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7 de Diciembre de 2010

Aniversario del Normandie: falsas nostalgias, no (por favor)

Aún tengo frescas muchas de las películas que vi en las dos encarnaciones del Cine Arte Normandie –“Fanny y Alexander”, de Bergman (en una soleada tarde del 85); “El deseo de Verónica Voss”, de Fassbinder (otoño ’89, domingo en la mañana);  “La mujer del aviador”, de Rohmer (enero del 92, en la reapertura de la sala en calle Tarapacá); “Andrei Rublev”, de Tarkovski (septiembre del 97, gran función), “Un lugar en el mundo”, de Aristaráin (septiembre de 2001) y la lista podría seguir-, pero por más que intento visualizar la última vez que pisé esa sal

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Aún tengo frescas muchas de las películas que vi en las dos encarnaciones del Cine Arte Normandie –“Fanny y Alexander”, de Bergman (en una soleada tarde del 85); “El deseo de Verónica Voss”, de Fassbinder (otoño ’89, domingo en la mañana);  “La mujer del aviador”, de Rohmer (enero del 92, en la reapertura de la sala en calle Tarapacá); “Andrei Rublev”, de Tarkovski (septiembre del 97, gran función), “Un lugar en el mundo”, de Aristaráin (septiembre de 2001) y la lista podría seguir-, pero por más que intento visualizar la última vez que pisé esa sala, no me acuerdo. En serio.

 

Sí tengo claro la última vez que se me apareció su hall de piedra y concreto. Fue en las películas de Pablo Larraín: en “Tony Manero” fue usado usó como el cine donde el personaje de Alfredo Castro acudía a ver “Fiebre de sábado por la noche” como si se tratara de una liturgia personal. En “Post Mortem” ya ni siquiera cumplía esa función sino que “encarnaba” la fachada (e interior) de un teatro de revistas, el Bim Bam Bum.

 

Ahora, más allá de esas precisiones era evidente lo que ambas imágenes convocaban: la persistente sensación de algo que ya pasó. Que ya fue. Tal vez por eso la amnesia, porque la mayor parte de esos recuerdos está ligado a otros hábitos.

 

A la época en que si querías saltarte los estrenos de cartelera, no tenías la opción de encargarlas, arrendarlas o bajarlas de la web. Había que asomarse al cine. Y eso, para los que crecimos en el Santiago de los 80 y los 90 significaba darse una vuelta por el Normandie, disfrutar o pelearse con su voluntarioso (y a veces caprichoso) criterio de programación –que abarcaba desde “Gandhi” a Fellini, desde Hitchcock a Ettore Scola-, darle una larga mirada al programa que te pasaban a la entrada, acostumbrarte a las limitaciones de la proyección (con frecuencia sub iluminada y con una débil pista de audio) y a la salida pasar por el ritual de mirar la lista de próximos estrenos, escrita con plumón de reconocible caligrafía.

 

La gente suele apegarse, encariñarse a sus hábitos y luego evocarlos con nostalgia cuando estos se disuelven. Respetable emoción, pero no sé si tiene mucho sentido condolerse, palmearse la espalda y hacer fiesta con los propios recuerdos cuando la institución aun está viva y con serios problemas financieros.

 

En estos momentos, lo esencial para el Normandie no es que lo recuerden sino que lo consideren un ente vivo. Sólo eso le permitirá batallar contra sus hándicap prácticos -la mala ubicación (que lo margina del circuito de salas de cine del sector Alameda-Lastarria), la falta de estacionamientos (al parecer un plus para el espectador del fin de semana), mantener en buen estado su extenso archivo de películas– y sobre todo con el progresivo envejecimiento de una audiencia que ya no se molesta en sacar su entrada y salir de casa, cuando le dan la opción de apretar play desde el sillón.

 

Es cierto. Los cines de repertorio lo tienen difícil en todos lados, pero hay salas como el Centro de Extensión UC (al alero, por cierto, de una universidad) que se han arreglado para renovar su audiencia vía ciclos, charlas o actividades paralelas y, sobre todo, mejorando sus estándares de exhibición.

 

Por más que la banda ancha y las pantallas planas digan lo contrario, hay gente que todavía prefiere ver cine en pantalla grande y sentarse sólo o acompañado en la oscuridad, si no que lo desmienta la creciente recaudación de las salas comerciales.

 

¿Hay espacio para el Normandie –como idea y sobre todo como ideal- en este nuevo orden de cosas (que en el fondo sigue siendo el mismo)?  

 

Y si no lo hay, nada de falsas nostalgias. Al fin y al cabo las instituciones persisten en la medida que el público y los organismos que lo sustentan lo permiten. Lo que nos devuelve a la pregunta del principio:¿Cuándo fue la última vez que fueron al Normandie?

 

 

 

Christian Ramírez es periodista y profesor del diplomado en Cultura Audiovisual Contemporánea de la Universidad Alberto Hurtado, pero por sobre todo es reconocido como crítico de cine.  Puedes ver su trabajo en el sitio www.civilcinema.cl o en otros medios nacionales.

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