Impactante carta de Manuel Guerrero hijo en recuerdo de su padre
"Lo que ahora escribo lo hago con mucho dolor.
“Lo que ahora escribo lo hago con mucho
dolor.
En este preciso momento, que en
Santiago son pasadas las 08:00 de la mañana, llegaba el 29 de marzo
de 1985 al colegio, como todos los días, y vi a mi a papá
recibiendo a los niños, pues era profesor. Conversaba con José
Manuel Parada, sociólogo de la Vicaría de Solidaridad, antiguo
camarada de la época de la Jota, y apoderado del colegio. Llegué y
nos saludamos de beso. Me llevó un momento a un lado y me contó que
el día anterior habían secuestrado a un grupo de profesores de su
asociación gremial, la AGECH, de la cual era dirigente, y que los
aprehensores habían preguntado por él.
Me quedé atónito mirándolo. Tenía
catorce años pero eso ya era edad suficiente como para tener la
lógica mínima de que si te buscan, y estábamos en pleno estado de
sitio, escóndete, ándate del país, qué haces aquí a las puertas
de este colegio, a plena luz del día, te van tomar!!!! Se lo
planteé, y él, muy pausado y mirándome con una ternura infinita a
los ojos, me tomó de las manos y me dijo que no, que éste era su
trabajo, éste era su país, que él ya se había ido una vez y que
no lo volvería a hacer, que su lugar era junto al pueblo y su lucha
para terminar con la dictadura. Buscando argumentos nuevos, que
pudieran hacerlo cambiar de opinión, le pregunté si el Partido le
había autorizado para irse del país, que en tal caso les hiciera
caso. Paciente, se sonrió, y me dijo que pasara lo que pasara jamás
culpara al Partido. Que tranquilo, ya veremos cómo salimos de
ésta…
Le di un beso y me fui a clases.
Mi sala daba las espaldas a la calle. A
las 8:50, a minutos de lo que ahora escribo, oímos un helicóptero
descender casi al techo del colegio. Nos miramos todos extrañados.
Luego un freno de un auto, griterío de voces masculinas que
denotaban forcejeo, un balazo y silencio.
Tomé el brazo del compañero de banco
y le dije: “mi papá”. Él me miró sorprendido, pero
preocupado a la vez. Fui muy categórico. Inmediatamente entró
Carmen Leiva a la sala, que era miembro del Centro de Alumnos, con
los ojos en lágrima y tirándose los dedos de las manos. Le pidió
permiso al profesor que impartía la clase para hablar con el
estudiante Manuel Guerrero Antequera. Yo me paré en medio de sala de
inmediato y le dije: “Se llevaron a mi papá”. Asintió con
la cabeza y se puso llorar e intentó darme detalles de lo
sucedido…
A fines de 1984, la peridiodista Mónica
González de la revista Cauce, de oposición al régimen, había sido
contactada por Andrés Valenzuela, alias “El Papudo”, ex
agente del Comando Conjunto (…) La periodista dándose cuenta de
que se trataba de información extremadamente delicada, antes de su
publicación decidió validar la misma, para lo cual contactó a José
Manuel Parada, que a la sazón era el encargado de Documentación y
Archivos de la Vicaría de la Solidaridad.
José Manuel, al conocer el carácter
de la información y antes de entrar en su detalle, le sugirió a la
periodista que había una persona, la única persona en realidad, que
contaba con toda su confianza y que podía triangular la información
con su propia experiencia de detención en manos del Comando Conjunto
y lo que indicaba Valenzuela: mi padre…
Por desgracia, y por razones que aún
me cuesta comprender, la entrevista a Andrés Valenzuela fue
publicada sin autorización de mi padre y José Manuel en el
extranjero, antes que ellos pudieran ponerse a salvo. Los agentes del
Comando Conjunto, ahora agrupados en un departamento de la Dirección
de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR), con domicilio en calle
Dieciocho, en el mismo local de la “Firma” en que tuvieron
torturado a mi padre en 1976, apenas se enteraron del testimonio de
Valenzuela se pusieron en alerta y decidieron cortar literalmente el
problema por la raíz: eliminar a José Manuel y mi padre, para
impedir que la verdad circulara por el mundo. Por ello allanaron y
secuestraron la imprenta de la Asociación Gremial de Educadores de
Chile (AGECH) el 28 de marzo de 1985. Buscaron frenéticos ese lugar
pensando que ahí se encontraban los stenciles de publicación del
testimonio de Valenzuela sobre el Comando Conjunto. La imprenta
estaba a nombre del artista gráfico Santiago Nattino. Esa misma
noche lo secuestraron y lo llevaron a calle Diecicho, al local de la
DICOMCAR, ex La Firma del Comando Conjunto. Lo esposaron a un parrón
y comenzaron su tortura. Una vez que secuestraron, al día siguiente,
el 29 de marzo, como hoy, a mi padre y José Manuel, los torturaron a
los tres, quemándoles cigarrillos en el cuerpo, sacándoles las
uñas, aplicándoles electricidad y quebrándoles los huesos de la
frente a culatazos.
Al día siguiente, el 30 de marzo de
1985, dirigidos por el Fanta, con un cuchillo atacameño que le había
regalado Moren Brito, los degollaron bajo Estado de Sitio camino a
Quilicura y dejaron que sus cuerpos se desangraran. Hoy tres sillas
vacías recuerdan a don Santiago y a los Manueles en el lugar en que
les dieron muerte.
No quisieron que se supiera la verdad,
como ha sido la tónica del silencio de las Fuerzas Armadas y de
Orden para no dar con el paradero de los detenidos desaparecidos.
Fundamentalmente por cobardía a no enfrentar sus propios actos, sus
propias decisiones. Siguen estando en deuda con nosotros, con los
hijos, con la sociedad chilena. La mayoría de aquellos agentes y de
quienes les dirigían no han sido juzgados, y los médicos que
torturaron, los civiles que actuaron, los oficiales que participaron
en tan horrendos crímenes, siguen en sus lugares de trabajo como si
nada pasara.
Pero sí pasa y no deja de pasar. Tal
como mi padre y José Manuel arriesgaron y dieron sus vidas por la
verdad y la justicia, nuevas generaciones surgen y dan con
creatividad las luchas del presente, vinculados con aquella memoria
del crimen, pero también de los compromisos, las militancias por una
vida digna”.
Manuel Guerrero Antequera es sociologo, académico y concejal por Ñuñoa. Escribe esta carta a su difunto padre, el dirigente de las Juventudes Comunistas |