“Sigue La Idea: aprendiendo con el compost”, por Libertad Gaco
Seré honesta: no tenía muy claro esto del “compost” (en palabras más chilensis: “abono orgánico”), hasta que leí las sugerencias recibidas en la publicación pasada, donde se apelaba a que lo realizara en el departamento y con gatos incluidos.
Seré honesta: no tenía muy claro esto del “compost” (en palabras más chilensis: “abono orgánico”), hasta que leí las sugerencias recibidas en la publicación pasada, donde se apelaba a que lo realizara en el departamento y con gatos incluidos.
Confieso que ha sido toda una hazaña este post, el com-post. Sobre todo si pensamos que más de la mitad de mis plantas están en la Unidad de Clorofila Intensiva (la UCI, mi pieza), tras las mordidas de los felinos en cuestión, y mis muebles están añorando ser retapizados por servir de “afila garras”. O sea, reciclar con gatos, se veía peludo.
No obstante, estamos trabajando en ello. Esto del compost es todo un universo de desechos naturales, verduras, ramitas y cacas (lamentablemente la de gato, que es la que más se produce en mi casa, no es recomendable, tampoco la de otras mascotas). Y no, no es de la noche a la mañana, es cosa de meses.
El “compost” es la descomposición de los residuos orgánicos en su contacto con el aire y una vez listo, sirve como abono. Hay dos formas de hacerlo; controlando la temperatura o a temperatura ambiente. Como el tiempo entre dos pegas, el intento de hacer aseo en mi casa, la pareja y los hijos-gatos es escaso, comprenderán que eso de controlar la temperatura me pareció hasta gracioso. Además, estamos tratando que esto nos sirva a todos y ojalá, sin mayores complicaciones. Como la Ley de Murphey es recurrente en mi vida, tras un par de contratiempos tuve que obviamente preocuparme de la temperatura.
Bueno, la cosa es simple… pero no tanto. Simple, si tenemos balcón o jardín. Un “no tanto”, si carecemos de alguno de estos dos escenarios. Y claro, yo los carezco.
El asunto no es llegar y lanzar las cascaritas de durazno, el resto del melón, las hojas del árbol, lo que quedó del tomate o la lechuga media podridita que quedaba en el refrigerador. O sea sí, pero no es sólo eso. Porque resulta que si como yo, para evitar el mal olor tapas estos desechos, sólo tendrás un montón de basura descompuesta que olerá MAL.
Lo advertí a tiempo. Boté la basura en cuestión y comencé el proceso de nuevo. Esta vez con los datos para una persona que vive en altura y rodeada de concreto: “Compost en bolsa de basura”. En la mencionada bolsa (que no puedo dejar de acotar que me sigue pareciendo irónico usar plástico mientras, en teoría, reciclo), hay que poner los residuos. Para este método hay que agregarle a la mezcla una cucharada de fertilizante y una tasa de cal. El fertilizante es para el tema del oxígeno; la cal, para evitar el exceso de acidez que se va generando con la descomposición.
Cuando ya tenemos la bolsa lista, debemos agregar un cuarto de agua, cerrar la bolsa y guardar esta mezcla en un lugar relativamente cálido. Les recomiendo la bodega del subterráneo de su edificio o el estacionamiento. Luego, olvídense de esta mezcla hasta seis meses a un año después. El proceso es lento.
No es broma, pero yo no tengo ni bodega ni estacionamiento. Es más, estacionarme es una odisea cada día. Pero logré pedir que me dejaran poner mi bolsa en un rincón de los que si tienen estacionamiento en mi edificio, donde no le llegue lluvia y esté a una temperatura relativamente constante. No muy frio pero tampoco demasiado calor.
Para los afortunados con jardín o departamento con terraza, hay otra opción: poner los desechos orgánicos en un recipiente. Les recomiendo un pequeño barril al que le hagan agujeros a su alrededor y abajo para el tema del oxígeno. Ya sabrán por qué.
Como todo en este mundo del “compost”, nada es negro, nada es blanco. Entonces la cosa debe tener humedad, pero no demasiada. La mejor manera de comprobar que tenemos “buena humedad”, (y aquí es donde no hay que ser asquiento), es apretujando estos desechos. Si salen unas pocas gotas, estamos bien. Sino, échele agüita a su mezcla. ¡Ojo! La idea no es que chorrée.
El tema del oxigeno también nos desafía. Es fundamental que los microbios puedan descomponer eficientemente los alimentos. Como necesitamos de estos amigos, es importante que el recipiente tenga los hoyitos mencionados y, mejor aún si abajo le pones un par de tablitas para que vaya saliendo la humedad y le entre más aire.
Como datos prácticos les puedo decir: entre más pequeños los restos, más rápida la descomposición.
Si están realizando el “compost” en barril, hay que ir moviéndolo para oxigenar lo que hay en el centro cada 5 días aproximadamente y utilizando este método, el “compost” demora unos 4 a 6 meses en estar listo.
Según me han contado -yo aún no sé, debo esperar como un año y rogar para que ninguno de mis conserjes me tire la bolsita al basurero-, lograr la rutina de hacer el “abono orgánico” es como lavarse los dientes cuando uno era chico: es cosa de hábito. O sea, se va haciendo en el día a día. Al principio puede ser poco llamativo, fome o verlo sin sentido; pero con el tiempo es incómodo no hacerlo y hasta somos capaces de juzgar a los que no lo hacen.
Seguiré con la hazaña, en varios meses más tendremos el resultado… ahora debemos buscar un nuevo desafío para esta semana y agregarlo a los cambios por el medio ambiente. La preocupación está instalada, el debate, abierto… ¿Con qué nos lanzaremos los próximos 7 días?
Les recuerdo, alguna duda, acotación, sugerencia o conversa gratis, pueden escribir a libertadylaidea@gmail.com
Libertad Gaco tiene casi 29 años, es madre de dos gatos, periodista de profesión, y comunicadora por vocación. Curiosa por esencia y apasionada por las causas que cree nobles, ha decidido experimentar en primera persona lo que es vivir en conciencia con el medio ambiente.
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