“Sin cara de huevona amargada”, por Andrea Silva
No voy a llorar. No tanto por la humillación de que mi jefe me vea llorando en la oficina sino por todo lo que implica llorar a esta edad. Se me hace una arruga profunda tipo hoyo en el área del ceño que puede durar hasta dos semanas después del evento; la pata de gallo se multiplica hasta el infinito y la hinchazón de la ojera unida a un posterior morado intenso me sitúan en la categoría de huevona fea con cara de amargada por muchos más días de los que soy capaz de tolerar.
No
voy a llorar. No tanto por la humillación de que mi jefe me vea
llorando en la oficina sino por todo lo que implica llorar a esta
edad. Se me hace una arruga profunda tipo hoyo en el área del ceño
que puede durar hasta dos semanas después del evento; la pata de
gallo se multiplica hasta el infinito y la hinchazón de la ojera
unida a un posterior morado intenso me sitúan en la categoría de
huevona fea con cara de amargada por muchos más días de los que soy
capaz de tolerar.
Me
dirijo rauda a la máquina de café para ponerme hasta arriba de
cafeína y alejarme de este estado donde lo único que quiero es
morir luego de llorar a gritos tres meses seguidos.
–Buen
día Andreita,
dice mi jefe.
Creo
que es mi nombre en diminutivo lo que gatilla la fractura en el dique
que sostiene mis emociones. Mis ojos comienzan a rebalsar lagrimas
ante su cara de sorpresa. Me concentro para no arrugarme, para no
fruncir el ceño, para no llorar como actriz brasileña. Creo que lo
estoy logrando hasta que mi querido jefe me abraza compasivo y me
pregunta
-“¿Qué pasó, Andreita?”
¡¡¡¿Qué
pasó?!!! La cara se me contrae como mano empuñada porque quiero
explotar y contarle que tengo un sillón precioso, tapizado con un
género carísimo que encontré en la tienda top del barrio top, que
pasé semanas mirando la vitrina top, con la culpa a tope
susurrándome al oído que cometería un pecado mortal si lo
compraba, que me iría al infierno por querer darme ese gusto tan
caro y tan frívolo, pero luego de tres semanas de contemplación
recordé que el infierno ya no existe, que soy una buena mujer y que,
como dice mi sicóloga, merezco tapizar mi sillón con el género más
lindo y más caro del mundo. ¡Lo compré, lo tapicé y fui
inmensamente feliz!… doce días.
Esta
mañana, el día trece desde que llegó la joya tapizada a mi hogar,
encuentro a Zeus, el perro de mierda, el perro caballo, el perro
hediondo, el perro pelechador tendido a todo lo largo y ancho del
sillón más lindo del mundo, babeándolo mientras disfruta arañando
con sus garras el género más suave del mundo.
–
¡Mi
joyaaaaaaaaaaaaaaaa!
Grito desangrándome por dentro, a punto de desmayar. Estoy a segundos
de ver la luz al final del túnel cuando llega corriendo Pedro,
señora Gladis y los niños. Los enfrento y declaro – O
se va el perro, o me voy yo.
Zeus
mueve la cola. Pedrito le acaricia la oreja, Danielito se sienta a su
lado y pone su carita en el lomo, Pedro le acaricia la cabeza y
señora Gladis comenta –Seño,
la mascotita es parte de la familia y también le gusta su sillón.
Me
voy dando un portazo.
¿Ahora
qué le digo a mi jefe? ¿Estoy mal porque mi familia eligió al
perro? No, que humillación.
–No
es nada Don Carlos, amanecí sensible, un lapsus, ya pasó.
–
Yo te voy a dar una alegría, Andreita, quiero cruzar a mi perra y
estaba pensando en tu campeón, va a ser una mezcla preciosa y el
mejor de la camada te lo llevas a tu casa.
–
Feliz, tengo un sillón maravilloso donde puede dormir.
Le comento con cara de actriz brasileña, sin ceño fruncido, sin
pata de gallo, sin ojeras, sin cara de huevona amargada.
Andrea Silva es chilena, bilingüe, casada, con hijos, profesional sin pega estable, con ahorros, un poco católica, sobrepasada, sobreexigida, adicta a la sicóloga y al dulce. Con mañanas horrendas, pero con tard |