"Educación sexual desde los 3 años, ¡ya!", por Rodrigo Guendelman
“Si uno calla estas cosas, ¿quién las dice? ¿Cómo proteges a tus hijos tú? ¿Los tenís en colegio católico?”. Es casi la madrugada del lunes 21 de marzo y una buena parte de Chile está viendo boquiabierta el round entre Juan Carlos Eichholz y James Hamilton, en uno de esos pocos momentos que justifican la necesidad de la televisión abierta en Chile.
“Si uno calla estas cosas, ¿quién las dice? ¿Cómo proteges a tus hijos tú? ¿Los tenís en colegio católico?”. Es casi la madrugada del lunes 21 de marzo y una buena parte de Chile está viendo boquiabierta el round entre Juan Carlos Eichholz y James Hamilton, en uno de esos pocos momentos que justifican la necesidad de la televisión abierta en Chile.
Eichholz recibe el golpe y su cara delata el pánico. Probablemente, por su cabeza pasan imágenes de baños de hombres con poca luz, camarines sospechosos, confesionarios muy apartados, sotanas demasiado anchas y otros rincones con olor a abuso.
Cambio de escenario. Una mujer está a punto de teñirse el pelo. Se pone los guantes transparentes y, sin provocación alguna, su hijo comienza a llorar. Llora con angustia. Desesperado. Tiene miedo. Algo vio que lo asustó de sobremanera. Días más tarde, esa madre sabrá que su hijo de cuatro años fue abusado con unos guantes similares por un fonoaudiólogo. El tipo, de apenas 31 años, está acusado de seis delitos similares y es sospechoso de haber cometido otra media docena más.
El fiscal del caso leyó la declaración de una niña que decía que desde el 1 de marzo “jugaba con ella al papá, la mamá y la hija, y que le hacía caricias en todo el cuerpo”. Dan ganas de matarlo, ¿no? A mí sí, al menos, pero sé que no sirve de nada porque está lleno de abusadores: con o sin religión, viejos y jóvenes, hombres la mayoría de las veces pero también mujeres. ¿Solución? Ninguna milagrosa, pero creo que hay que replantearse el tema de cómo enfrentamos la enseñanza del sexo a nuestros hijos.
No hablo de qué láminas o libro usar en octavo básico. Perdón, pero a la luz de la realidad, eso ya parece primitivo. Hablo de romper algunos paradigmas educativos y sicológicos y apostar por enfrentar las cosas antes, mucho antes.
Tengo una hija de menos de dos años y, como muchos papás celosos y enamorados, hay una parte de mi cabeza que quisiera saberla virgen e inmaculada hasta los treinta. Pero mil veces antes prefiero destruir su ingenuidad, adelantar algunos de sus procesos y confrontarla –lo más pedagógicamente posible y con asesoría de un especialista- a la realidad de su cuerpo, que dejarla sola en la boca del lobo.
Justo ahora que parece haber más lobos que nunca o que están insólitamente descontrolados. Estoy decidido, si es que mi mujer acepta, a comenzar la educación sexual de mi hija a sus tres años. Quiero que sepa que nadie tiene por qué tocar sus genitales, salvo que esté en el doctor acompañada de sus padres.
Quiero que sepa que ningún juego puede ni debe incluir la intimidad de su cuerpo, sea quien sea el compañero de juego. Quiero que sepa que la vagina se llama vagina, no potito ni otra tontera; que el pene es pene, no la “cosita de los hombres”; que su cuerpo es suyo, sagrado, precioso, bueno, que nada malo hay allí y que por eso debe saber oler el peligro.
Quiero que mi hija pueda detectar a las Sor Paulas, a los sacerdotes como Fernando Karadima o a los fonoaudiólogos como Ernesto Alvarado. Que no le vendan pomadas. Que no la engañen con esa asquerosa manipulación de quien detenta el poder. Si aprender esas cosas antes de tiempo le produce algún efecto negativo en sus emociones, estoy seguro de que serán harto más fáciles de trabajar en una terapia que la opción b: esa que tanto les ha costado a Hamilton, Cruz, Batlle, Murillo y que, sin duda, será un karma para cada una de las víctimas del fonoaudiólogo. Por sólo nombrar diez ejemplos entre miles.
Rodrigo Guendelman, periodista, es conductor del programa “Divertimento” en Radio Zero. Colaborador, columnista y panelista en diversos medios escritos y audiovisuales. |