexto en el que se mezclan la anomia y la polarización, dónde hoy se enfrenta la democracia liberal vs. autocracias, progresistas vs. conservadores, populismos de derecha vs. populismos de izquierda, outsiders vs. establishment, cultura woke vs. reacción tradicionalista. En ese escenario, Boric fue transitando aprendiendo a desaprender de los lados y así evolucionar, demostrando un pragmatismo democrático para decidir sin dogmas aún a costa de su imagen, que el mismo Boric sabe bien que es producto de una evaluación pasajera.
Boric sabe que lo que fue no será. Tiene a su favor el tiempo y el espacio. Parece tener claro que, a pesar de llegar al máximo nivel que todo politico pretende, este no es su momento, sino el que vendrá. Un político de 38 años en situación de búsqueda constante, no se retira nunca. Y más allá de los fanatismos absurdos y las rigideces ideológicas representadas por falsos profetas, es bueno tener un Boric para debatir democráticamente un futuro posible, sin cegueras ni cárceles mentales.
La buena política lo merece.