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4 de Febrero de 2011

"El hijo mono", por Santiago Maco

Dentro de una semana aterrizarán mis suegros en Santiago. Desde hace casi tres años que no los veo y es la primera vez que vienen a Chile. Manolo está feliz y yo también. “Cariño, tenemos que ordenar la casa”. Miro la casa y veo un pabellón: blanco, vacío. No hay cosas tiradas, sólo objetos bien ubicados. Pero a Manolo le gusta desdoblar y volver a guardar. Lo que ya está en una caja, separarlo en dos. No. En tres cajas. Es como su mantra. Dejó el budismo cuando me conoció y ahora, en cambio, ordena.

Por Redacción
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Dentro de una semana aterrizarán mis suegros en Santiago. Desde hace casi tres años que no los veo y es la primera vez que vienen a Chile. Manolo está feliz y yo también. “Cariño, tenemos que ordenar la casa”. Miro la casa y veo un pabellón: blanco, vacío. No hay cosas tiradas, sólo objetos bien ubicados. Pero a Manolo le gusta desdoblar y volver a guardar. Lo que ya está en una caja, separarlo en dos. No. En tres cajas. Es como su mantra. Dejó el budismo cuando me conoció y ahora, en cambio, ordena. Y como hay 35° nos ponemos en calzoncillos a trabajar en el hogar. En ese sentido somos muy japoneses.

 

“Cari, mira –me dice, mostrando una foto guardada en una caja y que ahora irá a dar a otra nueva caja- ¿No te gustaría que tuviéramos a Carmen?”. Carmen es nuestra hija platónica. Una chinita. Una voladura de cabeza en la playa. Pero la foto es de nuestro único hijo real. Bueno, no es el único, pero sí el más famoso. Se llamaba Tony. Yo le decía Antonio. Y lo abandonamos.

 

Antonio es un mono. Vive en Girona, en una reserva de protección llamada Mona, donde orangutanes, gorilas y chimpancés que hicieron carrera a la fuerza en el mundo del espectáculo se recuperan de una vida de abusos y maltratos. Antonio había protagonizado un comercial de McDonald’s en el que manejaba una ambulancia. Pobre, era el mono más raro. Como gracia, cuando lo conocimos, nos tiraba pequeñas piedras a la cara. Su violencia nos cautivó. Así que durante un año le mandamos 15 euros mensuales (fue Manuel, en realidad). Una vez al mes nos llegaba un mail con detalles de su vida y, dos veces al año, una carta con su foto actualizada. La última vez que lo vi fue en un programa de NatGeo, y como dejamos de pagar, dejamos de ser padres. “Cariño, ¿seguro que ya no quieres una hijita?”.

 

Hubo una época en que sí la quise. Le pusimos hasta nombre de flamenca, Carmen. Pero estoy en una etapa de mi vida en que incluso las plantas de la terraza son una responsabilidad muy grande que a ratos me supera. Por ahora, me basta con nuestro perro/gato Martín. También es raro, nunca ladra y araña los sillones. “Pues yo quiero una niña, ya los sabes”, insiste. “Bueno, pero el postnatal te lo tomas tú”, le digo. Mujeres como la Evelyn Matthei o maricas como yo, no estaríamos donde estamos con un postnatal de seis meses.

 

¿Si en lugar de preparar la habitación para mis suegros, esto fuera una cuna, un andador, una mesa para mudar a Carmencita? Tantas dudas egoístas. ¿Qué va a pasar con el minimalismo y las paredes blancas? Tendríamos una guagua asceta, fanática de Starck, quizás muda. Carmen: la niña conceptual. Lo que tengo claro es que por ningún motivo la pongo a estudiar en mi colegio. Si hasta a mi santa madre la apuntaban con el dedo por estar separada. “Mis papás son del Opus Dei”. “Los míos son fletos”. Pobrecita. Quizás nos la quiten y la pongan en una reserva de protección para niños con padres homosexuales.  

 

 

SOBRE EL AUTOR: Santiago Maco es un publicista gay de 30 años, trabaja en Santiago en una de las agencias más importantes del mundo. Fue a un colegio católico/británico y durante dos años vivió en Italia, mientras estudiaba arte. No deja de ser conservador: ha tenido sólo dos relaciones largas en su vida y ahora lleva cinco años de noviazgo con Manuel, un catalán.

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