Gisela Cárcamo: la chilena atrapada en Túnez
Hay ideas que siempre serán malas. Pero cuando se está en medio de conflictos sociales, como las manifestaciones que derrocaron al Presidente Zine el Abidín Ben Ali en Túnez el pasado 14 de enero, algunas de esas ideas parecen peores. Como llevar una barba tradicional musulamana en un país que la prohíbe, junto al uso del velo en el caso de las mujeres.
Hay ideas que siempre serán malas. Pero cuando se está en medio de conflictos sociales, como las manifestaciones que derrocaron al Presidente Zine el Abidín Ben Ali en Túnez el pasado 14 de enero, algunas de esas ideas parecen peores. Como llevar una barba tradicional musulamana en un país que la prohíbe, junto al uso del velo en el caso de las mujeres.
Radhouane Hmaidi lo aprendió el día en que todo el país celebraba derrocar al mandatario. Él y su señora, la chilena Gisela Cárcamo -residente en Túnez desde 2006-, iban saliendo de una mezquita ese día cuando se toparon con seis policías tunecinos con ganas -y órdenes- de reprimir a los manifestantes. Y como Radhouane tenía una barba similar a la de la mayoría de los musulmanes sumados a las protestas, lo atacaron.
Gisela pensó que, por ser extranjera, los dejarían tranquilos, pero los oficiales le empezaron a pegar a ella en vez de a su marido. Tanto, que interrumpieron sus casi cinco meses de embarazo. Antes de irse, también le dispararon en la rodilla derecha.
“La golpearon casi hasta matarla”, dice Nadia, vecina y amiga de Gisela. Desde el domingo, ella es quien responde el celular de la chilena en Túnez. Tras estar casi un mes internada en una clínica por una lesión en la pierna y una infección intrauterina -causada por al aborto espontáneo que no fue atendido a tiempo-, Gisela llevaba apenas 10 día en su casa. Pero el domingo la ingresaron nuevamente en el hospital de Radès, ciudad portuaria a nueve kilómeteros de la capital tunecina. ¿El diagnóstico? Hipoglucemia e hipertiroidismo en estado crítico, según Nadia.
“Ahora está estable en su gravedad, dicen los doctores”. La vecina de Gisela ha ayudado a su marido a cuidarla y, apenas se enteró del accidente, llamó a todas las embajadas y consulados que se le ocurrieron pidiendo ayuda. Aunque ninguno sirvió mucho.
Como Gisela -quien se encontraba en Túnez estudiando cursos de Enfermería- había vivido antes en España, Nadia llamó al Consulado General de Chile en ese país. “Qué me cuenta a mí, quién la mandó a irse a Túnez”, fue la respuesta que, según la tunecina, le dio el diplomático a cargo. “También fuimos a la embajada española a pedir que, por causa humanitaria, la trasladaran a ella y a su marido, porque tenían gente que los recibiría allá. Pero nos dijeron que no querían más inmigrantes”.
A esos intentos a mediados de enero le siguieron llamados a la embajada de Chile en Argelia y en Egipto, donde se negaron a ayudarlos porque intuían que las manifestaciones estaban por empezar también en ese país. La única solución realmente viable, llamar a la embajada concurrente de Chile en Marruecos, había quedado en manos de otro amigo que sólo intentó un contacto por correo electrónico. Por eso el cónsul Rodrigo Fernández no se enteró del caso de Gisela hasta que lo llamaron de Chile.
Desde Cancillería le dieron un teléfono de contacto de la chilena en Túnez -quien no tenía relación con ningún compatriota en ese país-, y al llamarla, le dieron dos opciones: partir a Francia o volver a Chile. “Pero su marido, por ser tunecino -explica Fernández- necesitaba una visa para ingresar al país galo, por lo que ella escogió volver a Chile”.
Como si no le faltaran accidentes a esta historia, el viaje se tuvo que postergar por la lesión en la pierna de Gisela y porque el pasaporte de su marido estaba por vencer. Ahora, con ella internada y el nuevo documento de viaje de Radhouane perdido -lo despacharon desde el consulado en Marruecos, pero en Túnez le perdieron la pista-, Chile se ve cada vez más lejos. Y todo por una mala idea.